Luego de una espera de años, la editorial Interzona editó el clásico de Steven Millhauser, El lanzador de cuchillos, publicado antes en español por el sello Andrés Bello en 2001. Con la excelente traducción que Carlos Gandini había hecho para aquella edición, tenemos la oportunidad de acceder a este clásico contemporáneo del cuento fantástico, a veces siniestro, a veces incluso en el género terror.
Uno de los puntos más altos del libro es el cuento que da título al libro, “El lanzador de cuchillos”. En él desarrolla una premisa simple que culmina en un aspecto complicado de la condición humana: Hensch, el famoso lanzador de cuchillos, lleva su acto a un pueblo pequeño. El narrador, que habla desde un “nosotros”, expresa la expectativa y el miedo sobre ese espectáculo. El lector no entiende bien por qué sucede eso, hasta que se desvela, sobre el final del relato, el verdadero significado que tiene ese acto circense.
En el libro se hace evidente la fascinación de Millhauser por la infancia, en particular la facilidad con la que los niños superan esos cambios entre la realidad y la ilusión que son tan problemáticos para los adultos. "Alfombras mágicas" y "Clair de Lune" contienen elementos mágicos que reconocemos de inmediato como ocurrencias imaginativas que aún no se han marchitado por las aridez del pensamiento adulto. En este sentido, la más rica y paradigmática de las historias es "La hermandad de la noche", en la que Millhauser adopta una de sus usuales voces narrativas: el afable archivero de una pequeña ciudad que se explaya sobre lo que ocurre en el pueblo, narrando en primera persona del plural.
Parece que las adolescentes salen de noche en bandas, buscando "lugares oscuros y secretos". Se sospecha de brujería, y también de diversas perversiones sexuales. "¿Qué haremos con nuestras hijas?”, se preguntan los adultos. Cuando se revela el secreto, al principio se puede sospechar que es una broma sobre las adolescentes y sus costumbres. Reflexionando, descubrimos significados más complejos, relacionados con la privacidad, el santuario y la incognoscibilidad de otras mentes. Es una historia encantadora e inquietante, cuya aparente sencillez enmascara su verdadera profundidad.
'' La hermandad de la noche '' marca en cierta medida un nuevo territorio para Millhauser, al igual que el curioso '' Vuelo en globo, 1870''. El autor, en otros libros, ya ha empleado imágenes de volar y hundirse para representar el movimiento que se da en las zonas de la imaginación, y por lo general eso va de la mano de un sentimiento de liberación, de escape del pensamiento terrestre banal. En "Vuelo en globo, 1870", por el contrario, el ascenso a regiones superiores está relacionado con ideas de esterilidad y muerte. París está sitiada por el ejército prusiano y dos franceses han abandonado la ciudad en un globo para pedir ayuda. Elevándose hacia el cielo, el narrador exclama: “¡Aborrecibles alturas! Aquí solo existe la muerte de los sueños, la oscura risa de ángeles caídos con alas de azufre. Una terrible indiferencia me invade”. Un poco más tarde, llama al cielo “una náusea azul”. Se calma fijando la mirada en cosas reales: mimbre, cuero, hierro, cuerda.
Eso que Millhauser parece celebrar con tanta frecuencia: la capacidad de la mente para flotar a la deriva, a volar, aquí se convierte en un evento aterrador, un destello de la nada, y solo un eventual regreso a "la confusión humana" ofrece alivio.
Si estas historias sugieren nuevas vías de pensamiento en la ficción de Millhauser, otras son reelaboraciones de temas que él ya ha explorado. Uno, "El nuevo teatro de autómatas", se hace eco, pero también se expande significativamente sobre una maravillosa historia llamada "August Eschenburg", editada hace años también por Interzona, donde se describía la vida y obra de un brillante diseñador alemán de diminutas figuras mecánicas. En "El nuevo teatro de autómatas", conocemos a otro genio alemán, un fabricante de autómatas llamado Heinrich Graum. Rechazando la convención de convertir a los autómatas en imitaciones de los humanos, se le ocurre una idea radicalmente nueva: Los nuevos autómatas sufren y luchan; pero sin tener, ni pretender hacerlo, el alma de los seres humanos. Estos autómatas tienen el alma de criaturas mecánicas, que se han vuelto conscientes de sí mismas. Sus luchas son luchas de un reloj, su sufrimiento es el sufrimiento de los autómatas.
Millhauser teje en esta extraordinaria historia ideas de decadencia, de mimesis, de identificación subjetiva con construcciones artísticas. Él plantea un complejo de preguntas complicadas, que ``no son imitaciones de nada '' sino que ``son solo ellos mismos ''. Esta es quizás la historia más fuerte de la colección, una que nos recuerda que cuando se explora la relación que tenemos entre los productos y proyecciones de nuestras propias mentes, Millhauser no tiene igual entre los escritores contemporáneos.
"El sueño del consorcio" combina la creación de un mundo fantástico con el tema del deseo del consumidor, que a su vez se describe como una forma de soñador peligroso. Aquí está la tienda departamental que sirve al autor como su sitio de ilusión, una tienda departamental que vende cascadas, ruinas, tractores, túmulos funerarios vikingos, incluso réplicas de pequeños países europeos: el consorcio intuye que los estadounidenses disfrutarían de la conveniencia de visitar Europa directamente en automóvil o autobús, comprendiendo el deseo secreto del comprador: apropiarse del mundo, poseerlo por completo. Aquí hay un sentido del humor agudo, así como una actitud profundamente escéptica hacia el implacable impulso estadounidense de expandir para siempre los límites de lo comprable.
Soñadores, inventores, artistas, magnates, ilusionistas: creadores de todo tipo son los ciudadanos de los mundos ficticios de Millhauser, y todos van demasiado lejos. Cerca del final de "Paradise Park", una historia sobre un hombre que construye un parque de diversiones que indigna al público que estaba destinado a entretener, surge una cuestión que parece central en el trabajo de Millhauser, y especialmente en esta colección de relatos: hay ciertos tipos de placer que, por su propia naturaleza, buscan formas cada vez más extremas que culminan en el éxtasis negro de la aniquilación.