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Sobre la esclavitud animal

En Perros héroes, el escritor y ensayista mexicano Mario Bellatin pone en acto una suerte de fábula suburbana sobre el poder, el que se ejerce sobre las personas y sobre los animales, entre los animales y entre las personas, los animales sobre las personas sin evadir las condiciones artificiales que transforman a los protagonistas en partes de un dispositivo.

El libro, publicado por la editorial Interzona, forma parte de la larga serie de obras del autor donde la humanidad no es tan natural y la naturaleza tampoco es tan cultural.
Bellatin nació en México en 1960. Su obra ha sido traducida a varias lenguas y entre sus libros se cuentan La mujer de sal, Canon perpetuo, Efecto invernadero, Salón de belleza, Damas chinas, Poeta ciego, El gran vidrio y Biografía ilustrada de Mishima.
Esta es la conversación que sostuvo con Télam desde la capital azteca.

T : ¿Qué clase de artefacto retórico es Perros héroes? ¿No son los perros la representación misma de un universo domesticado?
B : Interesante que un libro sea apreciado como artefacto. Me hace pensar en algo que es más pretexto que fin en sí mismo. Se suele pensar en los libros como lugares donde hay que llegar, sitios seguros incluso en su propia peligrosidad. Pero el término artefacto le permite al texto mantenerse en la línea de flotación perfecta para que se disparen las interpretaciones. El universo domesticado puede ser una de ellas. En caso de que sigamos por esa línea tengo la impresión de estar frente a una domesticación donde no hace falta ningún instrumento -ni natural no artificial- para ser llevada a cabo. Una domesticación que sólo depende del poder del deseo.
 
T : El hombre inmóvil, ¿es un hombre de poder, de conocimiento, o su poder es menguante, como menguante es un sistema defensivo que en la actualidad sólo se sostenga en animales adiestrados?
B : Tengo la certeza que, como la materia, el poder no se deshace sino sólo se transforma. En la historia nos encontramos con cientos de casos de personajes de poder caídos en desgracia, en donde esa misma decadencia es símbolo de otra faceta de poder. De un poder menos evidente, por decirlo de algún modo, pero no por eso menos contundente. Yo estuve con el hombre inmóvil en dos ocasiones. La primera cuando acudí casi por azar a un anuncio de vente de cachorros Malinois, y la segunda un año después cuando regresé al lugar de los hechos para cotejar cuánto de verdad podía haber en el texto que se había creado en ese lapso. La segunda visita me dejó mudo de asombro. Descubrí que en el texto había una serie de detalles que en apariencia yo recién descubría en esa segunda visita. Esas evidencias me permitieron constatar que la escritura había transitado por un plano no consciente del todo, y que la realidad me devolvía de manera concreta aquello que aparentemente sólo la no conciencia había captado. Es por eso que me apuré en fotografiar una realidad que aparecía como nueva cuando en realidad era algo que había quedó sellado en el pasado de mi cerebro. En ese momento -lo digital era todavía algo incipiente- se podía confiar en la fotografía como una prueba de verdad única y por esa razón me pareció que sólo una cámara podía dar cuenta del fenómeno que estaba experimentando. Pero volviendo al tema de la decadencia del poder, en esta segunda visita en efecto las condiciones de vida del hombre inmóvilparecían haber menguado -la madre había muerto y los hermanos trataban de internarlo en alguna institución pública-, pero allí se encontraban, el hombre inmóvil y su fiel entrenador, mostrando una fuerza mayor de la que yo les había conocido. Estaba ante un caso típico en el que mientras son peores las circunstancias el poder se presenta de manera más rotunda y cruel. De alguna manera recordé a algunos de esos líderes todopoderosos de alguna incipiente nación africana, sentado en un trono rodeado de cadáveres que sus órdenes fueron las encargadas de producir.
 
T : ¿Cómo pensar la vigilancia animal en la época de los drones y las redes sociales?
B : Antes que pensar en un asunto de utilidad creo que debemos primero resolver qué hacer con los animales. Digo, en qué lugar ponerlos. Cualquier esfuerzo que se haga en ese sentido termina siendo de alguna manera absurdo. Desde la iniciativa española de hace algunos años de otorgarle derechos humanos a los mamíferos superiores hasta la abstención de no comer carne. Ya me he topado en dos ocasiones con la situación de preguntar por cómo se montan los caballos y recibir la respuesta de que los equinos no están hechos para el uso del hombre. Parece que lo que está en juego es el tema de la esclavitud animal. Esas mismas personas afirman que uno puede engordar un caballo para destazarlo y luego comer su carne  pero jamás para utilizarlo como instrumento. No sé en qué categoría colocar entonces a los perros que se utilizan como animales de guardia, o a los perros callejeros, o si los hospicios de animales no son extensiones de un tipo de pensamiento de la vida por la vida, convirtiéndose esos lugares en verdaderos campos de concentración donde se mantiene a los animales en un estado de gel que no es de vida ni de muerte. Frente a esto el hecho de utilizar o no a los animales como entes vigilantes me parece que carece de importancia  Y si nos fijamos bien, en la vida contemporánea cada vez  encontramos menos a los animales cumpliendo con una función semejante. Salvo el olfato, que da la impresión que es lo único aprovechable actualmente de un perro. 
 
T : En ese sentido, el hombre inmóvil ¿no sería una suerte de último humanista?
B : Pues quizá el último exponente de la pre-modenidad. El encargado de dotar a los campesinos de la zona la única manera de alarma posible, aparte de los gansos, para cuidar el territorio. Como una suerte de vocero de lo que desea la extrema derecha norteamericana. El hombre inmóvil como el distribuidor a los miembros del tea party de una de sus armas de defensa.
 
T : ¿Por qué ese mapa de América Latina late de forma tan inquietante para el lector?
B : Seguro porque es el deseo del lector el que lo está moviendo. Me parece fascinante la cantidad de explicaciones encontradas. La más recurrente tiene que ver con las bolsas de plástico transparente que manipulan tanto la madre como la hija. En mi segunda visita me enteré de que la labor consistía en guardar en esas bolsas pescuezos de pollos desplumados. Por lo visto esa casa estaba llena de animales, tanto vivos como muertos.
 
T : Finalmente, ¿cómo evaluás a la actual literatura latinoamericana? Dos colegas tuyos llegan a la final del premio Herralde con historias que a mi juicio podrían ocurrir en cualquier parte del mundo.
B : ¿Evaluar? ¿Literatura latinoamericana? ¿Premio Herralde? Desconozco, de la manera más amplia posible, semejanzas instancias. Pensé que nos encontrábamos en un diálogo de cierto rigor. 
 

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