A mi entrañable Edmundo Font, diplomático de carrera, digno Embajador de México en Malasia
Una de las aventuras plásticas de Edmundo Font, anclada a las aguas marinas de la Bahía de Acapulco, se centró en el poema Barco Ebrio del célebre poeta francés Arthur Rimbaud, aquel que al valerse de una alucinación voluntaria, describiera todas las fases de su intento inmutable por hallar la belleza. Entregado Edmundo a esa explosión filológica, se imbuye en las iluminaciones del joven Rimbaud, el llamado poeta maldito, y como en otras ocasiones llega a la pintura bajo auras poéticas:
Vi los cielos estallando en claridades; trombas,
resacas y corrientes. Y conocí la noche
y el alma exaltada como un pueblo de palomas
y vi a veces aquello que el hombre creyó ver.
Vi el sol caído, teñido de horror místico,
iluminando largas condensaciones violetas,
y a las olas rodar su temblor de nenúfares
como viejos actores de dramas anticuados.
Soñé la verde noche de nieves deslumbradas;
besos que ascienden lentos a los ojos del mar,
y la circulación de savias insólitas
y el alerta, azul y oro, de fósforos cantores...*
Puesta a bogar en los muelles del Club de Yates de Acapulco, la traducción plástica de Font fue atesorando forma, color, movimiento... Y consigue “revivir” el poema revistiendo de arquetipos rimbaudianos las tres velas de más de doce metros de altura de un incauto velero azul, cuya plácida entelequia tomó un rumbo vibrátil al ser rebautizado con el nombre de Barco Ebrio, a sol caído y a rodar de olas y a sueño de fósforos cantores...
Esta obra emblemática de la poesía de siempre despertó en el artista tampiqueño el deseo de rendir homenaje a Rimbaud, con una nueva traducción del poema. “La versión –dice– prefiero circunscribirla a la paráfrasis, porque en realidad es una adaptación del texto que nos permite familiarizarnos más con su complejidad y aparente oscuridad. Por otra parte, el punto de vista literario demandaba también un tratamiento plástico, es decir, aventurarse en una “traducción” visual de su contenido a través de la pintura. De hecho, ya he terminado más de veinte cuadros de amplio formato sobre madera, utilizado técnicas mixtas y collage. Esta aventura requería un componente sorpresivo y sugerente y de ahí nació la idea de pintar un velero, que entre otros elementos figurativos muy complejos, lleva la imagen de una mujer desnuda y de pie, que ha de medir más de diez metros. El reto allí es la preservación de las proporciones porque se debe trabajar sin ninguna perspectiva. Si la figura terminó quedando proporcionada se debe más a uno de esos milagros de la plástica que a un cálculo deliberado”.
Yendo de lo abstracto a lo figurativo y de lo conceptual a lo material, la propuesta de Font sugiere explanaciones diversas que fueron evaluadas por el espectador: “... Uno puede pretender ser lo que uno quiera, porque se es libre de albergar delirios, y si se tiene un sueño particular en la literatura o en las artes plásticas, éste siempre es legítimo. Pero yo prefiero que mis propuestas sean calificadas por los demás”.
Al reconocer Font no haber tenido maestros en materia de teoría y práctica, asume la definición de outsider en los piélagos de la creación, confiando sus dotes imaginativas a “la lección autodidacta de las tradiciones más altas y diversas del mundo de las artes”.
Un jueves ya lejano desasieron las velas de aquel “Barco Ebrio de Rimbaud y Font”, que durante cuarentaicinco días conquistara la atención de los paseantes cerca de la Bahía... Y he de mencionar que, por aquellas fechas se dio también apertura a una nueva exposición del artista tampiqueño en la galería Dolores Olmedo del Centro Internacional de Acapulco, que permaneció montada un mes, en la que destacaron dos lienzos–homenaje a nuestro puerto: una imagen (díptico) del Puente Tampico. Enhorabuena siempre.
El Barco Ebrio (fragmento).
Arthur Rimbaud