interZona

Trascender la escritura

En el esclerótico panorama de la edición sobre música contemporánea en castellano (donde brillan por su ausencia textos fundamentales que en otros idiomas ilustran la vida y las propuestas artísticas de tantos genios de nuestro tiempo) si un autor supone una excepción a tal desierto ágrafo, ése es el norteamericano John Cage (Los Angeles, 1912 - Nueva York, 1992), creador del que, poco a poco, vamos disponiendo en nuestro idioma de una bibliografía más que decente para glosar las muchas dimensiones que moviliza un creador total de su fuste y trascendencia.

Como en anteriores ocasiones (recordemos la excelente trilogía que la editora chilena Metales Pesados nos proponía a partir de MUSICAGE: CAGE MUSES on Words * Art * Music (1996), con traducción de Sebastián Jatz Rawicz), es de Hispanoamérica desde donde nos llega un nuevo volumen cageano primorosamente compilado, traducido y editado; como también ha sido el caso estos meses de otro texto con tantos ecos en lo que a John Cage se refiere como la primera traducción (si tal denominación es posible) íntegra al castellano del Finnegans Wake (1923-39) de James Joyce, a cargo de Marcelo Zabaloy (El Cuenco de Plata, 2016), texto admirado y reescrito por un Cage que de sus laberintos verbales hizo tantas horas de música; sin ir más lejos, su excelso Roaratorio: An Irish Circus on Finnegans Wake (1979). Pero volvamos al texto que hoy nos ocupa...


...cuando en su día solicité a Matías Battistón que me enviase el libro que ahora reseñamos, Ritmo etc (2016), pedí al traductor bonaerense que me dedicase el volumen que desde allende los mares me enviaría. Días más tarde, en mis manos se encontraba ya no sólo un libro de tan bella y cuidada factura como el que hoy presentamos, sino una dedicatoria en forma de mesóstico que, de por sí sola, por su estructura, contenido y ecos convocados, nos habla de un compilador y traductor que lleva a John Cage en su ADN cultural, en los genes de su sensibilidad artística, algo que resulta fundamental para adentrarse en la traducción al castellano de un conjunto de textos de la complejidad de los que originalmente publicó la Wesleyan University Press en las colecciones A Year from Monday (1967) y Empty Words (1979).

Tal y como señala en su magnífico prólogo Matías Battistón, en John Cage «es fácil ver por qué la gravitación que ejercían sus escritos puede haber llegado a rivalizar con la que ejercían sus piezas musicales. Si su figura sigue siendo ineludible en tantas corrientes del arte contemporáneo, esto se debe al menos en parte a la efervescencia que causaban sus palabras. Escribía con el oído del que siempre había renegado para componer. La gente no silbaba sus melodías, pero repetía al menos sus aforismos». Se produce, así, una síntesis entre forma y contenido que tiene mucho que ver con lo musical; algo de lo que el traductor bonaerense deja constancia, citando al propio Cage: «Mi intención ha sido a menudo decir lo que tenía que decir de un modo que ilustrara lo dicho». De ahí que Battistón afirme, con gran lucidez, que «si su genio tendía hasta tal punto a la invención y el método, la escritura resultaba el espacio natural donde dar rienda suelta no solo a los experimentos más variados, sino a la fascinante defensa y elucidación parcial de esos mismos métodos».

La traducción al castellano de la invención y el método cageanos (como ocurre con la de James Joyce) no es en absoluto sencilla; más, si tenemos en cuenta que el uso generalizado del I Ching a la hora de generar estos textos determina aspectos puramente numéricos, como la cantidad de párrafos y palabras, algo que, simplemente por las particulares estructuras verbales del inglés y el castellano, se verá sometido a diferencias que alteran las determinaciones del I Ching; por no hablar del mesóstico: dificultad máxima en lo que a traducción poética se refiere, pues la cuerda central, al cambiar las letras del eje vertical (o al venir dadas por nombres extranjeros), modifica todo el sistema que en torno a la cuerda gravita (recordemos, como lo hace Matías Battistón, que el mesóstico es «una nueva vuelta de tuerca a la tradición del acróstico», en una denominación debida a Norman O. Brown para una disposición estructural en la que Cage andamió poemas en inglés, sueco, alemán, o japonés; así como utilizándolos como texto-partitura para muchas de sus célebres conferencias y lecturas públicas). Entre las páginas 213 y 216 de esta edición, Matías Battistón especifica pormenorizadamente su método de traducción de los mesósticos cageanos, así como de otros textos dominados, a partir de la utilización de métodos aleatorios en la escritura, por lo que el bonaerense denomina «antisintaxis general» (otra cara de lo que Battistón califica, igualmente, de «sintaxis particular»); de ahí, la ardua tarea que impone al traductor (además de cuestiones propias del lenguaje, como la recurrencia en inglés de una letra W que en castellano tiene una presencia mucho menor, lo cual dificulta sobremanera la traducción; más, todavía, si ésta se invierte en espejo, como Cage a veces realizaba).

Yendo más allá de lo que en las traducciones de John Cage ha sido habitual, y respetando el método cageano hasta sus últimas consecuencias, Battistón pone en marcha lo que denomina traducción ad quantitatem, en la que se atiene de un modo escrupuloso (en traducción escala 1:1, afirma) a los aspectos numéricos tan importantes en la estructura de los textos del genio californiano (no digamos, de los mesósticos). Ello pretende «recrear el efecto recreando la causa»; buscar, al tiempo, la mayor exactitud posible en cuanto a poética y significantes, en lo que es una epopeya de la traducción parangonable (por momentos más compleja en cuanto a aspectos estructurales; no tanto, en lo que a neologismos se refiere) a la antes aludida traducción del Finnegans Wake a cargo de Marcelo Zabaloy.

Fiel a un intento de ajustarse de forma estricta (pero poética) al original, la traducción de Matías Battistón ha sido cotejada con otras previas realizadas al castellano (Isabel Freire, Carmen Pardo), al francés (Christophe Marchand-Kiss), o al alemán (Klaus Reichert), buscando comprobar hasta qué punto se respeta el método ad quantitatem o no (mayoritariamente, no), lo que impele al argentino a esta nueva traducción en la que ajustarse más en estructura, ritmo y contenido al original; algo que, indudablemente, logra, de ahí la recomendación entusiasta del volumen hoy reseñado, una de las traducciones más fidedignamente cageanas de las publicadas hasta ahora en castellano.

Entre los textos aquí compilados, verdaderos clásicos de la literatura y el pensamiento de John Cage, como Diario: cómo mejorar el mundo (solo empeorarás las cosas) 1965; Y que cumplas muchos más; Una larga carta; Diario: taller musical en Lago Emma; En serio coma; Happy New Ears!; Canción; Para S. Fort, bailarina; Dos textos sobre Ives; Mosaico; Diario: público 1966; Diario: cómo mejorar el mundo (solo empeorarás las cosas) continuación 1966; Para William McN. que estudió con Ezra Pound; La casa de Wright en Oberlin restaurada por E. Johnson; 26 textos sobre Duchamp; Miró en tercera persona: 8 textos; Nam June Paik: un diario; ¿Y ahora adónde vamos?; Conferencia en Juilliard; Conferencia sobre el compromiso; Ritmo etc.; Cómo pasar, patear, caer y correr; Charla I; Diario: cómo mejorar el mundo (solo empeorarás las cosas) continuación 1967; "Soy la persona más feliz que conozco" (S.W.); Prólogo a Lecture on the Weather; Cómo surgió el piano preparado; Sesenta y un mesósticos que versan y no versan de Norman O. Brown; y El futuro de la música...

...son textos, todos ellos, de un gran interés, en los que al adentrarnos en cualquiera de sus formantes nos quedamos atrapados por su invitación al pensamiento, por su poética, por el entrecruzamiento de referencias y reflexiones de todo tipo, por su propia estructura y tipografía, tan pictórica, que la edición de interZona respeta para que, así, contenido y continente converjan sinérgicamente sintetizando el todo con significado que John Cage pretendía en cada uno de sus textos, ya fuera de un modo premeditado, ya por medio del 'azar' (un azar, como todos -pero especialmente en Cage-, que no surge de la 'nada', y en el que tanto de predeterminación subyace -desde la propia elección de los métodos que lo aleatorio han de determinar-). Aquí hemos de destacar, por tanto, el exquisito trabajo de Matías Battistón y la editorial interZona, que despliegan en las 224 páginas de este volumen una profusión tipográfica de impacto, con un respeto exquisito en términos de uso de mayúsculas, cursivas, negrita, subrayados, colores, paréntesis, gráficos, estructuraciones, columnas, direccionalidades, etc.; además de, en los Dos textos sobre Ives, incluir reproducciones fotográficas de los manuscritos originales en papel rayado para taquigrafía.

De este modo, emergen entre los resquicios de una escritura que se trasciende a sí misma como forma de expresión toda una plétora de reflexiones sobre la posibilidad de la utopía (tan potente en los años sesenta; en especial, en los primeros textos); referentes que convocan a lo más granado de la escena cultural norteamericana en la posguerra: los Fuller, McLuhan, Tudor, Cunningham, Feldman, etc.; pensamientos concienzudamente informados sobre una tradición desde la que claramente Cage emerge, y que si trasciende es porque la ha apurado hasta sus últimas consecuencias, sin ir más lejos, de la mano de uno de sus máximos exponentes en lo musical en el siglo XX (impresionante, al respecto, el texto Mosaico y su reflexión sobre Arnold Schönberg y la Segunda Escuela de Viena); por no hablar del humanismo y del humor que los textos de John Cage destilan. Es por todo ello por lo que esta nueva publicación no podía dejarnos indiferentes, como cada uno de los textos que la conforman, y tomemos este breve destello del Diario: cómo mejorar el mundo (solo empeorarás las cosas) continuación 1967 para ejemplificar el optimismo cageano y su insobornable fe en la humanidad: «Mente tenemos una, y solo una (la que compartimos). Ergo, cambiar las cosas es fácil. Solo hay que cambiar la mente. Basar la naturaleza humana en la totalización».

 

Por Paco Yáñez

 

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