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Stevenson not dead

El escritor y traductor Guillermo Piro se pone en la piel de un clérigo del siglo XVIII cuya vida queda a la deriva en una barca en el medio del océano. La sombra de Robert Louis Stevenson sobrevuela su última novela, El náufrago sin isla. --- por GUSTAVO ÁLVAREZ NÚÑEZ

De vez en cuando los vientos del pasado nos traen apellidos que portan una huella perdida, una estatua olvidada, un acertijo. Es el caso de Juan Bautista Alberdi y todos los bemoles de sus bases, ahora revisitadas en formato bombástico (¿sabían que sus restos no conviven con los de Jim Morrison en el cementerio parisino Père Lachaise porque la tumba del abogado argentino está vacía?).
Más acá, en el universo de la imaginación, el nombre del británico Robert Louis Stevenson sobrevoló algunos lanzamientos editoriales locales de los últimos tiempos. Por un lado, la imperdible El ojo de Goliat (Entropía, 2022) de Diego Muzzio, novela ganadora de la cuarta edición del Premio Fundación Medifé Filba.
Allí el poeta radicado en Francia hace casi veinte años rescata al Stevenson creador del doctor Jekyll y el señor Hyde, para patentar a principios del siglo XX la puja entre dos modelos psiquiátricos, y de paso revisar cuánto hay de locura en la razón y cuánto de mentira en la verdad. “El ojo de Goliat es una proeza literaria: ajustada, meticulosa, con guiños a autores clásicos y varios niveles posibles de lectura, un puro y majestuoso deslizamiento hacia el horror”, subrayó Federico Falco, parte del jurado y ganador del mismo galardón en una edición anterior con Los llanos (Anagrama, 2021).
“Las consecuencias derivadas de un largo período de exposición al terror son impredecibles. Uno olvida. Olvida quién es y olvida por qué está allí. Olvida a los otros. Olvida material indispensable. Olvida su propia alma”, leemos en El ojo de Goliat. Además, Stevenson se apellida uno de los personajes, un anciano ingeniero que trabaja para un organismo británico dedicado a construir y mantener la red de faros de Escocia y de la isla de Man. Mientras que el protagonista, el psiquiatra Pierce, se jacta de no ser muy amigo de la ficción, salvo de la alta estima que le tiene a El extraño caso del doctor Jeckyll y el señor Hyde.
A principios de diciembre pasado Daniel Guebel presentó la nueva aventura de Guillermo Piro –periodista y traductor, modelo 1960–, El náufrago sin isla (interZona), una suerte de descenso al infierno más temido: terminar arriba de una barca en medio del océano, solo y a la deriva. Para eso tendremos que viajar en la máquina del tiempo hasta mediados del siglo XVIII, en la costa napolitana de donde zarpa un barco con destino a África, travesía a la que se suben un clérigo y su ayudante en pos de sumar fieles en Batavia (hoy Países Bajos).
Sin embargo, lo que sería un viaje hacia el encuentro con futuros fieles, se transforma en un reality tremebundo, una novela de supervivencia donde sobrevuelan la locura y el terror en su faceta más terrenal. Es que un levantamiento de los marinos en medio de la nada cambia ostensiblemente los planes del dúo adoctrinador.
El asistente del cura, Eleodoro, se vuelve loco. Esto desata el temor entre los marinos, quienes ven en el desquicio del religioso un futuro trágico para la embarcación y sus tripulantes. Para que esto no ocurra, deciden deshacerse del enfermo. Aunque esto no termina aquí: el narrador –el cura con 39 años cuando suceden los hechos, Salvador Jorge Armando Miguel Alfonso Santiago Luis Pablo Rosario de Liguria– es también puesto patitas afuera del barco. Pero vivo.
Náufrago a la deriva. El martirio del sol. Quedarse sin raciones ni agua (“bajo ninguna circunstancia beba agua salada”, es uno de los consejos que le dan). El abandono y la soledad. Labios entrecortados. Momentos poéticos (“hasta entonces nunca había presenciado el devenir del día con tanta plenitud”) pese a estar al borde de la muerte. La presencia de un volcán que incide en su viaje hacia el fin del delirio (“la tierra temblaba bajos mis pies”); con el Atlas de micronaciones (Godot, 2021) de Graziano Graziani en el espejo retrovisor (libro que Piro tradujo). El constante crujido de las maderas resecas del bote al mecerse. Y el eterno resplandor de una isla que no aparece.
En tanto, la observación de una fuerza viva que continuamente cambia de forma. Por eso, en el registro de sus días extraviado en el agua, el padre Ligoria puede avizorar que en la belleza de la naturaleza se esconde también el horror: “Solemos creer que en la naturaleza todo se desenvuelve en armonía y proporcionalmente, pero nada está más alejado de la verdad. La naturaleza funciona como un artilugio mal concebido, mal equilibrado, desproporcionado y jadeante, que se mueve con ruido y destruyendo todo a su paso. Lo que llamamos naturaleza es el equilibrio posterior a ese descalabro, lo que con años consigue subsistir, sobrevivir a la destrucción”.

Luisa Valenzuela ha estimado que Guillermo Piro une como un bello Frankenstein a Stevenson con Joseph Conrad, todo sea por un canto a la vida y al horror. Mientras que Edgardo Cozarinsky celebra que Piro recupere el sentido de la aventura y el encanto del azar propios del hacedor de La isla del tesoro.
El mar obliga al clérigo a admitir a una parte de su oscuridad y sumarla. Y, desde esa posición, entregarse a la aventura. Por eso ese desierto en movimiento cobra un valor simbólico. De algún modo, el mar es casi un símbolo de la vida que lo pone ante una situación compleja e inesperada. “Las heridas del cuerpo curan sin dejar señales, pero las heridas del alma dejan la mente envenenada”, leemos.
La actitud frente a esa final que se avecina –no encuentra esa isla que acalle el desvarío– le permite al clérigo a su vez constatar ciertas enseñanzas: “El destino parece ensañarse con aquellos que tratan de evitarlo, como aquel que se empeña en ser poseedor de aquello que insistentemente le es negado”. Es la paradoja de El náufrago sin isla: el ejercicio de sobrevivir despierta cauces vitales adormecidos o ignorados: “aceptar la muerte inminente trae consigo, de manera incondicional, vida”.
Como en El entenado (Alianza Editorial, 1992) de Juan José Saer, la realidad va perdiendo su determinación ante el progreso de lo innominado. Además, la credibilidad del relato del padre Ligoria es puesta en duda a su regreso a la civilización. Más que una crónica –eso que ocurrió, su testimonio–, la requisitoria y la interpretación de lo sucedido ya en tierra desacreditan las peripecias y el suplicio al que se vio sometido. En los últimos párrafos leemos: “Sé que resulta un consejo extraño proviniendo de un religioso, pero a veces la mentira nos acerca al prójimo y la verdad nos aleja”.
Además, en este embate frente a una situación extrema, asistimos al surgimiento de algunas preguntas imprescindibles: ¿quiénes somos? ¿Cuáles son nuestros límites? ¿Hasta dónde estaríamos dispuestos a llegar para garantizar nuestra subsistencia? Es más, todo esto nos pone en la mira de una cuestión mayor: ¿tiene sentido la vida? Consideraciones que asimismo forman parte en estos días de La sociedad de la nieve, película dirigida por el español Juan Antonio Bayona, que narra la tragedia vivida por los rugbiers uruguayos en la Cordillera de los Andes tras la caída del avión que los llevaba a Santiago de Chile en 1972.
En estas semanas también llegó a las librerías la otra faceta de Piro, la de traductor. Esta vez devolviendo a los anaqueles a uno de los grandes poetas italianos de la segunda mitad del siglo XX, Pier Paolo Pasolini. La nueva juventud (interZona), el último libro publicado en vida por Pasolini, reúne todos sus poemas escritos en friulano, su lengua materna. El volumen incluye las poesías de La mejor juventud (1941-53) y una “remake” del mismo libro compuesta en 1974 bajo el nombre de La nueva forma de “La mejor juventud”, a la que suma un apartado inédito, Entusiasmo sombrío.
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Ganador al mejor libro argentino de creación literaria: "El náufrago sin isla" de Guillermo Piro es la obra ganadora del Premio de la Crítica de la Fundación El Libro 2024