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“Soy una escritora que trabaja con lo que el presente le entrega”: Andrea Salgado

La autora colombiana presenta su nuevo libro El sueño del árbol, en el que se permite jugar con los géneros, la forma y las palabras. Con sus letras, Salgado hace parte de una generación de escritoras que cuestionan las formas tradicionales de la literatura efectiva Por LAURA VÁSQUEZ ROA

Para Andrea Salgado no es incómodo ser considerada parte de una generación de autoras o que se hable de una “escritura de mujeres”. Aunque entiende las disputas de muchas que prefieren que se hable de literatura a secas y no con el apellido de literatura femenina, reconoce que hay temas y formas particulares de ver el mundo que las mujeres han aportado desde hace mucho tiempo, pero que ahora tienen más visibilidad. Por esto, Salgado considera que es absurdo confinar la intimidad de manera peyorativa a lo femenino, como usualmente se ha hecho con la literatura de las mujeres, y cuestiona por qué la escritura de lo doméstico se sigue pensando como algo menor, de nicho.

Además de escritora y periodista, Andrea Salgado es profesora de escritura literaria desde hace 13 años y actualmente es escritora residente del Departamento de Humanidades y Literatura de la Universidad de Los Andes. Con su nuevo libro, El sueño del árbol, nos presenta un juego mestizo de géneros, palabras y formas que se inserta al mismo tiempo en debates muy antiguos como la disputa entre el cuerpo y la razón, así como en nuevas preguntas sobre la identidad, el binarismo del género y las opresiones sobre las mujeres. Todo esto ocurre mientras cuestiona el heroísmo y el individualismo en la literatura predominante. Acompañada de Cus, la perra Labrador que cuida desde hace más de seis meses, habló para ROLLING STONE sobre sus procesos creativos.

Tu libro El sueño del árbol surge en medio del confinamiento por la pandemia y del Paro nacional, ¿qué representó para ti escribir en un momento tan particular?

El libro surge del ejercicio que emprendí como una forma de supervivencia en la pandemia, pero pensando precisamente en que se estaban escribiendo cosas muy de inmediatez en las redes sociales, en artículos, en todo lado, que hablaban directamente sobre los hechos que estaban ocurriendo. Ahí pensé que iba a escribir sobre la naturaleza del amor y que más bien iba a aprovechar la coyuntura de forma emocional. La escritura de El sueño del árbol es un ejercicio de persecución del presente y de ver lo que está ocurriendo en mi cuerpo, en mis ideas, pero no necesariamente hablando de la pandemia y del confinamiento como tal. En esa primera parte, que es casi al mismo tiempo que nos encierran y que se llama “El bolero del cuerpo y la razón”, cubre la primera etapa del confinamiento cuando estábamos pensando que el mundo tal cual como lo conocíamos había terminado y ahí empecé a escribir una historia que hablaba sobre esa separación entre el cuerpo y la razón. La segunda parte, “La flor del plátano” es donde ya estábamos mamados de estar encerrados, de la repetición de ese encierro y creo me pasó a mí y a todo el mundo, que nos volcamos hacia el pasado y comenzamos a recordar muchas cosas, entonces toma esa forma. La tercera parte “El sueño del árbol”, ocurre durante el Paro nacional y ahí si es que es imposible no referirse a la coyuntura, pero la pregunta sigue siendo la misma a través de todo el libro y es cómo hemos creado ese relato que llamamos amor y cómo nos inventamos otros relatos nuevos.

Aunque está atravesado por esas coyunturas tan importantes, el libro llega a temas y debates que hacen parte de otras coyunturas más conceptuales, como la fluidez del género, lo no binario, etc., ¿cómo llegaste a esos temas?

La escritura ocurre mientras estábamos en nuestras casas, encerrados en medio de una pandemia mundial que está cambiando nuestras formas de vida y donde surgen preguntas sobre qué es lo humano, lo que significa el papel que jugamos como hombres, como mujeres, pero el mismo tiempo hay una serie de lecturas que van cruzando también ese presente en el que iba escribiendo. En la primera parte estaba enamorada de un libro que se llama Caza de conejos de Mario Levrero y de El campo, un libro de poemas, de Martín Glaz Serup. Al mismo tiempo empezaron a ocurrir cosas, como que comencé a hacerles entrevistas a líderes y lideresas sociales para un libro encargado por una ONG y también estaba dando un taller de escritura en el que, entre muchas otras cosas, estábamos leyendo sobre la relación entre el ser humano y la naturaleza. Esos libros hacían referencias a las relaciones entre el cuerpo y la razón, haciendo referencia y contraste entre esa división entre el ser humano y la naturaleza, entre lo femenino y la masculinidad, la naturaleza y los cuerpos… Todas estas cosas estaban en diálogo y lo que pasó es que empezaron a confluir. Yo partí pensando que estaba escribiendo un ensayo y pienso el ensayo como la mente que se va a la deriva con una pregunta, con una idea, con una imagen y básicamente dejé que la mente se fuera a la deriva y se cruzara con todas las cosas que iba leyendo.

Hay una tipología del amor y de las mujeres muy interesante en tu libro, sobre cómo nos construimos como mujeres ante las opresiones patriarcales y las formas de resistencia. Háblanos de eso.

De alguna manera estaba haciendo referencia a esos feminismos de provincia que no se nombran. Y es que antes de que viviéramos este momento tan importante, existieron otros feminismos y fueron las formas en las que nos enseñaron nuestras madres y algunos de nuestros padres a sobrevivir, que básicamente consistía en que teníamos que infiltrarnos de alguna manera, ser como los hombres, vivir como ellos y de esa manera resistir a esa dominación, obtener recursos para sobrevivir sin depender directamente de ellos. En el libro aparece una tipología que dice que existen tres tipos de mujeres: las esposas, las mozas y las putas. Y luego esa niña que narra añade a la tipología otras dos: las mujeres hombre con plata propia y las mujeres placa de mármol gris, que son indiferentes y castigan con el silencio. Y en algún punto de ese relato del patriarcado, tal vez las opciones menos peores eran la de ser la mujer hombre con plata propia o ser una mujer fría y dura que se resiste a esas formas de dominación. Así nos infiltrábamos, nos igualábamos, nos resistíamos a ellos. Esta forma de vida me hizo, nos sigue haciendo mucho daño.

“El texto es un intento de no ser un héroe. No quiero ser un héroe, ni una heroína porque creo que nuestro relato de heroísmo está en decadencia y es el causante de la opresión de todo tipo: del Planeta, del ambiente, de los cuerpos de las mujeres, de todos. Tal vez lo que necesitamos es inventarnos una nueva forma de relato”.

El libro tiene una forma muy particular que tiene poesía, cuento, ensayo, ¿cómo surgió ese híbrido?

Si uno piensa en la idea de una escritura anterior, como la llamaría Peter Handke, es decir, volver a vivir lo vivido mientras se escribe, creo que yo no pensé previamente qué iba a ocurrir con este libro. Incluso hasta el punto en que cuando terminé de escribir el último fragmento, me tomó un tiempo entender que había armado algo completo, no que estaba trabajando distintos fragmentos separados. En el fondo de mi cabeza, sin que fuera un plan, estaba resonando una idea y es que la narrativa que más consumimos, la narrativa realista, está construida sobre un formato que siempre de alguna manera nos termina llevando hacia dos caminos: a que alguien supere las dificultades o a que alguien se hunda en esas dificultades. Está sostenida sobre el heroísmo, sobre un protagonista héroe que vemos transformarse y llegar a un punto concreto. Hay una prevalencia del individuo y a mí me parece que esa historia que hemos venido construyendo centrada en el individuo nos está aislando a unos de los otros, nos vuelve a nosotros el centro de ese relato y termina de alguna manera excluyendo todo lo que está por fuera, a los otros. El texto es un intento de no ser un héroe. No quiero ser un héroe, ni una heroína porque creo que nuestro relato de heroísmo está en decadencia y es el causante de la opresión de todo tipo: del Planeta, del ambiente, de los cuerpos de las mujeres, de todos. Tal vez lo que necesitamos es inventarnos una nueva forma de relato.

Tú has dicho que piensas la escritura como un ejercicio de diálogo y de intercambio con los demás, algo que tiene un gran eco en tu faceta como maestra, ¿cómo se relaciona eso con tu escritura?

Yo entrego y la gente va entregando, y en esa medida vamos creando algo. Incluso si me devuelvo a mi primer libro, lo escribí porque mis estudiantes del programa de Escrituras creativas de la Universidad Nacional estaban aburridos. Cuando empezaron a llegaron las nuevas generaciones a escribir, estaban hasta la madre de que solamente pudieran trabajar dentro de los códigos del realismo y que todo lo que leyeran viniera con la etiqueta de lo efectivo. Eran cosas muy masculinas que hablaban de una sola forma de escribir, mientras ellos traían intereses del cómic, del Anime, de los géneros llamados “menores”. Yo siempre he sido aficionada a esos géneros, así que terminé creando para ellos una clase de ciencia ficción que fue la primera que creé de ese tema, en un gran recorrido histórico. El resultado de esa búsqueda fue mi primer libro La lesbiana, el oso y el ponqué, donde jugué con los códigos de las distopías de ciencia ficción, a la vez que hacía un comentario sobre la forma en que vivimos nuestra intimidad y cómo pasa a ser un producto para el consumo.

Entendiendo lo problemático que puede ser clasificar tu escritura como “escritura de mujeres”, pero es un hecho haces parte de un momento donde hay más visibilidad para las autoras y que ciertos temas tienen más presencia. ¿Cómo sientes tu voz ahí?

Las mujeres siempre hemos escrito. Tal vez no nos publicaban y al no tener esa presión que te obliga a escribir de determinadas maneras, encuentro en la escritura de las mujeres un ejercicio de libertad muy profundo. Yo amo a Sei Shōnagon, que escribió en el siglo X en el Japón y uno siente que está escribiendo como si estuviera mirando por una ventana sobre lo que se le cruza en el día tras día. Ella es una de las inventoras de la narrativa en el Japón. Hay mujeres que escriben como hombres y con esto me refiero, citando a Ursula K. Le Guin, a que era un hombre cuando escribía, porque no había otra manera de escribir, en la medida en que lo que la había alimentado como escritora era la historia de los hombres. Entonces, si no conoces si no las historias escritas por hombres, tal vez no puedes escribir de otras cosas. Hay muchas escritoras que se molestan cuando les dicen que hay diferencias entre la escritura de los hombres y la escritura de las mujeres, y dicen que solo hay una escritura.

¿Y con tu escritura cómo te ubicas frente a esta postura?

Yo ahora estoy leyendo a una coreana, Bora Chung, y ella está escribiendo unos cuentos de horror muy impresionantes que se relacionan, por ejemplo, con la menstruación o con lo que significa ser madre. Entonces, sí creo que hay una cantidad de temas que habían sido confinados, aunque ya existían y seguramente siempre han estado escritos, pero que no se publican, de los cuales aún existen prejuicios. Ahora en el mundo literario está muy de moda hablar de que la intimidad es burguesa, es decir intimidad al estilo Virginia Woolf. Ella escribía sobre la intimidad y es una de las grandes escritoras de nuestros tiempos que nos enseñó una cantidad de cosas sobre la escritura y que escribía con una habilidad que llegaba a unos niveles tan profundos de exploración en su propio cuerpo, que confinar la intimidad a la clase social es completamente absurdo. A la literatura de las mujeres se les llama a veces “literatura intimista” de manera peyorativa, como si la intimidad fuera territorio de las señoras acomodadas nada más, como así los pobres no tuvieran intimidad. ¿Por qué la escritura de lo doméstico no puede ser escritura? Es decir, tenemos que escribir historias de héroes que están en la guerra y que cruzan grandes porciones de tierra y la conquistan. Siento que muchas mujeres están usando los distintos géneros en Latinoamérica, el terror, la ciencia ficción, los géneros “menores”, para hablar precisamente de cómo los cuerpos han sido oprimidos, para hablar de esa división del mundo que nos ha hecho vivir en la injusticia.

A mí no me molesta que me digan que soy una mujer y que escribo como una mujer. Me parece fantástico. No sé qué sea eso, pero es maravilloso que no soy un hombre en el sentido del patriarca.