La oportunidad de quedarse escondido en esa casa como un observador que documenta cada rastro, sucedió sin planes. Estaba haciendo el amor con Rosa en la cocina cuando escucharon que lxs dueñxs de casa volvían antes de lo previsto de las vacaciones. José María tenía que escaparse mientras Rosa ayudaba al señor y la señora Blinder con el equipaje pero la tentación de esconderse en el tercer piso de esa mansión, en ese lugar que la familia había abandonado, se ofrecía como un remanso.
Unos días antes José María había matado al capataz de la obra donde trabajaba y era un prófugo que se ocultaba en el lugar más cercano y hasta más obvio: la casa donde su novia se desempeñaba como empleada doméstica pero nadie iría a buscarlo allí porque la posibilidad de pasar años oculto en esa mansión no respondía a la imaginación de nadie.
Rabia es una novela que Sergio Bizzio publicó en Interzona en el año 2004. Cuando se estrenó la película Parásitos en el 2019 era imposible no recordar este texto y sospechar que, tal vez, el director Bong Joon-ho había leído la novela y se había inspirado en el autor argentino. Lo cierto es que ese universo donde el protagonista sometido a la huida de un desierto que ya no es la imagen concreta de tanta literatura nacional sino la manifestación existencial de una vida errante, al margen de la ley de un hombre que no soporta la humillación de ser despedido, se corporiza en ese personaje acechante que convive con la clase social acaudalada como un paria o mendigo dentro de la mansión. Roba la comida de la heladera durante la madrugada y espía a su novia que no tiene la menor idea que José María duerme a pocos metros de su cama.
El relato tiene un nivel de detalle que le da a la escritura el tono de un policial. Siempre tememos que José María sea descubierto aunque no es un personaje que provoque identificación desde su nobleza sino desde su condición desfavorable. Simplemente aceptamos ese punto de vista que nos propone el autor, una tercera persona totalmente emparentada con el personaje que se niega a hablar desde ese yo, desde una primera persona que hubiera roto la posibilidad de analizar el criterio, las artimañas, de poner la mirada en sus acciones, más que en su situación emocional.
En ese procedimiento narrativo se mete Claudio Tolcachir en la adaptación de Rabia al teatro que realiza junto a Lautaro Perotti, María García de Oteyza y Mónica Acevedo, un poco como si José María fuera el personaje y la estructura de su actuación. Él también es un polizón que se vale de la tercera persona para convertirse en personaje. De narrador siniestro a este albañil que piensa como un escritor, que ve a la señora Blinder, a Alvaro, el hijo díscolo y mantenido (la verdadera rata o parásito), a Rosa y al resto de la familia como criaturas que en su observación se convierten casi en las creaciones de su discurso.
José María, interpretado por Tolcachir, habla lxs espectadorxs que vivimos esa intriga, la chance de ser descubierto, la certeza que José María va a intervenir sobre esa dinámica familiar para provocar alguna catástrofe, con el temor a que ese relato se rompa. Tolcachir ofrece una oscuridad minuciosa, una elaboración sobre esa estrategia macabra y a la vez tan ligada a la supervivencia que no podemos llegar a cuestionar. José María es un justiciero cuando Alvaro viola a Rosa pero también es un personaje perverso cuando se aparece frente al hijo de Rosa y le pide al niño que lo llame mamá. Rosa será la verdadera víctima de esta historia, la que tendrá que pagar por la maniobra clandestina de su novio pero mientras tanto Tolcachir se muestra como un narrador capaz de ser habitado por todos los personajes, un cuerpo que soporta todas las voces que quieren invadirlo pero que está del lado de José María aunque lo nombre en tercera persona.
La adaptación teatral supera a la novela de Sergio Bizzio en relación a lo textual. Más allá de que la pieza narrativa es notable, lo que consigue el equipo de adaptadorxs es una mayor concentración de la acción, un nivel de síntesis que vuelve la trama mucho más sugerente. Las escenas que Bizzio necesitaba desarrollar se vuelven obvias e ilustrativas frente a esta propuesta dramatúrgica. La edición del texto para su pasaje a la forma dramática que realizan lxs adaptadorxs es impecable porque todo lo que deciden suprimir está en el parlamento sin ser explicitado. La discriminación que sufren tanto José María como Rosa, la violencia del personaje de José María y su entorno, la manera en que se conocen, todo parece prescindible porque ya está contenido en el relato de ese monólogo que se quiebra en la intromisión de los otros personajes cuando vemos un único cuerpo que siempre se muestra como el cuerpo de un actor.
La escenografía de Emilio Valenzuela se concentra en una escalera y compone la imagen junto a la iluminación de Juan Gómez Cornejo que remite a la desolación, más que a la majestuosidad de la casa, en un una simbiosis con el personaje .
La mansión se convierte en una totalidad donde parece que el afuera sucediera en toda su expansión. La escalera marca la separación entre el mundo de lxs dueñxs de casa y el de ese polizón que los acecha. La referencia a Babilonia de Armando Discépolo es ineludible pero aquí el personaje de José María está lejos de la obediencia. La adaptación de Rabia se sustenta en la ausencia. El acierto de la dirección que comparten Tolcachir y Perotti es que hay un nivel de pasado que entra en conflicto con el presente. Sabemos que la escena ya sucedió, que nada va a ocurrir ante nuestros ojos y lo que nos sostiene es la esencia del relato, la capacidad de la actuación como la fuerza que trae los hechos. Al igual que en el teatro griiego, el fuera de escena hace imprescindible la palabra y quien cuenta no puede eludir el efecto que genera en quien lo está escuchando.
Rabia es también una historia de amor de la que solo queda ese remanente voyeurista cuando José María descubre a Rosa masturbándose. El personaje de Rosa está muy sexualizado, es objeto de deseo y no verla, que nunca tenga un cuerpo en escena, hace de su figura una presa en estado permanente de peligro, al igual que José María .
Las conductas tienen la forma del impulso de esa rabia que a José María lo conecta con la rata escondida en la buhardilla. No es el único intruso, la rata le disputa el lugar y también lo acompaña. Hay en Rabia una metamorfosis, cierta anticipación a esa mutación animal que hoy surge como una alternativa temática en la filosofía y en la ficción. La identificación y la similitud con esa rata pasa a definir la historia. La rabia como una peste, como una propagación es también la manifestación de un odio que reemplaza a la lucha de clases. Porque la soledad del protagonista marca otra categoría del conflicto. José María responde al maltrato que sufre, al hecho de ser despedido, con violencia. Su encierro en la casa de los Blinder lo conecta con una dimensión existencial que se traduce en la descripción de acciones muy concretas. El modo en que José María se desplaza, se adelanta para no ser descubierto, se esconde para espiar a los demás, el montaje que realiza de algunas escenas para que no queden rastros de su paso por el lugar, demuestran un pensamiento y una opinión sobre esa familia. La manera de acercarse a ese niño que considera su hijo, de establecer una relación con dos seres que no han sido atravesados por el lenguaje como la rata y el bebé y que no pueden delatarlo, supone una serie de estrategias. Tener al enemigo en la propia casa es el mayor temor de las clases adineradas y también es un mal del que no pueden librarse. José María toma esa abundancia como un recurso para instrumentar una forma solitaria de venganza en una época donde no existe la ilusión de la lucha colectiva.
Rabia se presenta de miércoles a viernes a las 21, los sábados a las 20 y los domingos a las 18 en Timbre 4