En La apropiación (Buenos Aires: Interzona, 2014), segunda novela de Ignacio Apolo, se traslucen tres direcciones de trabajo: 1) Una prolija investigación que parte de la lectura de ensayos sobre la sordera y los distintos enfoques de los especialistas sobre sus posibilidades comunicativas; 2) Un entramado de acciones que al principio funciona como superestructura del género ensayo y que paulatinamente se va reforzando y toma vuelo propio; 3) La visión de nuestra historia desde la perspectiva de Julia, la protagonista, quien le cuenta a Ignacio, "Igna", un personaje deliberadamente borroso en la trama, los hechos centrales de la novela, ocurridos una década después de la sublevación de los Carapintadas (1987), cuando nace Cati, la nena pollo, sorda, artista, monstruo inteligente y sensible. Cualquiera sea el abordaje de la novela, no se puede soslayar, creo, la dimensión simbólica de Cati, acaso la Argentina vapuleada, apropiada, sometida a torturas, defendida por unos, amordazada por otros. Leo, el coprotagonista, coordinador de un taller que promueve mediante el arte y el lenguaje de señas la expresión temprana del pensamiento simbólico, es al mismo tiempo apropiador, en uno de los varios sentidos en que puede interpretarse la palabra. Una suerte de semidiós Prometeo que elige los caminos más complicados para cumplir con su propósito de beneficiar a los seres humanos. La madre siniestra de Cati, apropiadora en otro sentido, fue también víctima... En el rompecabezas que arma Apolo nada es como parece a primera vista. Los hechos que en un momento se explican de una manera se pueden interpretar de otra. Todo encaja. Los espacios y las situaciones trasmutan por voluntad del manipulador de una mente sensible, obnubilada por las medicaciones psiquiátricas o el alcohol. La investigación inicial de Julia para una nota de revista termina creciendo hasta convertirse en ponencia de unas jornadas universitarias. También hay distancia entre el compromiso a su llegada al taller para observar a los chicos sordos y el plano detalle que hace de Cati, eje central de la novela y reordenador de su vida y valores. Como Leo. Como después ese Ignacio a quien el lector, presa fácil de las trampas de Apolo, querría asociar con el autor. La historia es la dirección de la mirada. La generación de los que a fines de los noventa andan entre los veinte y pico y los treinta quiere armar otro rompecabezas: el de los años setenta, cuyos efectos residuales andan por ese presente y echan luz sobre los hechos de 1987. El único camino es investigar, etimológicamente seguir las huellas, y prestar oídos a quien en la trama puede dar cuenta de lo sucedido, como Adela. Una novela para trabajar como lector y para hacer trabajar la memoria. Una novela documental que se esconde bajo la acción que el autor domina como el buen dramaturgo que también es.