interZona

Steven Millhauser, creador de mundos paralelos

Con traducción de Carlos Gardini Interzona acaba de publicar "El lanzador de cuchillos", un libro de relatos del narrador estadounidense del que ya había editado otros dos libros, August "Eschenburg" y "Museo Barnum".

Nacido en Nueva York en 1943, Steven Millhauser sigue los pasos de Salinger, Thomas Pynchon y, en nuestro medio, de  César Aira, no porque sus respectivas escrituras tengan algo en común, sino porque los tres son reacios a las entrevistas. Millhauser las da con cuentagotas siguiendo quizá la creencia de que lo que un escritor tiene para decir está dicho en su obra por lo que, fuera de ella no logrará  agregar  nada más que resulte interesante.

Por otra parte, su mundo literario anacrónico –dicho esto como elogio y no como crítica en una sociedad en que la novedad está sobrevalorada-  quizá le exija al autor mantenerse a cierta distancia del ritmo vertiginoso que hoy tiene la realidad. Circos, magos, autómatas, maestros en el arte de dar vida mecánica pueblan su obra que parece detenida en el tiempo de los prodigios.

En 1997 ganó el Premio Pulitzer por su novela Martín Dressler y se ha dedicado a construir una obra que parece funcionar a contrapelo de la mayor parte de las narrativas actuales.

El lanzador de cuchillos (que había sido publicado en castellano en 2001), como el resto de su obra es el producto de una imaginación febril que alude a mundos que no se referencian en la realidad cotidiana. Sin embargo, catalogarlo dentro del género fantástico sería un error, si se define lo fantástico como lo extraordinario que irrumpe en lo ordinario. En su escritura no hay tal cosa y El lanzador de cuchillos no es la excepción. Nada ni nadie viene desde afuera a quebrar el orden cotidiano, sino que el orden de sus relatos es sencillamente otro.

En su cuento, “Alfombras mágicas”, para citar solo un ejemplo, la cotidianidad no se quiebra por la compra de una alfombra voladora. Sencillamente, en ese mundo las alfombras vuelan y los niños, incluido el personaje del cuento, vuelan con ellas. La magia se da por sobreentendida. En todo caso lo que se pone en juego es la experiencia de volar más allá de la altura permitida, transgredir los límites de la prudencia desoyendo los consejos maternales. Invirtiendo el orden de lo extraordinario, es regresar a tierra lo que resulta fantástico más que elevarse hasta llegar a las nubes montado en una alfombra.

En este sentido puede decirse que el relato “Habla Kaspar Hauser” es un ejemplo programático del proyecto literario de Millhauser, en la medida en que Kaspar habla ante los caballeros y damas de Nuremberg de otro mundo, aquel en que vivió recluido y que existió como un mundo paralelo al del resto de los ciudadanos. Kaspar pertenece al mundo de lo inexplicable igual que su misterioso asesino, pero ese mundo debe desaparecer para evitar el contraste entre uno y otro como es natural en los relatos de Millhauser “Mi deseo más profundo –dice Kaspar- es no ser una excepción. Mi deseo más profundo es no ser una curiosidad, un objeto de intriga. Es ser anónimo. Convertirme en vosotros, hundirme en vosotros, fundirme con vosotros hasta que no podáis distinguirme de vosotros, ser anodino, no ser nada, experimentar el éxtasis de la mediocridad. (…) A veces siento que me borro lentamente para que surja otra persona, la persona que anhelo, que no se parecerá a mí. Entonces, pienso en mi asesino, cuyo aliento siento por la noche a mis espaldas. Pues cuando ese cuchillo se clave hondamente en mi pecho, al fin dejaré de saber en qué consiste ser Kaspar, pues me despediré de él para siempre.”

En este caso, el mundo extraordinario -por lo infrecuente- de Kaspar será absorbido por el mundo ordinario, porque en los relatos del autor es siempre un solo mundo el que se presenta, en su abrumadora mayoría un mundo fantástico que no necesita explicarse a sí mismo. Lo excepcional, como en el caso de Kaspar está llamado a desaparecer o a convertirse en posibilidad  única.

En una de las pocas entrevistas que concedió figura una por mail otorgada a la revista Ñ. Decía en ella a propósito de su obra: “Que yo vea el mundo como extraño o familiar no es el punto. El punto, creo yo, es el deseo de revelar algo que queda enterrado debajo de las formas convencionales de la percepción y que solamente se puede captar por un abrupto desvío en una dirección contraria. El tipo de escritura que me gusta a mí no convierte al mundo en algo extraño, sino que restaura al mudo la extrañeza que siempre estuvo allí.” Quizá esta sea la razón de que en sus relatos la magia resulte algo natural, que se da por sentado. Si algo restaura de manera definitiva en su obra, es el asombro perdido, el que debe haber sentido el primer hombre que vio el fuego.  Existir, parece decir el autor, es en sí mismo un hecho extraordinario que terminamos por naturalizar como si fuera algo común y corriente. Allí donde no se ve más que algo convencional, habita lo extraño. El último de los cuentos del libro, “Bajo los sótanos de la ciudad” es un buen ejemplo. En las profundidades de una ciudad como cualquier otra hay un mundo subterráneo, una serie de pasajes y escaleras que, según dice una teoría explicitada en el relato, solo existen si se cree en ellos, lo que habla del enorme poder creativo de la imaginación que es el poder que tiene el ciudadano común aunque suele no ejercerlo, reservándolo para el arte. Es que Millhauser  va construyendo a través de sus relatos una teoría de la creación artística, como se puede observar de manera privilegiada  en El nuevo teatro de autómatas, cuento en el que muestra de una  manera muy clara la relación que el creador sostiene con su propia obra, la forma en que respeta la tradición y la rompe para crear algo nuevo, las duras etapas del aprendizaje y las búsquedas muchas veces sembradas de frustraciones, la irrupción de un lenguaje propio que se alimenta del de sus predecesores pero que, al mismo tiempo, se aleja de ellos por un camino propio.

El autor es un maestro de la descripción, cosa que algunos lectores festejan y otros, le reprochan. Lo cierto es que esa minuciosidad de orfebre tiene por objetivo imponerle al lector de una manera convincente el escenario en que se desarrolla lo extraordinario obligándolo a aceptar sin resistencia un mundo nuevo.

Millhauser parece escribir en una lengua color sepia que menciona con frecuencia objetos y costumbres vetustas. Es difícil, por ejemplo, leer el cuento que le da nombre al libro, “El lanzador de cuchillos”, sin sentir que nos encontramos en una ciudad del siglo XIX en la que Internet no es siquiera un sueño y en la que la llegada de  un lanzador de cuchillos puede suscitar una atención extraordinaria y esa vieja práctica de circo puede alcanzar niveles inquietantes y perturbadores de perfección.

Un libro para leer y recomendar a todos aquellos que admitan ser llevados a universos, a “pequeños reinos” que se rigen por leyes muy diferentes de aquellas a las que nos hemos acostumbrado.

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