O'Jaral es un traductor de best sellers para un editor pirata. Acepta a regañadientes que lo contrate un consorcio para buscar a su hermanastro, que forma parte de una organización disidente. Los conflictos sociopolíticos e ideológicos son un elemento central de la quinta novela de Marcelo Cohen, El testamento de O'Jaral, que fue publicada en España hace 26 años y ahora Interzona lo hace por primera vez en nuestro país.
Su argumento se desarrolla en una democracia concentracionaria que se da en el futuro. Acertadamente se destilan la ciencia ficción y el fantástico en este libro, donde la paranoia del héroe y la compleja estructura social ─que recupera a los indefinidos sociales de los relatos de El fin de lo mismo (1992)─ constituyen dos de sus rasgos característicos.
Desde el punto de vista social, la fragmentación es la norma en Talecuona, ciudad posindustrial en donde ocurre la acción. En su sociedad entran en juego varios parámetros, pero hay dos que se destacan: el factor político y el económico. Con relación al primero, además de la presencia fantasmal e intermitente de figuras pseudodivinas, “Los de Arriba de Todo”, que están en la cúspide de la pirámide como una clase superior (“Ellos”), se encuentran los políticos, los grupos de poder que son los consorcios, y la policía. El contrapoder está representado por las distintas tribus subversivas urbanas. Entre ambos, un conglomerado social heteróclito está compuesto por los “normalizadores”. Categoría ambigua, se trata de jóvenes extranjeros que afectarán a la tranquilidad de la fonda La Garnacha donde vivirá O'Jaral. En cuanto a los pobres, obviamente encontramos a los indefinidos sociales en esta categoría. Por debajo de ellos están los “borradores humanos” (pordioseros y vagabundos) y los “muertos”, que se dedican a la introducción de una droga fantástica, “la Gruesa”, que permite proyectar imágenes mentales en varios soportes, en particular en las pantallas de los anuncios oficiales. En la sociología fantástica de Cohen, todo es posible. Además, no es necesario insistir en la categoría “consumidores”, porque todos los ciudadanos son consumidores: todos consumen discursos, productos, medicamentos...
Junto a la extrema complejidad de la sociedad de Talecuona, vemos un paralelo en la organización política. Sabemos que la influencia de Los de Arriba de Todo es tan sutil e indiscernible como el mismo hecho de que los consorcios están presentes y son poderosos en el país anónimo donde se da la acción novelesca. En cuanto a los poderes supraestatales, solo al principio de la narración se indica la existencia (tal vez como institución del pasado) del “Cuerpo Interamericano de Seguridad” ─que nos recuerda, por supuesto, en Insomnio (1985), a la Liga y a su Fuerza Interamericana─ destinado a “exterminar” a los grupos subversivos. Puntualicemos, porque no lo hemos hecho aún, cuál es la apuesta política mayor del país en la novela: formar parte o no de un sistema multinacional llamado “Panatlántico”, constituido por treinta y ocho países, el “grupo de los países de Punta” o “Grupo de los Treinta y Ocho”.
La sociología fantástica de Cohen propone una renovación en el marco de las ficciones paranoicas. En realidad, no se trata de un detective que vaya desvelando enigmas o mensajes encriptados para encontrar a los culpables y descubrir las estrategias y planes de los conspiradores. Según Betina Keizman, El testamento de O'Jaral presenta a un héroe paranoico en busca de una revelación trascendental. La crítica destaca el hecho de que, en la novela, todo pasa por las percepciones del protagonista. O'Jaral aborda el complot desde su intelecto y sus sentidos mientras espera el “conocimiento” místico que lo cambiaría para siempre. Tanto es así que la mirada del personaje aleja la novela de la conceptualización del complot como un enigma. Keizman postula entonces que la forma que adopta el complot fantástico en El testamento de O'Jaral es la de una puesta en escena, una dramatización en la que O'Jaral ocupa el lugar de espectador e intérprete del complot en el sentido de que desempeña un papel (más que el de quien interpreta en el sentido de explicar y descifrar).
El problema de O'Jaral es precisamente que intenta, con su percepción totalizadora, encontrar un orden, un sistema que justifique el mundo, mientras que el mundo que lo rodea está en perpetuo movimiento, está disgregado, es múltiple y multiforme. La sociedad de Talecuona es, en efecto, un mosaico infinito de categorías sociales.
Por último, cabe destacar que en la novela surge una “modulación” democrática: la “democracia concentracionaria”. El sintagma es prácticamente un oxímoron: por un lado, la democracia, que debería representar el régimen político que otorga más libertad al pueblo (por su significado etimológico: “el poder del pueblo”), por otro, el adjetivo concentracionario, que alude a los campos de concentración. En la ficción coheniana, este sistema combina dos rasgos totalitarios: el confinamiento y el exterminio. Los ciudadanos “periféricos” de Talecuona no pueden salir de su zona (para transitar hacia el centro) o serán exterminados por la policía. Como el sistema depende de los consumidores, el exterminio puede afectar tanto a los discapacitados como a los pobres o a los indefinidos sociales: “[...] el Estado sabía que la duración de la democracia concentracionaria dependía de los consumidores, y con los que no podía incorporar al consumo nunca sabía bien qué hacer, y en el fondo soñaba con exterminarlos”. Es un Estado represivo y violento que se guía por los principios de una economía feroz y deshumanizada.
¿Sueñan las novelas con totalitarismos reales? A este incómodo interrogante, la novela de Marcelo Cohen parece contestar afirmativamente.
15 de diciembre, 2021