Por Demian Paredes
Entre la vasta, constante y prolífica obra de Noé Jitrik –quien viene y sigue publicando varios libros cada año en múltiples editoriales y registros: ensayo, crítica, poesía, relato autobiográfico, además de notas en periódicos y otros medios– se puede encontrar una poética vanguardista: aquella que, dentro de su narrativa, viene desarrollando especialmente con Destrucción del edificio de la lógica y Terminal, e insinuada también antes con otros originales trabajos como Long Beach, Mares del sur y aun el “kafkiano” Evaluador (este publicado hasta el momento sólo en México).
Ahora, con Tercera fuente, Jitrik apela una vez más a la forma narrativa de la nouvelle, un género (o formato) de la literatura que se caracteriza en esencia por su brevedad, a la manera de un “cuento largo”, al mismo tiempo que pretende o aspira a la amplitud y profundidad de su “hermana mayor”, la novela, sin tener que acumular y desarrollar sus temas y materias, una cantidad de materiales que la nouvelle condensa. Con cierta vaguedad e imprecisión, con repentinos cambios y transformaciones –como en un eco de cierta línea beckettiana– se irá esbozando y estableciendo aquí una situación, desde una escena por demás típica: la llegada de una familia en auto a vacacionar a un hotel turístico.
Por medio de lo que puede llamarse un “narrador no fiable”, Jitrik teje y entreteje originales líneas discursivas. Ciertos nombres (Greta, Heinrich), ciertas palabras, tendrán resonancia significativa. Y metamorfosis y giros en el transcurrir de la historia –como un perro que se llama “Delfín”, y luego, sin explicación alguna, “Dragón”– podrán ser dejados de lado sin el menor escrúpulo, con plena conciencia narrativa: ante un personaje “que se fue”, se explica entonces que “ya no era posible saber lo que pasaba por su cabeza o su ánimo ni tampoco adónde se dirigía”, y que por lo tanto sería “inútil conjeturar sobre ese elemento del relato que parecía, en un comienzo, importante si no decisivo”.
El discurrir narrativo se ramifica, se adentra en otros temas (la interrogación por “el otro”, “la otra”, “los otros”…), los insinúa o plantea, cuando menos. Se sigue alguna línea argumental a la que se le superponen o cruzan otras; el arte de la digresión, el giro o cambio temático antes de volver al “tronco” principal de la historia. Por caso, en un momento el perro siente la “suave arena” de una cueva a la que se acerca; cueva en la cual, “en un rincón, como si también lo estuviera esperando, una tortuga movía dubitativamente la cabecita, acaso agonizando después de haber tragado algún resto, una basura más bien, que desaprensivos bañistas habrían dejado en la playa, esa presencia de lo humano que amenaza terminar con el planeta en un propósito, casi una decisión o un proyecto que no enaltece a la especie, sin que ese movimiento ni su trágica agonía inquietara a Dragón que se acomodó en otro rincón”. Vamos de una microescena al más amplio y complejo tema de la crisis ecológica. Y más adelante el narrador se? pregunta: “¿tendrán imaginación los perros?”, para comenzar una disquisición que corta pronto, y cerrarla de este modo: sería una “cuestión que no importa para el relato ni para hacer una biografía del sentimental Dragón”.
Tercera fuente escapa a todo convencionalismo: se cifra en la ausencia y los vacíos, en lo que vacila y en lo que cavila. Es lo indeterminado y desconocido lo que rige en gran medida la narrativa. Ante las formas y las apariencias establecidas, la conjetura y la especulación. Este es uno de sus procedimientos, el de la mirada: observar una escena, “personas”/personajes y objetos, y describirla hasta donde se pueda/quiera (imaginar), especular acerca de sus movimientos ulteriores y móviles internos, trazar hipótesis, cuadros de situación, tensiones y fugas. Generando a la literatura, además, como un espacio de diálogo, de plática entre autor y lectores/as por la vía del narrador y los evanescentes personajes.
Tal vez importe menos la dirección del relato que la función del mismo. El motor oculto de la escritura de Jitrik es, acaso, todo lo que descansa en lo que se ha dado en llamar “el imaginario colectivo”, o, parafraseando otro libro suyo, “la memoria compartida”. Lo que puede significar(nos). El imaginario que vive a través de la lengua de una colectividad, de su cultura, y por la literatura. Un texto que entrelaza subjetividades, en un circuito que se retroalimenta y nunca termina, que es permanente, y se mantiene activo, vivo, incesante –palabra cara al autor.
Se puede leer en la misma novela: “la literatura está instalada en el sub o inconsciente de muchísimas personas”. Es la literatura en tanto “novela que no se detiene”, aunque lleve al despojo: qué “hacer con esta presencia, ni turista accidentado ni enfermo, ni vagabundo instalado en una cueva sin que nadie lo hubiera invitado, ni transitorio y extravagante visita sin término de permanencia ni de ningún otro proyecto formulado y comprensible, sino otra cosa, una situación novedosa”. Más que la imagen, la dinámica del imaginario. Series-juegos-“caprichos” y toda clase de ocurrencias en pos de detener el tiempo, durante la lectura. Hay símbolos, alusiones, que generarán sus efectos recién en la poslectura.
Tal como planteara Macedonio Fernández en su Museo de la novela de la Eterna, Jitrik podría hacer suyas las palabras de uno de los “prólogos”: “La tentativa estética presente es una provocación a la escuela realista, un programa total de desacreditamiento de la verdad o realidad de lo que cuenta la novela, y sólo la sujeción a la verdad del Arte”. Emparentado con el distanciamiento brechtiano incluso, Macedonio agrega: “Yo quiero que el lector sepa siempre que está leyendo una novela y no viendo un vivir”. En tal sentido, Jitrik explora, experimenta, propone: tienta caminos con una nouvelle que, con un momento de quiebre de inspiración bartlebiana (“preferiría no hacerlo”…), abre una serie de situaciones e interrogantes que tocan altas cotas de la cultura y la condición humana con inteligencia y originalidad.