Los Adagia, conjunto de aforismos de Wallace Stevens editados póstumamente, fueron nuevamente traducidos y presentados por Marcelo Cohen hace muy poco tiempo. Se trata de fragmentos a veces irónicos, por momentos enigmáticos, siempre tendientes a una reflexión que podría continuarse, contestarse, cotejarse con otras maneras de pensar. En todo caso, el pensamiento se refiere al mundo, a la realidad, en términos de Stevens, que Cohen en su prólogo acertadamente relaciona con la antigua idea de naturaleza, pero todo pensamiento del mundo, si no quiere ser el mero acatamiento de la opresión que se repite, tiene que considerar su disolución inmanente, que es una forma de poesía. Lo poético no es un modo extraño de pensar, sino antes bien de imaginar variantes, demorarse en las cosas, no perder de vista el presente. Son teorías del mundo no sistemáticas, amplificatorias, las que constituyen lo que Stevens llama “poesía”.
Por supuesto, la poesía se ha vuelto un ámbito casi especializado, un terreno para pocos transeúntes, como si su dificultad o su rareza impidieran el acceso generalizado a ese tipo de escritos. Quizás sea porque un poema que funciona no repite simplemente la supuesta realidad y más bien hace perder varias órdenes que cualquiera obedece para ser quien se supone que es; por ejemplo: que las palabras comunican algo, que el yo de este día es el mismo que se decía así hace años, que una tarea que se reanuda puede tener un sentido, entre otros mandatos. Ante esta forma reactiva de no querer leer lo que no resulte tranquilizador e identificatorio, la lucidez de Cohen descubre que la renuncia actual a leer poesía es una forma de masoquismo, una reducción del mundo por repetición y progresiva asfixia informativa. Y por otro lado, el masoquismo de una repetición reductiva no es más que un síntoma de la creencia religiosa en que todo se hace para conseguir otra cosa, es decir, el mundo y la vida se sacrifican en pos de una meta que está más allá de ellos. Sólo la imaginación desatada, la ampliación en variantes de las cosas y de cada momento, puede detener ese masoquismo teleológico y redimir tal vez lo que hay, el presente. “Cuando uno ha dejado de creer en un dios”, dice Stevens, “la poesía es aquella esencia que ocupa su sitio como redención de la vida”.
Pero tal redención no consiste, en todo caso, sólo en escribir algunos poemas o en leerlos, sino en una actitud que puede despertarse bajo el toque mágico de cualquier instante o de cualquier objeto. Entonces se despliega, como una gama imprevista de colores, la serie de analogías que desplazan palabras, cosas, pensamientos, percepciones o recuerdos. O bien, según Cohen: “La poesía nos permite vivir en un mundo de correspondencias, pero librado del crispante sonido de las trompetas del Juicio”. En este sentido, la poesía incluye su propia teoría, que es ese despliegue de relaciones, de correspondencias, donde cada cosa es ella misma y sus múltiples aspectos, cada situación es real y puede imaginarse de muchos modos, nada es sustituible y todo es diversificable. “La teoría de la poesía es la teoría de la vida”, escribió Stevens.
La posibilidad de seguir pensando en sus aforismos a la vez misteriosos y clarividentes continúa aún en el pequeño libro, inagotable, que Marcelo Cohen tradujo para nosotros.
Wallace Stevens, Adagia, traducción y prólogo de Marcelo Cohen, Interzona, 2022, 80 págs.