interZona

Cerdos y niños, de Ernesto Hernández Busto (Interzona)

Por Nicolás Kokal.

Al encontrarnos con Cerdos y niños, de Ernesto Hernández Busto, lo primero que llama la atención son los detalles de encuadernación que presenta esta primera edición de Interzona. Las tapas duras, esquinas redondeadas y una ilustración de tapa que ya anoticia algo de lo que va a pasar en el interior. La imagen juega con la indiferenciación entre la piel humana y la piel rosada del cerdo. No es menor el recorte y el detalle de pliegues inconexos, que no terminan de delimitar si se habla de una cosa u otra. Abajo del título, un poco más chiquito, pero, sin pasar desapercibido dice: “Por qué seguimos siendo carnívoros”, interrogante que incluye, también, una afirmación en su propia enunciación y que va a guiar el desarrollo del texto. Cerdos y niños se presenta de esta manera, invitando a la lectura, tanto desde lo estético como desde el tema que aborda. Un tema que recobra vigencia en la actualidad y que involucra, no sólo, a un posicionamiento alimenticio, sino, un replanteo de la relación del humano con lo animal y, claro, consigo mismo.

Desde las primeras páginas, Ernesto Hernández Busto parte de lo íntimo de la experiencia personal para introducir la figura del sacrificio animal, en este caso, desde la reacción de un niño ante la muerte de un cerdo y su deseo de seguir comiendo carne. Es, a lo largo del libro, que esto es llevado al universal, incorporando la pregunta por la condición humana, la violencia y la culpa, la piedad y la solidaridad. El autor sienta posición, una posición taxativa en torno al carácter innato de la violencia humana y discute con determinadas figuras relevantes dentro del corpus teórico del vegetarianismo y el veganismo (Safran Foer, Peter Singer, etc.), a las que les adjudica incurrir en un neopuritanismo ridículo, al pensar que puede existir una ética de la no violencia en la actividad humana. “Ni las razones morales ni las económicas son suficientes para inducir al vegetarianismo”, polemiza Hernández Busto, enfatizando en que la violencia, su tratamiento sacrificial y el consumo animal se constituyen en las bases de la civilización.

Quizá, lo que más llama la atención en Cerdos y niños es el trabajo de investigación que realiza el autor, ubicando múltiples referencias al simbolismo que cobra el cerdo en la cultura occidental. Hernández Busto lleva al lector desde la filosofía de occidente a la mitología, del antiguo testamento o la tradición budista a referentes emblemáticos de la literatura y de la cultura cubana a la genética. Un trayecto donde el texto cobra valor de testimonio, al momento de reflexionar sobre la construcción histórica de la figura animal. De esta forma, el cerdo, como criatura simbólica, como animal de compañía y como presa de sacrificio, son tres acepciones que terminan convergiendo en el recorrido propuesto, a partir de los cuales el autor busca dar cuenta de por qué seguimos siendo carnívoros.

Se coincida o no con los argumentos de Hernández Busto en torno a la inmutabilidad de la violencia en la condición humana o sus críticas al vegetarianismo, Cerdos y niños brinda material y una investigación exhaustiva sobre la construcción simbólica de la figura animal. Es, quizá, en ese punto donde el lector o la lectora puedan, más que hallar respuestas cerradas, encontrar nuevos interrogantes que permitan seguir pensando cuál es nuestra relación con los otros seres vivos.

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