Steven Millhauser (Nueva York, 1943) es un novelista y escritor de relatos cortos estadounidense. Estudió en las universidades de Columbia y Brown, y durante muchos años ha enseñado Literatura en Skidmore College. Entre sus obras se destacan: “Edwin Mullhouse” (1972), “Martin Dressler: Historia de un soñador americano” (1996); ganadora del Premio Pulitzer de Ficción y finalista del National Book Award; “August Eschenburg” (1986 – Interzona: 2004/2020), “Museo Barnum” (1990 – Interzona: 2020) y “El lanzador de cuchillos” (1998 – Interzona 2021).
“Otros, reconociendo la atracción y el éxito de la nueva empresa, alegaban que la magnitud de ese éxito era perturbadora, pues muchos clientes eran reacios a alejarse de los deleites del renovado emporio y manifestaban decepción o irritación cuando regresaban a la calle.” (“El sueño del consorcio”: 120)
Steven Millhauser construye mundos “fantásticos”, alucinantes en los cuales los proyectos de artistas, ingenieros, inventores o empresarios se basan en general en la proliferación de réplicas ya sean autómatas (“El nuevo teatro de autómatas”) que pueden imitar y reproducir al detalle y en la complejidad todos los movimientos humanos; una inmensa tienda (“El sueño del consorcio”) en la cual se exponen y venden réplicas extraordinarias de diversos objetos, monumentos y espacios completos o un parque de diversiones (“Paradise Park”). También se encuentran espectáculos extremos que generan a la vez fascinación y rechazo (“El lanzador de cuchillos”), mundos en los cuales existen alfombras mágicas (“Alfombras mágicas”), una especie de secta relacionada con los bosques, la noche y la luna que se empieza a propagar entre las adolescentes (“La hermandad de la noche”) entre otros.
Varios cuentos incluidos en “El lanzador de cuchillos” tienen como centro a construcciones laberínticas en las cuales los “consumidores” recorren a la vez con admiración y espanto. Estos espacios creados juegan por lado con la mímesis, es decir, la reproducción exacta de objetos, espacios, etc. Pero también son importantes las escalas: lo miniaturista en el caso de los autómatas y lo hiperbólico en la tienda y en el parque de diversiones. Sin embargo, la mimesis suele ser un primer paso en estos proyectos que derivan en los extremos, en la ruptura de los límites y de esta forma rompen con la idea de copia: los autómatas y sus representaciones introducen lo monstruoso y fantástico:
“… los nuevos autómatas no pueden imitar los movimientos de los seres humanos… carecen de gracia… son feos e ineptos. No parecen humanos. Más aún, los nuevos autómatas parecen autómatas.” (“El nuevo teatro de autómatas”: 96)
De igual manera sucede en uno de los últimos proyectos de un parque de diversiones:
“En un dramático adiós a la réplica meticulosa, Sarabee presenta a los clientes de su nuevo nivel subterráneo un mundo escrupulosamente fantástico… Oímos hablar de paisajes oníricos con gigantescas flores de pesadilla y animales alados imaginarios, de columnas impalpables y discos de luz comestibles.” (“Paradise Park”: 158)
Se trata de imaginaciones, obras de arte al fin, que trabajan con la confusión y el asombro y en este sentido recuerdan a los laberintos de Borges, pero también a esos mundos que construye Levrero, sobre todo, en “La máquina de pensar en Gladys”.
Estos son algunos de los mundos que el lector puede encontrar y como los personajes, perderse, fascinarse u horrorizarse. Sin embargo, la forma en que están relatados estos cuentos es central. Muchos tienen un narrador en primera persona plural que representa a un personaje que pertenece al mundo, a la ciudad en que transcurren los hechos. En general, toman la forma o el registro casi histórico o periodístico lo cual hace tomar cierta distancia temporal y, además nos introduce en una narración armada a partir de “rumores”, de lo dicho por “testigos”, de lo que “oímos hablar”, de lo que sostienen o argumentan distintas voces que el texto expone como si fuera una argumentación o la reconstrucción de un tiempo lejano, perdido y del que perviven las ruinas en el recuerdo. Se trata de narradores que indagan sobre estas realidades: narran describiendo, reflexionando y trayendo otras voces. Por esta razón abundan los conectores que establecen causas, que expresan orden u objeciones, así como las enumeraciones exhaustivas de lo que se yuxtapone en estos espacios babélicos. Por ejemplo, en “El nuevo teatro de autómatas” toma la forma de una historia del arte, de la biografía de un artista, pero también la de un esbozo de una teoría sobre el arte cercana a las propuestas de las vanguardias con la ruptura de la mímesis y la exhibición del artificio.
Quien lea “El lanzador de cuchillos” se sorprenderá con cada cuento, con estos mundos fantásticos que son construidos por artistas, ingenieros o empresarios y experimentará la confusión de los personajes al seguir las formas en que los narradores intentan indagar en estas realidades, pero sobre todo se encontrará con la indecisión que caracteriza al misterio, con lo que provoca a la vez fascinación y sospecha: “Podemos tratar de explicarlo, pero lo que nos atrae es el misterio.”