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“¿Voy a volver a ser feliz igual? Ésa es la pregunta de Electrónica”

Por Tomás Rodríguez Granillo

Enzo Maqueira, escritor argentino, se describe en su bio de Twitter como “Feminazi”, si bien admite haber sido machista, “como todos”. Su última novela, “Electrónica” (interZona, 2014), es un retrato de una generación que vivió los noventa, heredó la crisis del 2001 y transitó el camino posterior entre fiestas, drogas y libertinaje. En ese lapso, la cultura electrónica se instaló. Una profesora universitaria de treinta años, frustrada con su pareja, se obsesiona con un alumno, un adolescente. Cuando ya no siente la emoción y adrenalina, se pregunta cómo llenar ese vacío de sentido, al mismo tiempo en que hace una crítica social de su época. El autor, excéntrico, narcisista, pero con una introspección marcada, indaga sobre éste y muchos otros temas.

En “Electrónica”, la libertad sexual, el consumo de drogas y el desenfreno son temas recurrentes. ¿Qué te genera escribir sobre eso? ¿Qué es lo que buscás?

– Hay mucho del mundo en el que yo me muevo. La paso bien yendo a bailar a boliches gay, no yendo a boliches caretas. Soy heterosexual igual, pero me siento mucho más cómodo en ámbitos donde hay libertad de todo tipo. Donde uno puede ejercer su libertad y su identidad como se le antoje, y no se ajusta a etiquetas. La cultura gay tiene muchos condimentos que en los lugares heterosexuales no encontrás. La heterosexualidad configura una especie de corset para nosotros: lo que se considera la heteronorma; determina qué es lo que se espera de un hombre y de una mujer. En una sociedad como la nuestra que está tan configurada desde el patriarcado y la heteronorma, esas identidades y esos “lo que uno espera de” están constantemente en juego. Incluso en lugares en donde no deberían estarlo. Yo fui a bares sadomasoquistas de gays y héteros, donde vale todo. En la noche de los héteros, cuando se ponían a jugar, había prendas en las que una mina tenía que estar con otra mina, pero jamás una donde un hombre se tenía que tocar con otro. Eso es patriarcado operando también ahí, en la sexualidad, donde se supone que debería ser más libre. A los hombres nos encanta ver a dos mujeres juntas, y por lo tanto se permitía. Como a los hombres no nos gusta ver a dos tipos tocarse, no estaba aceptado. Todo lo gay conlleva lograr un quiebre con la heteronorma. Cuando eso pasa se derriban muchas otras barreras.

En una nota que escribiste para Clarín, a raíz de la marcha #NiUnaMenos, afirmaste: “Pido perdón por haber sido parte de este monstruo”. ¿Vos crees que todos somos parte de este monstruo? ¿Qué es? ¿Qué características tiene?

– No creo que exista un solo ser humano en este planeta que no esté atravesado por la cultura del patriarcado. Menos en este país, y menos con los lectores de Clarín. Vos vas a tu casa, y si tu vieja lava los platos más veces que tu viejo, ahí hay patriarcado. Si tu viejo decide algo y nadie dice ni mu, ahí hay patriarcado, el macho poronga que es el dueño de la vida de todos los que lo rodean. Es muy difícil y muy duro cuando uno se da cuenta de que uno fue un machista toda su vida. Yo no es que salí a la calle a tocarle el culo a las minas. Pero hice lo mismo que muchos: insistí, coloqué mis deseos por encima de los de una mujer, prometí, mentí, hice todo lo necesario para que una mujer me dijese que sí, para después darme vuelta y quedarme dormido. La sexualidad del hombre esta puesta por encima de la de la mujer. Está el mito de que los hombres no nos podemos controlar y ellas sí. Todos nos podemos controlar, pero las mujeres están obligadas a reprimir sus instintos. Nosotros, en cambio, nos creemos con derecho a dejar que nuestros instintos avasallen al otro. El hecho de que los hombres estemos desesperados por salir a cogerte todo lo que puedas, porque supuestamente eso te da una victoria sobre alguien o sobre algo, eso también es heteronorma. Yo pasé gran parte de mi vida cogiendo porque el hombre tiene el mandato de que se las tiene que coger a todas. Y me di cuenta de que está mucho mejor enamorarse de una que cogerse a cuarenta.

¿Cómo fue el cambio de escribir una recopilación de crónicas y relatos sobre prostitución como “Historia de putas” a una novela como “Electrónica”, donde la protagonista principal es una mujer independiente y transgresora? ¿Por qué dejaste de ser un machista y te volviste feminista?

– La idea de “Historia de putas” era de condenar la prostitución, no de decir “Uy mira, ¡Qué bueno! Son todas putas”. No es celebratorio. Algunas eran víctimas de redes de trata, otras eran putas porque querían y les gustaba. Ahora no sé si me animaría a escribir sobre ese tema tan livianamente. En esa época si porque era como todos, un machista más. Mi cambio tuvo que ver con empezar a conocer más a las mujeres. En ese proceso me di cuenta de que todos esos preconceptos, como de que las mujeres no saben manejar, las mujeres no saben separar el amor del sexo, las mujeres son desleales con sus amigas, songiladas. Hay minas que sí y minas que no, así como hay tipos que sí y tipos que no. Lo curioso es que las conocí más en esa época de promiscuidad sexual. Eso me hizo respetarlas más, al darme cuenta de que la sexualidad estaba ahí para ambos. Se dio el camino inverso a lo que uno esperaría. “Si cogés con muchas, es porque son todas putas”. Bueno, para mí fue al revés. Cogí con muchas y me di cuenta de que yo era una puta. Y al mismo tiempo entendí que detrás del sexo me estaba perdiendo de conocer seres humanos. En el medio, tuve amigas feministas que se fueron enojando conmigo cuando yo tenía actitudes machistas. Después de que teníamos un debate al respecto me daba cuenta de que ellas tenían razón. Me hice feminista un poco por mis debates con ellas, otro poco por mi experiencia, y más que nada por darme cuenta de que yo soy, tengo, existo también en un plano femenino. Todos somos seres humanos duales, pero las mujeres padecen el dedo acusador o la represión de la sociedad, que no les permite o las obliga a hacer muchas cosas. Igual que con los hombres. Los dos somos víctimas del patriarcado, pero a nosotros nos tocó la mejor parte, claro.

Acerca del título. Se refiere a toda una cultura, a un estilo de vida relacionado a la noche y las fiestas electrónicas. Hablás de las fiestas de Tiesto y Cattaneo a las que iban la profesora, el ninja y Natasha. Hace poco fue la Moonpark, y se llenó. ¿Cómo surge la cultura electrónica, y por qué moviliza a tanta gente? ¿Qué relación hay entre este ambiente y la cultura gay?

– La electrónica fuerte nace en Alemania, y surge como refugio de una contracultura. Las primeras fiestas electrónicas se hacen en fábricas abandonadas, medio a las escondidas. El vínculo con lo gay tiene que ver con esto de hacer las cosas a escondidas del resto, y sin dudas con las drogas, que va de la mano. No se puede escindir de ningún modo la música electrónica del consumo de éxtasis. Pretender separar eso es como querer hablar del reggae sin mencionar la marihuana. En Argentina lo que pasa es que, por un lado, se importa todo lo que viene de Europa. Claramente, en este caso eso es una contracultura que aboga por la libertad individual y sexual. Que a su vez, está relacionada con las emociones que te provoca el éxtasis. Porque lo que te genera es un amor por el universo: si tenés al lado un tipo, amás al tipo, si tenes al lado una mina, amás a la mina; amás lo que venga. Sentís empatía por todo lo que se te acerque, lo cual hace que en las fiestas electrónicas se produzcan encuentros homosexuales. Acá en los primeros lugares donde se pasó música electrónica fue en los boliches gay. En su momento en Búnker. Tiene que ver con el ascenso de toda esa minoría gay que viene reclamando su lugar y ganando derechos en estos años. Son subculturas que se enfrentan a la cultura hegemónica. Vienen juntas: lo gay, la electrónica y las drogas.

¿Creés que más personas deberían escuchar música electrónica y acercarse a este tipo de cultura? ¿Qué sensaciones te dejó haber vivido ese ambiente?

– A mí, frecuentar esos lugares me sirvió. Me abrió la cabeza. Tengo amigos que quedaron en granjas, en recuperación, y otros que no, pero son fachos y gorilas, y está todo mal igual. Yo no creo que esté “bien” o que sea necesario que las personas se acerquen a este ambiente, pero me parece que si se produjo este movimiento y mucha gente lo está atravesando, es porque tenía que pasar. Creo que hay algo importante, y positivo, que es la idea del baile colectivo que da en estas fiestas. Es una idea muy ancestral en la humanidad; las tribus que se juntaban a bailar hasta que entraban en estado de éxtasis, y eso los comunicaba con un tipo de espiritualidad. Caídas las religiones para ciertos sectores de la sociedad, eso se recupera con la electrónica. Veinte mil tipos, mil, quinientos, los que sean, juntos bailando al ritmo de una percusión, intentando buscar algún tipo de conexión espiritual, droga mediante.

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