La muerte acechaba cuando escribió uno de los textos que tiene un significado especial en su trayectoria. La escritura teatral es el campo de batalla donde la vida se lanza contra la muerte. Víctor Winer, dramaturgo fundamental del teatro argentino contemporáneo, celebra la publicación de Buena presencia (Interzona), libro que reúne cinco obras teatrales escritas entre 1981 y 2016 (Buena presencia, Cloro, Loteo, Ampelmann y 220 voltios), con prólogo de Mónica López Ocón. El volumen cierra con una entrevista del crítico e investigador Jorge Dubatti, en la que Winer destaca la importancia que tuvo, en tiempos de dictadura, haber ingresado al taller de Ricardo Monti (1944-2019), donde compartió experiencias de escritura junto a otros dramaturgos en formación, como Mauricio Kartun, Eduardo Rovner y Jorge Huertas.
Aunque Winer nació en Buenos Aires en 1954, pasó gran parte de su juventud en Rosario, hasta que a los dieciocho años volvió a su ciudad natal, donde empezó trabajando como actor. En Buena presencia, la obra que escribió en 1981 y que da título al libro, explora las relaciones de poder entre un joven y su jefe en el trabajo. Loteo (2007), la única que se animó a dirigir, tiene como punto de partida el mundo de los remates. En Cloro (2007) reflexiona sobre la imaginación y la creación artística desde la perspectiva de una escritora un tanto excéntrica. Ampelmann (2012) muestra las dificultades que tiene un militante del partido comunista tras la caída del socialismo real. Finalmente en 220 voltios, un electricista que ilumina las figuras de Cristo y los santos en una iglesia, intenta transformar a un joven rebelde.
Las obras de Winer fueron dirigidas por Roberto Villanueva, Kado Kostzer, Mónica Viñao, Daniel Marcove y Lía Jelín, entre otros. La pandemia de Covid-19 provocó una gran pausa en el mundo. “Estábamos a un mes de estrenar en El Tinglado mi obra Los soviets de San Antonio con la dirección de Mariano Dossena, protagonizada por Cristina Alberó y un excelente elenco. En cuanto las condiciones lo permitan, seguiremos adelante”, cuenta Winer en la entrevista con Página/12. “En Portugal estaban en la etapa de preproducción de otro texto mío, Viaje de placer. En Bilbao se postergó el monólogo Un hombre oxidado, que escribí especialmente para el actor Josu Ormaetxe y que íbamos a estrenar en el Palacio Euskalduna”, enumera el autor de Freno de mano y Postal de vuelo (Premio Casa de las Américas), que transcurre en una estación aérea en ruinas, donde cuatro personajes se encuentran, como si fueran los últimos sobrevivientes de un mundo extinguido.
--De las obras publicadas, la más llamativa es “Loteo” por su prosa poética y porque no hay diálogos. ¿Qué importancia tiene la poesía en tu teatro?
--Hacía tiempo que tenía ganas de poner a la palabra como protagonista de mi imaginario. Loteo apareció en forma de prosa poética desde el principio y se me presentó como una hermosa posibilidad de saciar mi hambre de poesía. En la medida en que se iba desarrollando la historia, acudí a (Federico García) Lorca y a (César) Vallejo para que me ayudasen desde su imaginario; ambos fueron muy generosos conmigo y colaboraron en el entramado de la obra aportando fragmentos de sus trabajos que me permitieron llegar a destino.
--En “Cloro” la escritora dice que la angustia pensar que su imaginación tocó fondo para siempre. ¿Te pasó algo similar?
--Tendría que hablar en términos de períodos creativos. Soy padre desde muy joven y alterné la escritura con la responsabilidad de aportar a la economía de mi familia, sin tener la continuidad de poder ocuparme de mis obras con la intensidad que por momentos deseaba. En un texto que acabo de terminar, uno de los personajes dice aquella frase que no por conocida resulta menos representativa: “Vos sabés cómo son los procesos creativos: de noche te sentís rey por lo escrito y a la mañana siguiente amanecés mendigo”. Aplico esta frase a diferentes momentos de mi vida autoral.
--“Ustedes los escritores son egoístas, roban de todas las vidas ajenas”, se queja la joven de “Cloro”. ¿El autor teatral también “roba” de las vidas ajenas?
--En realidad los autores somos el depósito de las palabras e imágenes que sobrevuelan nuestras percepciones. Estando atento a ellas, uno es un ser que carga este bagaje hasta que decide hacer pie y ponerlo por escrito en forma ordenada y poética. Del mismo modo, quien escribe las obras está en todos los personajes y a su vez en ninguno. Los “robos” no son más que “préstamos” para que el autor complete el universo.
--Hay una frase que dice Jordán en “Buena presencia” que tiene una resonancia especial por el contexto en el que fue escrita la obra: “Hay miles de muertos apilados ahí afuera y usted va a ir a contar cómo fue que agregó uno más”. ¿Cómo fue escribir y hacer teatro en tiempos de dictadura?
--Buena presencia es un texto que tiene un especial significado para mí; la escribí a mis 27 años, me significó el Segundo Premio Nacional de la Secretaría de Cultura de la Nación y estuve a punto de protagonizarla en el momento de su estreno. Cuando la escribí, eran tiempos dictatoriales y la muerte acechaba a la vuelta de la esquina. A modo de ejemplo, se estrenó en el teatro Payró en el horario de las 19 horas. Luego venía Telarañas, de Eduardo Pavlovsky. Una bomba en el teatro interrumpió ambas representaciones.
--¿Por qué no protagonizaste la obra?
--Cuando escribí Buena presencia vivía a nueve cuadras de la estación de trenes de Lomas de Zamora. Caminaba desde mi casa hasta las vías repitiendo de memoria el texto. Como decía Oscar Wilde: “A la mañana le ponía una coma y a la tarde se la sacaba”. Antes de dedicarme a la dramaturgia había estudiado actuación con Hedy Crilla y Julio Ordano, de manera que sentía que podía protagonizar al Joven personaje principal de mi texto. A último momento decidí ocupar solo el rol de autor.
--Te devuelvo lo que afirma uno de los personajes de “Ampelmann” a modo de pregunta: ¿Se puede seguir creyendo en construir un mundo mejor? ¿O la pandemia llegó para desmoronar los proyectos de transformación del mundo?
--El personaje de Ampelmann que dice ese texto mantiene un grado de “ingenuidad militante” que lo lleva a pelear por la no desaparición del muñequito de los semáforos del Berlín del este, pagando el precio de un accionar anacrónico. A mi entender, la caída del muro aplastó utopías e ideales. Los nuevos pensamientos, los nuevos paradigmas están en desarrollo y luchan contra las reglas de juego que son diferentes a aquellas épocas. La pandemia es solo una estación en este viaje hacia un mundo más igualitario.
--¿Qué es el “humor de desgarro”? ¿Cómo explicás este tipo de comicidad que caracteriza a tu obra?
--El término surgió de la entrevista que me hizo Jorge Dubatti y que forma parte del libro. Me encontré reflexionando sobre parte de mi estética autoral a través de esa definición. Creo que la mejor forma de resumirlo es apelar a uno de mis personajes de Freno de mano. José es testigo falso de accidentes y quiere tener el propio para lo cual planea viajar a Nueva York porque: “Un hombre abajo de un auto en New York vale más que en cualquier parte del mundo”. De modo que en este caso podríamos decir que tragedia más rueda de auto es igual a comedia.
--El dramaturgo Rafael Spregelburd no quiere llamar teatro a lo que se transmite virtualmente: “Si no hay convivio, no es teatro”, dice. ¿Estás de acuerdo?
--Si el teatro se vuelve pantalla, pierdo el interés por vivenciarlo. Esta forma de difusión me acerca más a la idea de una cámara Gesell que a la fiesta de emociones que es la representación en vivo. No quiero ser el observador detrás de un vidrio que analiza a los intérpretes del otro lado y busca al culpable porque cambiaron las formas. Entiendo al teatro virtual como un estadio de transición, hasta que retomemos nuestras viejas y queridas costumbres de ser espectadores riendo y llorando en una butaca.
--¿De qué modo va a afectar al teatro escrito esta gran pausa ocasionada por el coronavirus?
--Lo obvio siempre ha sido enemigo de lo poético. Desconozco cómo se va a metamorfosear y metaforizar este período que nos está tocando vivir. Desearía que aquellos materiales que aparezcan y describan estos momentos traigan imágenes y sensaciones que vayan más allá de recordarnos lo vivido.
--¿Pudiste escribir alguna obra desde que empezó la pandemia?
--Por suerte tuve una actitud de resiliencia y pude escribir dos textos que me satisfacen. Conté con la ayuda de un público cercano que leía y escuchaba los fragmentos en la medida en que avanzaba en ellos. Mis hijos, amigos íntimos y el excelente dramaturgo Jorge Huertas me ayudaron a acelerar los procesos creativos. En principio ninguno de los dos textos tiene relación con este periodo de Covid-19.
--¿Sobre qué tratan los textos que escribiste?
--El primero, Dios colecciona ángeles caídos, refiere a un dios que tiene a 200 ángeles caídos sin alas colgados de un gancho detrás de una vitrina. Ellos buscan a un líder en la tierra que los organice y que les permita hacer una fuga exitosa y reemplazar a quien consideran un Dios vetusto. El segundo, Quince días para hablar de amor, es una comedia donde un escritor recibe un adelanto de dinero y se compromete con una editorial a redactar un libro de autoayuda en menos de un mes. Presionado por el tiempo, entra en depresión y permanece una quincena en blanco sin poder articular ni una línea. A punto de renunciar, con las implicancias económicas que eso le significa, contará con la ayuda de su esposa para llegar a buen puerto. Solo le restan quince días para que la catástrofe no los arrastre.