Sergio Bizzio asegura que no suele releer sus propios libros por temor a deprimirse. Pero cuando Interzona anunció la séptima reedición de Rabia, una novela elogiada por César Aira y Rodolfo Fogwill, tuvo que afrontar la tarea y quedó gratamente sorprendido: "Me gustó mucho, no tuve que tocar ni una coma", cuenta. Este año, Editorial Mansalva publicó Dos fantasías espaciales, un libro que contiene un par de excelentes relatos. Aficionado a la música, Bizzio tuvo hasta no hace mucho una banda experimental llamada Supersiempre y acaba de lanzar un disco particular, inclasificable, titulado Música para pensar sentado.
Tengo la sensación de que el tiempo pasó nada más que para mí, en tanto que Rabia es una novela que se mantiene fresca y en forma. Claro que menciono esta sensación y esta apreciación solamente para responder a una pregunta, porque la verdad es que nunca la releí, hasta hace un par de meses, cuando el editor me dijo que iba a hacer esta edición conmemorativa y me pasó el archivo para ver si quería corregir algo. No corregí nada, pero me llamó la atención lo que había cambiado yo como lector. La claridad, una cierta precisión, el carácter visual de la novela, todas las cosas que me hicieron vacilar mientras la escribía son ahora las que más me gustan. Y eso me pasa con todos los libros de todos los autores que releo.
Si alguna vez me hice una pregunta con relación a la idea que se me acababa de ocurrir, debió ser la más básica de todas: "¿Cómo cuento esto?".La idea de Rabia apareció de golpe, sin ninguna masticación previa, una noche en la que yo pasaba por una esquina en la que hay una de esas enormes mansiones que son todavía usadas como vivienda particular. Pasaba muy seguido por esa esquina y veía siempre una única luz prendida, a veces en la planta baja, a veces en el segundo piso. Pregunté quién vivía ahí y me dijeron que una anciana con una mucama que la ayudaba, y lo primero que pensé fue que en semejante casa podría vivir oculta una familia entera sin que la anciana y la mucama se enteraran. Toda la novela apareció en ese momento. Nunca más volvió a pasarme algo así, por suerte. No hay nada más difícil que escribir si uno sabe a dónde va. De hecho, no me resultó nada fácil escribir las primeras líneas. Las primeras líneas me llevaron casi tanto tiempo como la novela entera.
La película que se hizo sobre Rabia me resultó desconcertante. Supongo que es lo mismo que siente cualquier otro escritor con el pasaje de su libro al cine. Cuando el cine agarra un libro, lo comprime, lo retuerce, lo condensa. Igual creo que es una buena película, aunque la cara del actor principal sea lo único que se acerca a lo que yo tenía en mente. Es una versión, por supuesto, es la versión de otro, y está bien que sea así, pero no deja de resultar desconcertante. Mariconadas de escritor.
Todos los recursos y procedimientos del cine vienen de la literatura. El cine no inventó nada. Hablaba de esto el otro día con un amigo. El encuadre, la división en episodios, la panorámica, el punto de vista y el flashback son todos recursos que el cine tomó de la literatura. Lo único que inventó el cine es lo peor de cualquier rodaje: un tablón sobre caballetes donde decenas de personas se reúnen a comer medialunas y a contarse lo que vieron la noche anterior en televisión mientras el director se devana los sesos en busca de un encuadre. Para hacer cine hay que nacer director, así como para escribir poesía hay que nacer poeta. Acá hay unos cuantos directores y directoras de verdad, algunos incluso de genio. Yo, desde luego, no lo soy. Soy un escritor que a veces dirige, y nada más. No me gustan las reuniones, ni los scoutings, ni las preguntas sobre el sentido o sobre cómo hacer tal o cual cosa. A mí me gusta inventar sobre la marcha. Pero el cine es caro, hay un ejército esperando indicaciones, y se necesita un plan. Hasta el delirio tiene matriz. No sé cómo hacen.
Nunca sé en qué va a terminar lo que estoy escribiendo. No sé si va a resultar un cuento o una novela, no es algo que pueda elegir. Un día mi hijo y yo escuchamos una de esas noticias regulares sobre el descubrimiento de un planeta en el que podría haber vida inteligente, con el pequeño problema de que alcanzarlo llevaría cien años de viaje. Mi hijo encontró la solución: "Durante el viaje tiene que ir naciendo gente". Lo único que hice yo fue alargar el viaje a trescientos años. Así que la quinta generación de los nacidos en la nave llega a destino, pero totalmente transfigurados, tal como imaginamos desde siempre a los extraterrestres. Eso es "Viaje al único". El otro relato de Dos fantasías espaciales, "Estancia", es un poco más terrorífico. Aparece primero en el libro, pero lo escribí después. La trama se me fue ocurriendo a medida que avanzaba.
Soy un lector muy desordenado. Leo libros, no obras. Si algo no me gusta, lo dejo enseguida. Es una pérdida de tiempo seguir adelante con el libro equivocado. Además, leer cosas que no nos interesan envejece mucho.
No decidí ser escritor. No sé cómo fue que terminé siendo un escritor. Yo quería ser músico. Me gustaba leer. Vivía en un pueblo donde no había librerías ni disquerías, así que iba leyendo los libros que había en casa, pero lo que más me gustaba era escuchar música y componer. Eran composiciones mentales. Imaginaba los sonidos y las melodías, y cuando tenía una cierta cantidad de temas editaba un disco: dibujaba la tapa, elegía una tipografía y escribía las letras en el sobre interno. Excepto esto de dibujar la tapa, todo lo demás lo sigo haciendo. No hay nada mejor que imaginar sonidos.
Escribo casi todos los días, pero muy poco, entre quince minutos y media hora. Y de golpe algo cuaja, algo me entusiasma y ocupa todo mi tiempo. Es una lástima para mí que eso suceda tan pocas veces al año.
Para mí no es la ejecución lo que cuenta, porque no sé tocar, sino la musicalidad. En otras palabras: puedo tocar cualquier instrumento, pero nada convencional. Desde muy chico me gustó imaginar sonidos y componer melodías mudas. Debo ser el autor de más discos imaginarios del mundo. Hace unos años me propuse pasar de la música muda a los instrumentos, contraté siete jornadas en un estudio de grabación y toqué todo lo que había por ahí. Incluso me atreví a cantar. Después lo edité. Es un trabajo muy parecido a la edición de imágenes. El mes pasado decidí publicarlo, estimulado por unos amigos músicos que lo escucharon y principalmente por Nicolás Moguilevsky, que no sabe nada, igual que yo, y que me dijo que el disco era extraordinario. Lo titulé Música para pensar sentado. Diría que son composiciones instantáneas o improvisaciones editadas. Me gusta mucho. Ese disco es lo mejor que escribí.
Villa Ramallo, 1956
Bizzio escribe narrativa y es dramaturgo, poeta, guionista y director de cine. Su novela Rabia salió por primera vez en 2004 y acaba de reeditarse. También publicó El divino convertible (1990), Era el cielo (2007), Aiwa (2009) y Borgestein (2012). Es autor de las obras de teatro Gravedad (1999), La China y El amor (1997), las dos últimas en colaboración con Daniel Guebel. Dirigió Animalada (2001), No fumar es un vicio como cualquier otro (2005) y Bomba (2013)