Primero hay una historia de amor como de telenovela de los años 70: él es obrero, ella hace la cola en el supermercado para hacer las compras de otro, de la casa grande: es la mucama. Hay un flechazo.
Después, un costado social: él mata al capataz de la obra donde trabaja: lo ha humillado.
Y ahora ¿adonde va? A la casa de ella, claro, a la casona donde trabaja: una mansión que Bizzio imaginaba como la que hay en Alvear y Rodríguez Peña, en Buenos Aires.
Él entra de incógnito, encuentra un escondite, en altos, donde nunca sube la familia, se acovacha, pasan las horas. Puede estar ahí pero volviéndose invisible, viendo a su novia como si no la viera, olvidando lo que oye, bajando a comer a escondidas, matando las horas leyendo “Tus zonas erróneas”.
Un día la soledad se acaba: vive con él una rata. ¿Se puede querer a una rata? Y la rata ¿corresponderá el amor? No vale contar el final.