El viernes 2 de octubre de 1953, Borges, Beatriz Guido y quien era todavía su marido, 'Giulio' Gottheil, pasaron a buscar a Bioy para ir a un laboratorio en Belgrano, en la calle Dragones, donde vieron una pasada privada, previa al estreno, de Días de odio, la adaptación que Leopoldo Torre Nilsson (chéri de Guido) había filmado a partir de 'Emma Zunz'. En la entrada del Diario correspondiente a ese viernes, Bioy anota, en palabras del propio Borges, que aquel cuento, a él, a Borges, no le pertenecía. Que se lo había dado (al plot, al rumor, al caso criminalístico) Cecilia Ingenieros, y que él, Borges, lo había escrito porque le había parecido extraño y dramático. Para acabar postulando: “Si todas mis obras desaparecieran y sólo quedara 'Emma Zunz', nada mío habría quedado”.
Es precisamente en esta especulación –en su rigurosa contrastación imaginaria– donde parece confluir el set up de la última novela (libérrima) de Ariel Magnus. Como si se tratara de un epígrafe borrado (¿quién era, el viejo Thibaudet, aquel de “la célula madre de la novela es la conjunción si”?), Continuidad de Emma Z. demuestra, mediante una gesta de imaginación especulativa y lenguaje apodíctico, que todo lo suyo, en realidad, está (y estará) en “Emma Zunz”. O si se prefiere: que todas sus obras pueden (o podrían) desaparecer en aquella. Hasta la propia biografía (el mito personal) de Georgie. ¡María Kodama! O si se prefiere aún (Magnus se divierte volviendo al paño una y otra vez como un tahúr sin infierno): toda la literatura rioplatense. Que es un modo, una vez planteada la serie exponencial de su delirio razonado, de hacerlo extensivo –por ahí se recorta Emma Bovary, por allá La montaña mágica– a la literatura universal. Desaparecer, disolverse –tratándose de Borges y pronominales declinantes–: originarse.
Arlt, Cortázar, Onetti, Denevi, Saer. El “Erik Grieg” (otra polinización de 'Emma...') de Martín Kohan. O la propia diáspora de los Magnus, presentes de novela en novela. En este caso como insinuación de un procedimiento hereditario: la genealogía fantástica.
Nos enteraremos así que en 1954, es decir: al año siguiente de aquel 2 de octubre de 1953, Emanuel Gualdi, o Loewenthal, o Grieg: una identidad en trance, el hijo natural de Emma Zunz, producto de la violación que en el texto de Borges escenifica la venganza, pero concebido en su lectura, también asiste a ver Días de odio. En su caso (Magnus sonríe) al Cine Real. No coincidirá con Borges –no todavía– pero acaso sí lo haga en alguna circunstancia postrera. La novela intercala, de hecho, tres ejes o líneas narrativas episódicas, repartiéndose a su vez cada una el loteo de la datación hasta nuestro tiempo. Intercala e imanta. Una es la de la propia Emma, que transcurre (se continúa) de 1922, año en que tienen lugar los hechos que narra el cuento de Borges, a 1946 (posiblemente el año en que lo escribe). Otra es la de Emanuel, su hijo, que abarca de 1954 a 1978. La tercera es la del doctor Behrens (de 1986 a 2010), el médico suizo que trató a Borges durante sus últimos meses en Ginebra, induciéndolo, el segundo al primero (“Malas noticias para el hijo de Emma”. “¿Para quién?”) a ponerse tras la pista de la supuesta verdad oculta detrás de 'Emma Zunz', ungiéndolo de tal modo en una suerte de Geoffrey Braithwaite –otro médico devenido en detective salvaje–, el narrador de El loro de Flaubert de Julian Barnes (Borges y sus precursores.)
Una sociedad secreta pone en relación Continuidad de Emma Z. con otra novela notable: Una vida de Pierre Menard, de Michel Lafon. Con Los falsificadores de Borges, de Javier Correas. Sin duda con Nombre falso, de Piglia, invirtiendo el signo: Roberto Arlt. El rito de paso reside en cualquier caso en un simulacro de saturación; la activación y el control (siempre ilusorio) de una serie infinita. En un momento, Behrens alude a The literary universe of Jorge Luis Borges: an index to references and allusions to persons, titles, and places in his writings, de Daniel Balderston, sólo para detectar (mediante un personaje llamado Martín Kohan) la inexactitud de una vocal (y con ella la multiplicación de un individuo). En otro, retoma y despliega el error de Emma de quitarle a Lowenthal 'los quevedos salpicados' después de matarlo, para dejarlos sobre un fichero: «No sabemos con qué estaban salpicados los quevedos, sin con el agua del vaso que había ido a buscar Loewenthal y que se rompió cuando cayó baleado, o por 'la efusión de brusca sangre' (...) Mucho más comprometedoras, sin embargo, son las huellas digitales que Emma deja en los quevedos». Behrens, no obstante, munido de los gadgets de la crítica policial, parece responderle menos a Pierre Bayard que a Bernard McGuirk, quien ya en los prehistóricos noventa supo observar: «Si especulo acerca de un posible 'punto débil' de Emma Zunz, es simplemente para reflexionar acerca de las gafas de Loewenthal (...) la 'falla' en la construcción de la coartada de Emma es el hecho de quitar los anteojos salpicados de Loewenthal. ¿Por qué quitárselos luego del asesinato, manchados de sangre...?». Tanto, acaso, como Ariel Magnus parece rastrear en la respuesta que el propio McGuirk acaricia: «Al ofrecer al detective (o al lector) la falla de un 'crimen perfecto', Emma Zunz nos invita a seguir especulando, rechaza el cierre de su propio texto, complementa lo ya leído con las huellas de un desarrollo ulterior».
Del mismo modo (ínsito, predestinado) Continuidad de Emma Z. rechaza su propio cierre y nos invita a seguir especulando. No ya comentarla, leerla es expandirla. El pésher es de Borges, pero la ceremonia es de Magnus. El Diario de Bioy antes mencionado; el manuscrito del cuento mecanografiado (pasado en limpio no sabemos por quién) que el propio Balderston ha sabido examinar con cliff-hanger –en el que Borges añadió a último momento con pluma aquel adjetivo: salpicados–; cierto personaje, posiblemente el único, el marinero joven, que escapa a la elaboración de la novela... Exclusiones que encierran otras tantas derivaciones. Infinitas, incontrolables.
Hipernovela tipifica de hecho el Oulipo a 'una máquina de multiplicar relatos'. Ya sea esta escrita por un solo autor, ya colectiva –El almirante flotante, para no ir muy lejos, incluida por Borges y Bioy en El Séptimo Círculo, y Lost Ark de aquella colección–. Continuidad de Emma Z. es sin duda una de las dos. ¿Pero ¿Cuál?
(Entre paréntesis: diez años después, el martes 16 de abril de 1963, poco después de que Emanuel Grieg visitara en el cementerio de Bagé el Panteón de los Siete Congresales de Tlön, Borges le dijo a Bioy –y Bioy lo anotó–: «Los autores no tienen que renegar de un libro, porque lo vuelven más precioso».)