“El problema era que te habías olvidado cómo eras a esa edad.
Ya lo había dicho el ninja: el tiempo había pasado demasiado rápido.
¿Qué buscás en un hombre? […] No sé qué busco, contestó.” (59)
Me parece que hay un tipo de relato bien específico que de a poco adquiere la consistencia de un género posible, y que Electrónica, de Enzo Maqueira (Interzona, 2014), es un ejemplo representativo. Me refiero a una especie de novela sentimental de reconstrucción personal sobre la crisis de los 30 y el fin de la ilusión de la eternidad, una pérdida que provoca, de golpe, tener un pasado al que no se puede volver. Digo sentimental porque todos los problemas en este tipo de relato finalmente rebotan contra los intentos y fracasos sentimentales que atraviesa su protagonista: alguien de 30, en un estado emocional complicado, que durante este proceso de reconstruirse va pasando por varias relaciones o intentos de relaciones con una variedad de personajes que forman una suerte de galería de tipos. Es un relato sobre lo que queda arruinado de uno mismo al descubrirse mortal (ergo fallado) y de la pregunta de si vas a volver a vivir en la intensidad del presente que una vez viviste siendo joven (eterno). Ves hacia atrás y el pasado tiene la silueta de ruinas y, hacia adelante, nadie tiene en claro por qué camino seguir. Vivir el momento en que pasás de ser eterno a ser mortal (ergo, fallado) genera la sensación de que todo fue una ilusión y ya se terminó, y el estado de no dar pie con bola en un mundo que de golpe se vuelve muy confuso. Uno ya no puede reconstruirse desde cero como en un bildungsroman, sino apenas desde las ruinas de lo que se fue una vez.
“Tu juventud termina como una película de John Waters […].
Lo único digno que te quedaba era Gonzalo, aunque eso
había dejado de ser amor hacía rato.” (41)
La droga más potente, más intensa, en Electrónica, es el enamoramiento. El éxtasis, según Electrónica, genera como efecto enamorarte; es una poción de amor como las de las fábulas: después de tomarla te enamorás de lo primero que ves. Y el efecto es prolongado, no se borra al día siguiente, tal vez te pega para siempre. Por eso debe ser que hay que andarle con cuidado: es jodido, deja secuelas. Enamoramiento químico, inducido, indistinguible del real (en definitiva, también pura química). Te produce alucinar con que tenés insectos alados vivos dentro de tu estómago. Corroe tu calidad de vida los días, semanas, meses, años que siguen. (Como a la profesora treintañera que protagoniza Electrónica, con su #1 crush, Rabec, su alumno de 18). Pero probaste. Querés más. Necesitás más. Eso dice la boca suculenta en la tapa de donde sale una lengua aún más suculenta en la que se apoya un corazoncito cien veces más suculento.
“Lo que parecía ser el amor de la vida era, en realidad,
el único amor que te había sido posible.” (35)
Te encontrás con Electrónica y vas sintiendo las mariposas en la panza. En varios niveles. Quedás medio enamorado de ese estilo, del uso hábil y natural que hace Maqueira de una narración en segunda persona, que también es un uso astuto: te involucra con el personaje sin que te des cuenta, se borran los contornos, genera un flash de lectura, como en los libros de Elige tu propia aventura, que te inducen a ser protagonista. Esta segunda persona va abriendo un paisaje interior, y ahí es donde la novela mejor funciona. Como una especie de glitch, de interrupción o de flicker, por instantes la persona cambia a tercera pero sin alterar la continuidad narrativa y luego vuelve a la segunda, como si nada, pero provocando efectos. “Una vez habías visto una película: Irreversible. En un momento apareció una frase que la profesora no olvidó jamás: Le temp détruit tout. Era cierto, pero también mantenía en funcionamiento esas relaciones que no van para ningún lado. O quizás esas mesetas donde quedaban todas tus relaciones, esa nada a donde llegabas siempre, era lo que en Irreversible llamaban destrucción. Te diste cuenta de que el tiempo no mata al amor. Lo convierte en un programa que ya no corre en tu computadora” (22). Con una escritura confiada, el autor induce a su lector a protagonizar el proceso de fracasos y autoreinvención que atraviesa la profesora en su crisis treintañera. Así, apunta a un estilo que mezcla lo pop y lo dramático, los lugares comunes y la noción de que a veces no quedan otros lugares de los que agarrarse para orientarse un poco. Electrónica se anima a un poco de melodrama para subrayar el drama real, particular, que existe en el núcleo, y las verdades chiquitas que van emergiendo a lo largo de un proceso que todo el mundo vive o va a vivir. El resultado suena en una frecuencia curiosa, genuina, y las mariposas aletean en la panza de verdad.
“Siempre habías sido especial, pero no te había servido de nada.” (56).
El asunto central de Electrónica es cómo narrar algo verdadero pero que es de manual: atravesar la crisis de los 30. Por eso, si bien Maqueira explora una época específica (los noventa tardíos, los primeros años del milenio), una ética de la juventud electrónica, una política del cuerpo y de las relaciones, en el fondo eso es el telón de fondo contra el que se desarrolla una historia más específica y más real, la verdadera época interior, personal, sentimental, de la profesora, que está conformada por todo lo anterior pero que no se puede resumir en eso sin perder todo lo que tiene de narrable. El estilo intimista del estilo ayuda al efecto y ayuda a trabajar lo que, sin este grado de intimidad, atentaría contra la novela: si somos de manual, al menos no nos sentimos de manual; si todos vamos a descubrir o ya descubrimos más o menos lo mismo (que nuestra ilusión de eternidad tiene un fin y que un día ya no nos sentimos jóvenes por más que lo seamos), eso no lo hace menos real ni menos válido. Nos volvemos perdidos, torpes, en busca de encontrar quiénes somos ahora. Si hay un lugar común en el que cada persona cae, y si eso puede constituir una experiencia narrable, Maqueira parece apuntar a que la única manera de tratarlo con algún impacto es individualizarlo y a la vez reírse un poco de todo eso, para poder tomarse en serio al personaje y recuperar el impacto personal que tiene cada pequeña revelación común.
“Lo peor de todo, dijiste, era que por más bueno que estuviera Internet
el futuro había resultado ser una cagada.” (54)
Entonces Electrónica es un libro sobre el fin de la eternidad, que se sitúa a los 30, cuando los jóvenes dejan de sentir que son jóvenes. E, insisto, es una novela sobre el amor, específicamente del amor después de los 30, que desde esa edad empiezan a sentir que cargan con un pasado, que algo terminó y lo que empieza es aterrador, porque la sensación de eternidad ya no va a volver nunca más. Por eso se burla y a la vez se entristece con la idea rota de las mariposas en la panza. Es el fin de una eternidad, para la profesora que protagoniza esta novela (ex reina de las pistas electrónicas), pero el fin de una eternidad no como concepto sino parados en un par de all stars gastadas en un departamento que te parece que nunca vas a poder volver a poner en orden otra vez. Detrás del hype y la locura y la electrónica y el bajón de hoy y el punchi punchi electrizante de ayer y el lenguaje saturado y la ironía y las referencias a todo lo pop sobre la faz de la TIerra (que en el fondo es lo que te rodea y te acorrala), y después de ese viaje que es el relato, Electrónica se revela como un libro de una tristeza tremenda. Te deja saltando solo en el centro de una pista vacía que está a punto de cerrar por hoy.