Por Carlos Morán
“¿Para qué sirve ser millonario si uno no puede gobernar los acontecimientos más importantes de su vida: la reproducción y la muerte?”. Unos doscientos años más tarde de La Gran Catástrofe el mundo busca normalizarse. Es un mundo en el que las cosas se han “aclarado” de manera definitiva: los millonarios ganaron la partida y hacen lo que les place desde sus fortalezas amuralladas. Todo está a su servicio y ellos buscan de manera permanente diversas formas diversas de placer. La estructura de la sociedad, que aún está en proceso de reconstrucción, se ha puesto a su servicio. Sólo cabe agachar la cabeza y asistirlos.
Especialmente si se es pobre. En esa reconstruida sociedad los proletarios son marginales/marginados por definición. Los hombres deben trabajar en empleos infames, que les corroen y acortan sus vidas, y a las mujeres les corresponde quedar embarazadas la mayor parte del tiempo para, más tarde, vender a sus hijos a los ricos.
Los millonarios, a su vez, cuando no practican la caza de semejantes (pobres) buscan “descuerparse”, esto es separar sus cerebros del resto del cuerpo, corruptible por definición. Una vez que eso ocurre, los cerebros son colocados en máquinas especiales. Se los mantiene vivos y se les proyectan constantes “películas de la vida”, que protagonizan actrices y actores especializados cuyas historias, que incluyen sexualidad y aventuras sin término, son captadas por esas masas encefálicas estimuladas. Tal, al menos, lo que afirman los expertos.
Estamos ante el escenario elegido por el argentino Carlos Chernov para su más reciente novela, El sistema de las estrellas. En anteriores historias, el también psicoanalista apelaba a un humor corrosivo pero persistente. En cambio en su más reciente ficción lo descarta y en cambio nos muestra el presunto futuro, en el que está desterrada toda hipocresía. Y en simultáneo cualquier clase de esperanza.
El protagonista de la historia es Goma, un adolescente al comienzo de la novela, que vive en el lado “malo” de la sociedad, es decir entre el proletariado. Habría que decir sobrevive, porque en un vasto territorio se amontonan miles de seres a los que espera no sólo una existencia breve sino muchísimos sufrimientos. Como ocurre con el padre del muchacho, quien trabaja con el sílice que le ha minado el cuerpo y el que comprende que le resta escaso tiempo. Su esposa se ha dedicado a embarazarse de manera periódica y luego de parirlos, vende a sus hijos recién nacidos a las capas altas de la sociedad.
Goma, para salir de la encerrona en la que se encuentran tanto él como su familia se promete (y promete a su padre) transformarse en actor. A su vez, su padre, para evitar un determinado hecho, comete un crimen y entonces recibe una condena que lo separa de manera definitiva de su familia.
Goma y su madre saldrán, cada uno a su modo, del mundo asfixiante de los proletarios e irán acercándose al orbe de los millonarios. El muchacho deberá ir vendiéndose, de una u otra forma, para lograr el objetivo de convertirse en actor e ingresar, al cabo, al sistema de las estrellas.
Algo que no cierra. En este mundo distópico, en el que aparentemente las cosas son claras y definitivas (y en el que no hay lugar alguno para la menor rebelión ni para el menor cambio), hay muchas cosas que no cierran. Los proletarios aceptan con exceso de sumisión la miseria congénita de sus existencias. No parece haber lugar para las capas medias, pero sí para bandas siniestras que pululan en las ciudades pobres así como para aventureros que buscan apropiarse de nuevas tierras (y de otras vidas) en terra incognita.
Los ricos, aquí denominados millonarios, tienen en tanto el poder en sus manos y de verdad hacen lo que quieren. Satisfacen sus deseos, esclavizan a los desclasados, matan por matar a los desahuciados, viven sin sobresaltos. Y además saben que, cuando se cansen del mundo, serán descuerpados, y en consecuencia les tocará a sus cerebros, convenientemente atendidos por especialistas, seguir disfrutando de las mieles del placer, alejados de cualquier sufrimiento, por un tiempo indefinido, casi infinito…
¿Pero es cierto lo que se cuenta? ¿No habrá en todo esto una estafa profunda, sustancial? ¿Nunca se rebelarán los proletarios y siempre triunfarán brutalmente los ricos de toda riqueza? ¿No ocurrirá algo que perturbe a ese orden? ¿Y qué seguridades tienen respecto de lo que les cuentan sus servidores, fundamentalmente el presunto gozo perenne de sus cerebros? Varias son las preguntas que el lector puede hacerse ante la inteligente y negra nueva novela de Chernov. Aunque quizás la fundamental refiere a ese así llamado descuerpe, que es presentado como una suerte de non plus ultra pero que suena a una enorme superchería, una mentira máxima en un orbe descompuesto por definición, en el que todo puede sucumbir de un momento a otro.
Irónico y, más que eso, sarcástico, Chernov nos describe un posible futuro en su novela de ritmo lento y verdaderamente ahogante. ¿O levanta un espejo deformante para que nos miremos en él, en nuestro presente?
“El padre recogió agua del barril en el cuenco de las manos y se lavó la sangre que le cubría la cara, pero no se cambió la camisa, especuló con que a pesar de la oscuridad su aspecto atemorizaría a cualquiera que quisiera detenerlo, en particular al guardia comunal. Acodado sobre la baranda del balcón, contempló nuevamente el cielo nublado; la luz grisácea le recordó un caluroso amanecer de verano de su juventud –un resplandor rojizo hería las sombras del pozo de aire y sol y alumbraba la ropa colgada y las plantas salvajes que brotaban de la rajadura del material-. En esa época pensaba mucho en su futuro; a pesar de que su vida había sido programada por su familia, siempre había tenido la sensación de que su futuro era incierto. Sintió deseos de llorar, nunca pensó que se convertiría en un asesino.
Empezó a llover; las lluvias lavaban las paredes del pozo y chorreaba desde la terraza hacia la tierra. Al padre le encantaba escuchar el tamborileo mate de la lluvia sobre las placas solares, era la única satisfacción que compensaba la molestia de la oscuridad de los días de tormenta.
De pronto, se oyeron aullidos y gritos escalofriantes provenientes de algún lugar más abajo. El padre despertó de sus recuerdos y volvió a la realidad estremecido de miedo.”
Datos para una biografía
Carlos Chernov (Buenos Aires, 1953) es médico psiquiatra y psicoanalista. Autor de cuentos y novelas, ha publicado los libros de relatos “Amores brutales” (1992; reeditado en 2005; Premio Quinto Centenario del Honorable Concejo Deliberante de Buenos Aires) y ”Amor propio” (2007); y las novelas “Anatomía humana” (1993, reeditado en 2005; Premio Planeta Argentina), “La conspiración china” (1997), “La pasión de María” (2005), “El amante imperfecto” (2008; Premio La Otra Orilla), “El desalmado” (2011; Premio Único de Novela Inédita de la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires) y “El sistema de las estrellas” (2017). Ha recibido la beca de la Civitella Ranieri Foundation en 2010. Sus textos han sido traducidos al inglés, italiano y francés. Reparte su tiempo entre el ejercicio de la literatura y el psicoanálisis y en la actualidad reside alternativamente en México y la Argentina.