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Sergio Bizzio: "Vivo encerrado y haciendo lo que me gusta"

Por Diego Manso / Luego de estrenar su segundo largometraje, "No fumar es un vicio como cualquier otro" y reeditar "Rabia" y "Era el cielo", dos de sus novelas emblemáticas, el escritor argentino cuya obra ya puede considerarse esencial para la narrativa argentina de hoy, refrenda su condición de outsider e indaga en sus métodos e influencias y repasa las tensiones entre el cine y la literatura.

Veinte años después de su primera novela, El divino convertible (Catálogos) –que hoy alguien vende en Mercado Libre por doscientos pesos, cosa de que al comprador le quede bien clara la categoría legendaria que ha cobrado el opúsculo–, lo menos que se puede decir de Sergio Bizzio es que la totalidad, su obra ya puede considerarse esencial para la narrativa argentina de hoy. No ha conseguido Bizzio ese rango a fuerza de hacerse ver en cócteles o presentaciones ni dándose aires de conferenciante ni abrazándose a los eslóganes de ninguna academia ni interviniendo en los medios con asiduidad: Bizzio simplemente ha escrito una obra que, entre novelas, relatos, poemas y piezas teatrales ya suma 21 libros (un par escritos en colaboración con Daniel Guebel). Pero si la valoración crítica de ese corpus es una tarea que recién ahora se acomete (ver “El efecto de realidad”), el estreno de su segundo largometraje, No fumar es un vicio como cualquier otro , viene a complejizar todavía más la figura del escritor, porque Bizzio también es guionista y director de cine. Y aunque él le adjudique a esta faceta cierta “lateralidad”, se dirá que el cine, como fascinación, pero también como oficio, es una constante de su obra narrativa. No parece casual que Bizzio sea, entonces, uno de los escritores argentinos más adaptados (si no el más) a la gran pantalla: Adiós, querida Luna (Fernando Spiner, 2004) se basa en la pieza teatral Gravedad ; XXY (2007, Lucía Puenzo), en el cuento “Cinismo” incluido en el volumen Chicos (Interzona), lo mismo que Un amor para toda la vida (Paula Hernández), de próximo estreno y reedición por separado en Mansalva. Mientras tanto, su novela fundamental, Rabia (reeditada por Interzona), fue filmada en España durante 2009 con producción de Guillermo del Toro y dirección del ecuatoriano Sebastián Cordero.

Realidad (Mondadori) será filmada en Francia por Emilie Deleuze, hija del autor de Rizoma , y Era el cielo (también recién reeditada), de la que el propio Bizzio trabajó una primera versión del guión, está en manos de una productora brasileña. Y si todo esto le parece poco al lector, Bizzio integra la banda de rock Súper Siempre con Francisco Garamona, Alfredo Prior y Alan Courtis. Tienen un disco editado, Juicio al perro (2009, Mansalva Tocadiscos).

No fumar... , que puede verse desde este fin de semana en el Cosmos, consiste, según la definición de Bizzio, en “dos historias que no tienen nada que ver entre sí y que no se cruzan nunca. Van en paralelo y entremezclándose, pero los personajes de una y otra jamás se conocen. Una de ellas es la de un matrimonio (Mausi Martínez y Horacio Acosta) de grandes fumadores que acaban de tener un bebé y se dicen ‘tenemos que dejar de fumar’. Y la vida se les convierte en un infierno: están irritables, la abstinencia les hace decirse cosas de las que es muy difícil volver...

¿Y la otra historia?
Es la de una ex modelo que fue muy famosa en los años setenta (María Onetto), que se llama Renata Navarro y que ahora es pintora. Un día está en su estudio con la tele prendida y, por error, anuncian su muerte. Eso la perturba. Quizá porque sentía que estaba muerta, no lo sé. Pero una o dos semanas después decide ir a ver al viudo de la Renata Navarro que murió y termina enamorándose de él (Luis Machín). El problema es que el viudo es un asesino serial.

¿Cuándo la filmaste? 
Hace unos cinco o seis años. Es una película hecha en pésimas condiciones de producción. Por ejemplo: había empezado el rodaje y la producción todavía no tenía las locaciones definidas. A la hora del almuerzo, mientras el equipo comía, yo agarraba un plato con un pedazo de pollo o lo que fuera, un asistente me llevaba un vaso de agua, y salíamos a ver locaciones. Comía en el auto. En la primera semana de filmación se rompió no sé qué bolillero de la cámara, que quedó como congelada en un plano americano. Hasta que vinieron a arreglarla pasaron tres o cuatro días y durante ese tiempo no tuve más remedio que filmar con ese único plano. ¡Unas quince escenas filmadas con cámara rígida!

¿Y todavía tenés ganas de seguir filmando? 
Sí. Ahora estoy planeando para televisión una serie de ocho capítulos sobre la abstinencia. ¿Viste que siempre se hacen cosas sobre las adicciones, pero nunca sobre la abstinencia? El viaje de ida en una adicción no es más infernal que el viaje de vuelta que supone la abstinencia. Quiero registrar ese proceso, seguir a una persona en abstinencia durante los primeros siete días, las veinticuatro horas del día. Quiero hacerlo con el tabaco, con una droga, con el alcohol, con el sexo, con la informática y con el juego. Una serie sobre el infierno de lo que llamamos “cura”.

¿Y vas a hacer otro largo? 
Tengo un crédito del INCAA para hacer una película, que por ahora se llama El triunfo de la oblicua . Calculo que para enero podré estar filmándola. Estoy trabajando en eso. Es la historia de un chico de 19 años que vive en un pueblito de Santa Fe y que escribe un cómic –una especie de novela gráfica, como se dice ahora–, lo manda a un concurso y gana y la editorial lo invita a presentarlo en la Feria del Libro. Se viene en colectivo con la madre, que lo sobreprotege. En una parada a mitad de viaje, mientras la madre duerme, él baja para ir al baño y usa el mingitorio para chicos... Y aparece un enano drogado, con un cortaplumas, que lo enfrenta por insolente, por usar ese mingitorio, teniendo todos los otros libres. Discuten, el enano lo quiere apuñalar, lo retiene en el baño, y el chico pierde el colectivo. Cuando consigue librarse del enano, hace dedo en la ruta y llega a Buenos Aires con el tiempo justo y se zambulle en el único taxi libre que encuentra en la 9 de Julio a hora pico. Y queda atrapado en un coche bomba. El resto de la película es lo que pasa entre el conductor y el chico, en el interior del taxi. Es una obra de teatro móvil.

¿Qué te gustó primero, el cine o la literatura? 
Siempre me gustaron mucho las dos cosas, aunque prefiero escribir. Empecé a escribir de muy chico, tenía 11 o 12 años, pero casi en esa misma época mi viejo compró el cine del pueblo, en Ramallo. Es decir, no teníamos televisor en casa, pero mi viejo tenía el cine. Así que veía cada película muchas veces. Me acuerdo de las películas casi en el orden en que mi viejo las estrenó... Además, al ser el hijo del dueño tenía el quiosco de golosinas a mi disposición. ¡No era poca cosa!

¿Con qué intenciones te venís desde Ramallo a Buenos Aires? 
Vine a estudiar Letras. Ahí lo conocí a Daniel Guebel, en el 76. Un año horrible. Estuvimos cinco años en primer año los dos, nunca pasamos de ahí... Todo era latín, griego, gramática, muy aburrido. Una carrera donde no se hablaba nunca de literatura. Yo aprobé tres materias en cinco años y Guebel me ganó porque dio cuatro... Los dos escribíamos, teníamos gustos más o menos parecidos...

¿Qué leías en esa época? 
Todo, estábamos todo el día leyendo... Por esa época leí Sebregondi retrocede , de Osvaldo Lamborghini, que fue una revelación para mí. Y después empecé a leer otras cosas, a partir del sistema de referencias de Osvaldo. Además, Guebel y yo nos habíamos hecho amigos de tres tipos que a su vez eran amigos, Fogwill, Dipi Di Paola y Miguel Briante. Estábamos siempre con ellos en La Paz, éramos dos chicos de 19 años, ellos tendrían 35, habían publicado o empezado a publicar... Eran nuestros maestros. A veces estaba Lamborghini en la mesa... Nosotros escuchábamos calladitos lo que decían. Pensá que en esa época no había nada, íbamos a un lugar que se llamaba Jazz y Pop a escuchar música y a La Paz a tomar whisky , no había nada más para hacer. Buenos Aires era como un pueblo grande y oscuro. Nos estábamos conociendo en esa época.

¿Cómo era el contraste entre Fogwill, Di Paola y Briante? 
Quique era brillante y provocador. Di Paola era el delirio y Briante la versión gauchesca del mundo. Era muy gracioso lo que pasaba entre Di Paola y Briante, que eran muy amigos y discutían mucho por todo, todo el tiempo. Dipi era más teórico y más culto que Briante y siempre le ganaba, pero uno se quedaba pensando en lo que había dicho Briante.

¿Qué escribías en esa época?
Escribía poesía, era lo único que hacía. Y empezaba a escribir cuentos... En esos años escribí mi primera novela, El divino convertible ... La escribí en el 77 y la publiqué en el 79 con un premio de la beca Antorchas.

¿Y qué fue de esa novela? 
Expiró rápidamente.

¿No la resucitarías? 
La volví a leer el año pasado porque Francisco Garamona, el editor de Mansalva, la quería reeditar. La escaneó y me la pasó para que la corrigiera y ahí estuve... Leí hasta la mitad y me aburrió. La novela contaba la historia de un escritor muy irreverente y muy banal llamado Sergio Bizzio (una novela autorreferencial, anterior a Las curas milagrosas del Doctor Aira ), con un jardinero a su servicio que a su vez se enreda con unos tipos que empiezan a complicarle la vida al escritor. La novela empezaba con un larguísimo reportaje a Bizzio en el que contaba infidencias y anécdotas de Fogwill, de Briante, de Guebel...

¿Cosas reales contaba? 
Algunas. Muchas eran inventadas, por supuesto, una serie de chanzas adolescentes con amigos mayores. Al final están los currículums de todos los nombrados, que es lo que más me gusta. Un Fogwill asqueado de la literatura que termina su carrera como director de cine, por ejemplo. Fogwill odiaba el cine.

Pero él hablaba de las películas que miraba...
Pero siempre de las mismas tres o cuatro que había visto en su juventud. Incluso cuando hablaba de televisión nombraba a María Aurelia Bisutti. La única vez que lo vi mirando una película fue cuando terminé Animalada , que se la fui a mostrar.

¿Y le gustó? 
Le gustó, creo, eso dijo, pero la miró muy a su manera: poniendo pausas, hablando por teléfono, levantándose, puteando por las bocinas... Mirar una película con Fogwill te podía llevar seis horas.

¿Ves en esa primera novela tuya preocupaciones de forma o de contenido que todavía te interpelan? 
Es probable. Muchos títulos de las obras de este personaje llamado como yo en la novela, después terminaron convirtiéndose en título de mis libros...

Como si hubieses estado escribiendo una suerte de autobiografía futura... ¿Por ejemplo? 
Era el cielo , Mínimo figurado , dos o tres títulos de cuentos... Esos títulos aparecían como los títulos de la obra del personaje de ficción.

¿Y después qué pasó? 
Después publiqué una novela que se llama Infierno albino , que no me gusta mucho. Estaba en Paraguay trabajando en un programa de televisión y la terminé allá, apoyado en esos muebles de hotel... Escribía principalmente poesía, mi interés estaba puesto casi exclusivamente ahí. Esas dos primeras novelas fueron como una investigación, no sé cómo decirlo sin que suene mal. Investigación no es la palabra. Eran novelas de tanteo.

¿Qué poetas te interesaban? 
Me gustaba mucho Enrique Lihn en esa época, pero no encuentro ningún rastro de él en lo que hago.

¿Observás influencia de tu poesía en tu narrativa? 
Puede ser. Me gusta trabajar despacio, como una arañita. Y corrijo mucho. Una vez que termino un capítulo o una página, vuelvo al principio y reescribo: rompo la frase que está demasiado redonda, o que suena demasiado “literaria”, tomo un desvío... Me parece que en el fondo son todas cosas sin la menor importancia, pero es así. Escribo mucho “adentro” de lo que escribo. Siempre me acuerdo de la imagen de Nabokov: “Me encanta la página del texto corregido, cuando le crecen alitas azules en los costados, sobre los márgenes”. Mi sensación es la de no tener nunca una frase completa en la cabeza, ni siquiera una frase breve, sino que la voy armando palabra a palabra, siguiendo un ritmo, y casi nunca un sentido. Las frases que más me gustan no tienen ningún sentido.

¿Pero eso no te importa? 
No, creo que no.

¿En qué momento empezás a sentir que la narrativa dejó de ser un tanteo? 
Cuando escribí Son del Africa , una novela por encargo para el Fondo de Cultura Económica. Y también con Planet , que es una novela que a nadie le gustó y a mí me encanta. Es más, unos cuantos amigos se acercaron para decirme que era una porquería.

Hay gente chota, ¡mirá que acercarse a alguien para decirle algo así! 
Y se supone que eso es parte de la amistad...

¿La poesía la relegaste a partir de ahí? 
Escribo menos poesía, es cierto. El lugar de la poesía ya es casi exclusivamente el lugar de la inspiración.

¿Teatro no volviste a escribir después de las obras que hiciste en colaboración con Guebel? 
Con Daniel escribimos “La china” y “El amor”, que publicamos en Beatriz Viterbo como Dos obras ordinarias . Después escribí solo una obra que se llama Gravedad , sobre tres astronautas argentinos abandonados en el espacio. Y Guebel escribió también sus obras solitarias, incluso se animó a dirigir una. Un par de años atrás nos juntamos y empezamos a escribir una obra sobre una mujer inmortal, sus historias amorosas a lo largo del tiempo... Ni siquiera la terminamos. El año pasado se filmó Rabia en España. Me hubiera gustado dirigirla….

¿Te gustó la película? 
Sí, me gustó. La vi acá, el año pasado, en una muestra de esas para distribuidores... No sé si se va a estrenar, porque acá los actores son desconocidos. No sé cómo es el negocio.

¿Pensaste “Rabia” originalmente como una historia de amor? 
No, no la pensé de ninguna manera. Yo pienso mientras escribo. La literatura para mí es contradicción, desvío, las cosas que uno encuentra en el trayecto, que es un trayecto hacia ninguna parte. La literatura está en ese trayecto… En una época yo pasaba siempre por la esquina de Avenida Alvear y Rodríguez Peña, donde hay una casa enorme, de tres o cuatro plantas, con mansarda. Las ventanas de todos los pisos estaban siempre cerradas, las luces apagadas, excepto una: a veces abajo, en lo que parecía ser la cocina, a veces una ventanita en el primer piso, a veces otra en el segundo... Siempre de a una. Un día pregunté quién vivía ahí y me dijeron que una señora mayor con una mucama. Se me ocurrió que ahí podría vivir una familia entera sin que ella se enterara. Y me fui a mi casa y empecé a escribir Rabia .

Pero cuando te apareció la historia de amor tampoco la dejaste de lado...
Avancé inmediatamente con eso, claro. El intruso enamorado de la mucama. Se mete en la casa y vive ahí durante años sin que nadie lo sepa. Pensaba que podía estar escribiendo una versión contemporánea, argentina y urbana de El fantasma de la ópera . Al principio me atrajo la posibilidad del suspenso, el misterio de ese fantasma circulando en una casa y alterando la vida de sus propietarios.

¿El lenguaje de las clases populares que aparece en “Rabia” te parece que es realista o una invención tuya? 
Creo que es bastante realista... ¿Me estás haciendo una objeción?

Te pregunto.
Me parece que el lenguaje de la mucama y del obrero de la construcción es todo lo realista que puede ser, que reproduce el lenguaje coloquial de las clases populares argentinas... Y el lenguaje de los dueños de la casa, que son los que representan la clase alta porteña en decadencia, usan un lenguaje un poquito más florido, más escrito.

¿Rabia es tu novela “de trama”, por llamarla de algún modo? 
Sí, es una novela de escenas, de acciones, de situaciones, no es una novela reflexiva, para nada. Pero yo no siento una diferencia muy marcada entre la acción y la reflexión en mi literatura. Para mí, el recorrido de los personajes es el recorrido de un pensamiento.

Cuando trabajabas en “Rabia”, ¿todavía escribías para televisión? 
Dejé por esa época, más o menos. Escribí muchos años televisión, unos diez años.

¿Eso te quemó mucho la cabeza? 
En general, no. Siempre escribí programas malos. Siempre traté de que fuera nada más que un trabajo, que no hubiera un compromiso estético o intelectual... Escribía tiras diarias, ¿vos sabés lo que es escribir todos los días un libro de televisión? Pero no es sólo eso: son las reuniones, las conversaciones con los productores, no hay nada interesante nunca...

¿Después de escribir cuarenta páginas diarias de una telenovela, podías cortar y escribir lo tuyo con facilidad? 
Lo hacía al revés. Cuando me levantaba trabajaba en mis textos y después arrancaba con los guiones. Lo tenía bastante dominado, no sentía demasiado compromiso ni angustia por nada: lo hacía lo mejor que podía y punto. Era un trabajo. Conozco muchos guionistas que viven todo el año para el programa que escriben: lo ven, lo graban, analizan por qué bajó el raiting ...

Es que no son escritores, son guionistas...
Exacto. Yo no participaba de ese vértigo. Casi ni miraba los programas. Una vez me llamaron para una reunión, a los dos meses de que un programa estuviera en el aire; el productor me dijo muy enojado: “Bizzio, ¿¡qué pasa con esa bendita escalera que los personajes suben y bajan todo el tiempo!? ¡No hay escalera en el decorado!”. Yo no había visto nunca el programa. Daba por sentado que en la casa de los protagonistas había una escalera y escribía escenas situadas ahí. Es una irresponsabilidad de mi parte, por supuesto, pero ¿dónde se ha visto una telenovela sin escalera? ¿Tu novela “Era el cielo” surgió un poco de este trabajo en la tele? Sí, en parte sí. Ese es un mundo que conozco bastante bien. Creo que es el mundo menos interesante del universo, aunque también pasan algunas cosas divertidas. Muchas cosas de Era el cielo las vi o las escuché, como ese productor que dice: “¡Muchachos, se me ocurrió una idea genial que vi anoche en una película!”. Increíble.

Hablemos de lo último que editaste, “El escritor comido”.
Es la historia de un escritor brasileño, Mauro Saupol, que finge su muerte para ver qué se dice de él. Y efectivamente, la noticia de su muerte da la vuelta al mundo a toda velocidad, como esperaba, pero además descubre que su obra y su nombre se olvidan al otro día. En cierto sentido hay algo ahí del relato de Max Beerbohm, “Enoch Soames”, ese poeta ridículo que le vende el alma al diablo a cambio de un viaje a una biblioteca del futuro para ver si sus libros todavía existen… Con la diferencia de que Soames vive en la época de la mitología del escritor eterno y Saupol es moderno y muy exitoso. Soames es un fracasado de la categoría de los malditos que aspira a trascender a través de su obra, y Saupol es chispeante y feliz y lo único que quiere es saber cómo lo ven.

En la novela reescribís o reciclás algunos relatos clásicos de la tradición literaria: Rousell, Conrad, Mann, ¿cómo se trabaja en la ficción con otros textos sin caer en el plagio, la parodia o el guiño para entendidos? 
El protagonista sufre una serie de cambios y transfiguraciones: pasa de la ciudad donde es poderoso a cautivo de una tribu de pigmeos, de la fama al olvido, e incluso de varón a mujer. Así que me gustó la idea de que la novela misma también fuera cambiando. Hay cambios de registro, de escenarios y de género. Pero no me interesa la parodia y por la categoría del “entendido” no siento nada en particular. La verdad es que como se trata de un escritor que construye su obra saqueando a los demás, ¿por qué no contar su historia a través de versiones de otras novelas, todas ajenas?

¿Qué ves de la literatura argentina de estos días? 
Veo muchas líneas rectas y una aspiración bastante generalizada a convertir las cosas en mercancía comunicacional. Es decir: inversión. Pero hay unos cuantos poetas y narradores buenísimos que le oponen su derroche a esa inversión. Su “gasto”.

Cada vez hay menos hueco para ese tipo de escrituras, aunque tengamos cada vez más editoriales independientes, como nos vienen a decir...
Me parece que además hay una preocupación loca por el efecto público, por el “funcionamiento” de las cosas. A mí eso no me interesa nada de nada. Puede parecerte vanidoso esto, pero es la verdad. No me importa. Yo vivo encerrado, escribiendo, haciendo lo que me gusta, miro películas, leo, escucho música… ¿Existe otra forma de escribir? Me mantengo lo más al margen que puedo de las políticas editoriales, no voy a festivales, no participo de mesas redondas, mis amigos escritores (después de las muertes de Fogwill, Di Paola, Briante y Héctor Libertella) son uno y medio...

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