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Arthur Rimbaud: el padre de la poesía moderna fue un eterno adolescente

En el 130º aniversario de su muerte, a los 37 años, la obra del escritor que en la cumbre de su carrera dejó la literatura para dedicarse a viajar por el mundo sigue siendo fuente de inspiración para las nuevas generaciones

A los diez años, en la escuela de Charleville, era el centro de atención de sus profesores y compañeros por su precocidad intelectual y maestría en la composición de versos latinos. De sus primeros poemas, inspirados por sus lecturas de Victor Hugo, a obras como El barco ebrio (que escribió a los dieciséis años), Una temporada en el infierno e Iluminaciones, que renovarían la escritura y la misma experiencia poética, Jean Nicholas Arthur Rimbaud (1854-1891) desarrolló una obra que lo convirtió en el joven padre de la poesía moderna, que inspiró a escritores y artistas de todo el siglo XX. El primer paso en esa dirección fue huir de su absorbente madre, rumbo a París, en épocas de guerra civil.

De algún modo, el simbolismo, el orfismo, el decadentismo, el surrealismo, la literatura de los beatniks, la cultura pop y hasta el movimiento punk son deudores de su poesía. Rimbaud, que murió a los 37 años en Marsella, publicaba poemas en revistas y en lo que hoy se conoce como autoediciones; hastiado del ámbito literario (que le fue esquivo por su carácter rebelde), abandonó la poesía a los veinte años. “Nada parecido se ha publicado hasta hoy; lo sé perfectamente -le dijo sobre El barco ebrio a su amigo Ernest Delahaye, en 1871-. Y no obstante, ¡este mundo de la literatura, de los artistas! ¡Los salones, la elegancia! ¡No sé desenvolverme, no sé cómo hablar! Si todo consistiese en pensar, no temería a nadie”. Pese a que en su adolescencia había vagado por las calles de Charleville con un cartel que decía “Muera Dios” (para escándalo de su madre y los vecinos), el exilio de la escritura coincidió con su conversión al catolicismo. Hoy se conmemora el 130º aniversario de su muerte.

Para Rimbaud, el poeta debía llegar a lo desconocido y “hacerse vidente por medio de un largo, inmenso y razonado desarreglo de todos los sentidos”. En su juventud, puso en práctica ese principio estético y fue un claro ejemplo de la “poesía vivida”.

“Sin duda, Rimbaud es el padre de la poesía moderna dado que impuso el verso libre, desarrolló con excepcional belleza el poema en prosa introducido por Charles Baudelaire, y se erigió en ejemplo privilegiado de poeta maldito, uniendo vida y poesía de manera ejemplar -dice la escritora y traductora Cristina Piña a LA NACION-. Porque cumplió como nadie con los que se consideran los rasgos característicos de los malditos: romper con las convenciones burguesas imperantes en la sociedad relativas a la sexualidad, el trabajo productivo, el consumo de drogas, la libertad sin límites para hacer de su vida y su obra lo que quiso. Por fin, cometió un ‘suicido poético’ a los veinte años cuando dejó de escribir para siempre y se dedicó a viajar por Europa, a veces a pie, a veces enrolado en un ejército extranjero, para terminar sus días en África como traficante de armas”. Además de la imagen del poeta vidente expresada en sus famosas cartas a Pierre Izambard y Paul Demeny, Piña destaca una “afirmación capital” rimbaudiana que anticipa el descubrimiento del inconsciente por parte de Sigmund Freud y captura la división del yo experimentada por los artistas europeos a partir de fines del siglo XVIII con el célebre enunciado “Yo es otro”.

“Octavio Paz decía que la obra y la vida de Rimbaud eran del orden de la fulguración, como una estela que pasa -señala Walter Romero, doctor en Letras por la UBA-. El joven rubio provinciano que llega a París deja sus marcas porque no transa con el sistema local de los lobbies literarios y se mofa de las convenciones sociales desde su primer gesto a modo de alegato: sentar a la Belleza en las rodillas, encontrarla amarga e injuriarla. En ese gesto se vuelve un heredero del príncipe Baudelaire. Hay algo de la calcinación que hace de Rimbaud el eterno poeta adolescente, un poeta que muy joven ya tiene una obra que no se repetirá y que abre las puertas de la poesía moderna a partir de un texto clave e inaugural: El barco ebrio”. El sello InterZona acaba de relanzar esta obra con prólogo y traducción del escritor colombiano Nicolás Seuscún, que falleció en 2017.

“Paul Valéry lo llamó ‘místico en estado salvaje. Su método es alquímico: llegar a la verdad poética a través de un ‘desarreglo razonado de los sentidos’; en ese viaje hay orfismo, hachís, embriaguez, espíritu libertario del cuerpo y una idea mayor: la poesía está por encima de la vida”, dice Romero, que destaca que las “consignas libertarias” del poeta francés -como “Hay que reinventar el amor” o “Hay que ser absolutamente moderno”- hoy se leen en las calles como grafitis. “Rimbaud deja apotegmas y enigmas, a la vez que nos entregó poesías que aún no son del todo descifrables. Los grandes poetas nos entregan en dosis sus saberes encriptados en esoterismos que el tiempo acaso develará”.

Con el poeta Paul Verlaine, el joven Rimbaud protagonizó una tormentosa relación amorosa, que terminó en 1873 (con disparo de arma de fuego y proceso judicial incluidos), pese a que volvieron a verse años después, cuando Verlaine salió de la cárcel. Aunque ya había dejado la escritura, Rimbaud le entregó a su examante el manuscrito de Iluminaciones. Esa relación sentimental fue llevada al cine en 1995, en Total eclipse (o Eclipse en el corazón), dirigida por la polaca Agnieszka Holland, con Leonardo DiCaprio como Rimbaud y David Thewlis como Verlaine. Se puede ver en YouTube con subtítulos en español. “El amor es un signo que miente”, sentenció Rimbaud.

“Si hay un Rimbaud para cada temporada, yo rescato en esta época al Rimbaud queer que escenifica junto a Verlaine un caso sonado de amor y poesía que pudo haber terminado en crimen: el denominado ‘drama de Bruselas’ que trenzó a dos poetas en un disparo que se nos vuelve el primer caso de una relación gay entre literatos, antes de Oscar Wilde -dice Romero-. La comedia sexual que protagoniza y la muñeca herida de Rimbaud dará un texto deslumbrante: Una temporada en el infierno, única obra que preparó para su publicación y que ‘relata’ a modo de ‘autobiografía lírica’, ‘carnet de un condenado’ o simple ajuste de cuentas cómo vivió esa experiencia de atracción y oprobio”. El autor repartió solo seis ejemplares de ese libro que cambió para siempre el universo literario.

La poeta y traductora Vivian Lofiego se halla en la ciudad de Arles, becada por el Colegio Internacional de Traductores para trabajar en un libro escrito en francés por Emily y Charlotte Brontë. “El niño terrible, l’enfant terrible, el poeta genial y precoz, el gran fenómeno de la literatura francesa, con su mirada altiva repleta de azur abandonó la poesía a los veinte años para desandar caminos, para atravesar la experiencia anticartesiana postulada por Jacques Lacan: ‘Pienso donde no soy, ergo soy donde no pienso’ -dice Lofiego-. Si la ‘verdadera vida es en otra parte’, Rimbaud anduvo en la busqueda de ‘su otro’, atravesando fronteras, abandonando la órbita del Parnaso para vivir a través de la fuga. ¿Vida errante? Rimbaud busca lo invisible, lo absoluto y como un clarividente va hacia lo místico. Pero antes de este viaje experimentó la inversión del orden de la poesía moderna y baudelariana. La obra se realiza en la vida. Y en esa alquimia del verbo nos dice: ‘Inventé el color de las vocales: A negro, E blanco, I rojo, O azul, U verde. Determiné la forma y el movimiento de cada consonante y, con ritmos instintivos, me jacté de haber inventado un verbo poético accesible tarde o temprano a todos los sentidos’. Estoy a pocos kilómetros de Marsella, donde con 37 años, el poeta abandonó su barco ebrio y se transformó en el durmiente del valle, el niño que duerme tendido al sol bajo las nubes”. Imágenes del sueño del poeta que “escribía silencios” y “fijaba vértigos” se proyectan hacia el siglo XXI.

Un poema de Rimbaud

Sensación

Iré, cuando la tarde cante, azul, en verano,

herido por el trigo, a pisar la pradera;

soñador, sentiré su frescor en mis plantas

y dejaré que el viento me bañe la cabeza.

Sin hablar, sin pensar, iré por los senderos:

pero el amor sin límites me crecerá en el alma.

Me iré lejos, dichoso, como con una chica,

por los campos, tan lejos como el gitano vaga.

Traducción de Andrés Holguín

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