Ir hacia las notas como un último testimonio implica recuperar la palabra del suicida. Esa voluntad que elude la interpretación para intentar hablar en primera persona podría ser la estrategia que define el libro Notas de suicidio de Marc Caellas. Este material tiene el formato de un borrador o proyecto, como si se tratara de una propuesta inconclusa sobre la que siempre se podrá volver para agregar otros casos.
Lo más interesante que tiene este libro es su estructura o, más exactamente, su sistema de clasificación: el autor encuadra cada registro previo al suicidio, cada plan que no deja de ser una escritura direccionada hacia una persona en particular o hacia un público o lector (porque narrar el propio suicidio es también un acto estético), en función de su procedimiento, de la técnica utilizada, del efecto que buscaba generar quien decide darse muerte.
Ese primer recurso podría haber funcionado como síntesis para adentrarse en las connotaciones públicas del suicidio, ya que claramente se trata de un acto que implica a un entorno y busca decir algo que no siempre puede comprenderse.
El suicidio tiene una dimensión trágica porque los héroes de la tragedias manifestaban con su muerte una intransigencia con las condiciones de vida: elegir la muerte es poner en cuestión la permanencia de los otros en este mundo. Pero sucede que el autor catalán no consigue evitar algunos análisis que resultan insuficientes; a veces identifica en la nota de suicidio la intención de establecer un marco de lectura sobre la propia muerte que deja espacio para ser discutido.
Cada capítulo expone una breve biografía de un artista (Sylvia Plath, Virginia Woolf y Jean-Luc Godard pertenecen a la categoría de los inevitables pero también rescata los casos de Laura Marx y Wislawa Szymborska) lo que le da una impronta de guía o catálogo. Analizar la matriz de una performance en el acto suicida (este material tuvo su versión escénica en España en el 2020) podría haber sido un elemento estructurante más atractivo que hubiera permitido pensar su dimensión pública a partir del contexto en que esa acción tuvo lugar y las particularidades que instauró esa muerte por mano propia. Pero esta idea queda en un enunciado.
A su favor se podría mencionar que la persistencia de este estilo nos permite agrupar a los personajes reales inventariados en el texto, bajo nuestro propios códigos. Encontramos que algunos tienen en común una impaciencia frente al transcurrir de los días, una sensación de algo irremediable que nunca podrán modificar (Andrés Caicedo), que muchos de ellos se niegan a aceptar una existencia por debajo de sus expectativas (Walter Benjamin), que no soportan el amor no correspondido (Marga Gil Roesset), que no quieren negociar ni aguardar ese momento donde los hechos que los atormentan pierdan valor (Sarah Kane). Para el suicida la noción de lo relativo parece estar totalmente descartada. Tal vez no llegaríamos a ciertas conclusiones si Caellas no se hubiera empecinado en mantener hasta el final un procedimiento que corre el riesgo de agobiarnos.
La preparación de la muerte es lo que sostiene cada una de estas notas como la culminación de un lenguaje que siempre acompañó a los autores. En la sucesión que edita Caellas (este es un texto de montaje y el escritor y artista escénico selecciona situaciones ya existentes para que encuentren una relación nueva) el suicidio se expresa como un largo ensayo para la muerte, que tanto en Anne Sexton como en Pizarnik o Pavese era evidente en sus diarios, cartas y en sus producciones literarias. Hay en el suicida una dimensión del tiempo como destino pero también una consumación que quiere asignarle a ese final un significado. No dejarse arrebatar la muerte es llevar hasta las últimas consecuencias la potencia de decirle no al mundo.
Notas de suicidio, Marc Caellas. interzona, 160 págs.