El sistema de Stevens es explícito, pero recurrente y paradójico. El campo sobre el cual trabaja la poesía es lo que Aristóteles hubiera denominado naturaleza y él llama realidad; no simplemente el mundo físico externo sino “las cosas como son”: un proceso existencial que, como señala Northrop Frye, incluye la vida humana en el nivel de absorción en la rutina. La rutina sólo puede quebrarse mediante un acto de conciencia, revolución que desata una actividad mental cuyo centro es la imaginación. No existe para el hombre otra libertad que la emanada de la conciencia de su estado; y si el mundo que la imaginación crea es un mundo terreno y humano, no por eso será menos misterioso y brillante. Sólo en él puede haber una felicidad que venza al tiempo, la tragedia personal y la catástrofe política.
Del prólogo de Marcelo Cohen
Wallace Stevens es uno de los poetas estadounidenses más respetados del siglo XX. Era un maestro estilista, empleaba un vocabulario extraordinario y una precisión rigurosa en la elaboración de sus poemas. Pero también fue un filósofo de la estética, que exploró vigorosamente la noción de poesía como la fusión suprema de la imaginación creativa y la realidad objetiva. Debido a la extrema complejidad técnica y temática de su obra, a veces se consideraba a Stevens un poeta difícil. Pero también fue reconocido como un eminente abstraccionista y un pensador provocador, y esa reputación ha continuado desde su muerte. En 1975, por ejemplo, el destacado crítico literario Harold Bloom, cuyos escritos sobre Stevens incluyen el imponente Wallace Stevens: The Poems of Our Climate, lo llamó “el mejor y más representativo poeta estadounidense de nuestro tiempo”.