Es el año 1982. Estamos en Malvinas. Transitando la recta final del conflicto que enfrentó a Argentina y al Reino Unido por la posesión de estas islas del Atlántico Sur. Y mientras en la superficie, el ejército inglés avanza imparable, un grupo de desertores argentinos sobrevive de manera clandestina y subterránea. Su objetivo (si es que acaso tienen uno) es aguantar hasta el final de la contienda intentado pasar desapercibidos y recolectando todo lo que les permita mantenerse a flote. Sus enemigos no son ya solo lo ingleses (con quienes incluso entablan una relación en la que intercambian bienes por información estratégica) y los altos mandos argentinos (debido a su condición de desertores, aunque desde el punto de vista pichiciego los oficiales son corruptos y ladinos ) sino también, y sobre todo, el miedo:
Hay miedos y miedos. Una cosa es el miedo a algo —a una patrulla que te puede cruzar, a una bala perdida—, y otra distinta es el miedo de siempre, que está ahí, atrás de todo. Vas con ese miedo, natural, constante, repechando la cuesta, medio ahogado, sin aire, cargado de bidones y de bolsas y se aparece una patrulla, y encima del miedo que traes aparece otro miedo, un miedo fuerte pero chico, como un clavito que te entró en el medio de la lastimadura. Hay dos miedos: el miedo a algo, y el miedo al miedo, ese que siempre llevas y que nunca vas a poder sacarte desde el momento en que empezó.
El autor utiliza un lenguaje llano, pero recurre a un complejo dispositivo narrativo para establecer las cordenadas de producción de la historia. Esta nos llega a través del testimonio de un supuesto sobreviviente de “la Pichicera” (es el nombre del refugio), que relata de manera coloquial sus experiencias en la cueva. Más adelante un diálogo entre el superviviente y su entrevistador da pistas sobre una supuesta entrevista que sentaría las bases para escribir el relato.
Como punto saliente me gustaría destacar el ejercicio de imaginacion necesario para realizar la obra. Si pensamos que Fogwill la terminó casi junto con el final de la guerra, sería muy difícil acceder a testimonios reales de los combatientes. El mismo lo explica en una entrevista del año 2006:
Fue un experimento mental. Me dije: “Sé de…” Yo sabía mucho del Mar del Sur y del frío, porque yo sufrí mucho del frío navegando. Sabía de pibes, porque veía a los pibes. Sabía del Ejército Argentino, porque eso lo sabe todo tipo que vivió la colimba. Cruzando esa información, construí un experimento ficcional que está mucho más cerca de la realidad que si me hubiera mandado a las islas con un grabador y una cámara de fotos en medio de la guerra. Con la inmediatez de los hechos te perdés.
Tampoco hay que olvidar como a través de esta obra se intenta desmontar un concepto idílico de patriotismo fomentado por la cultura u orden hegemónico. Los desertores, generalmente castigados por el discurso oficial de cualquier poder politico que los identifica como potenciales focos de subversión, tienen aquí una mínima redención. Por otro lado, escribir una obra en contra de una dictadura, que si bien había perdido su brutalidad asesina todavía dominaba el país, requiere una gran dosis de valentía. Además de la visión negativa que los pichis tienen de los oficiales argentinos (sobre todo los de la Marina) , en la obra se deslizan criticas veladas y no tanto al poder político y militar.
Lo irreal de la guerra, esa idea del combate como escenario de los actos más inimaginables, también toma cuerpo: Fantasmales monjas francesas que pasean por las noches en el campo de batalla (nótese el guiño a las religiosas francesas desaparecidas por la dictadura) o aviones supersónicos que desaparecen detrás de un arcoiris son algunos de estos ejemplos.
Pero más allá de una metáfora de la guerra, en “Los pichiciegos” retumban metáforas de la Argentina, o más bien, de la argentinidad. Y si bien, los temas que se tratan son hasta cierto punto “lugares comunes” no dejan de retratar el carácter argentino: la sempiterna disputa entre la Capital (Buenos Aires) y el interior, la capacidad para sobrevivir en base al ingenio (la llamada viveza criolla), el tránsito por una vía central e indefinida en lo que respecta a sus lealtades, el humor como respuesta a la incertidumbre. La lucidez y la contemporaneidad de esta obra son sorprendentes. Más aún, imprescindibles a la hora de intentar entender la actualidad argentina.