Por Martín De Ambrosio
Emparentado con Roberto Fontanarrosa y con Leo Maslíah (con quienes a su vez tiene naturalmente sus puntos de diferencia: lo que en Fontanarrosa es fútbol en Bizzio es sexo, drogas y extraterrestres; lo que en Maslíah son muchos juegos de palabra en Bizzio son pocos juegos de palabra), Sergio Bizzio ha sabido construir una estética literaria propia, lo que algún crítico podría llamar “horizonte de expectativas”. En pocas palabras: el lector conoce a qué se expone al abrir un libro de este autor. Ya se sabe que los personajes de Bizzio serán extraterrestres ridículos o animales que hablan y llevan a cabo venganzas inverosímiles o estrellas de rock decadentes o escritores más bien mercenarios o, por último, chicos que viven torpemente (¿de qué otro modo si no?) su despertar sexual. Y las tramas serán de un delirio extremo, inconsecuentes, bífidas, alocadas y despojadas de finales contundentes.
Por ejemplo, en “El tótem”, un grupo de indígenas de la tribu Sorong decide construir un tótem, que no es otra cosa que un hotel de cinco estrellas de once pisos (las Sorong, una de ellas llamada Uma y otra Thurman, conviven con los huéspedes del hotel). O en el cuento que abre el volumen, titulado “Cinismo”, se cuenta la extraña pareja de una hermafrodita con un chico gay. Aunque también, a veces, Bizzio puede rozar el costumbrismo, como en “Lo denso”, acertado cuadro sobre lo que pasa cuando las traiciones conyugales se convierten en familiares, involucrando a hermanos, parientes, amigos y favorecedores. Todo lo dicho hasta aquí es válido del primero hasta el penúltimo cuento.
Un párrafo aparte merece el último cuento, “Un amor para toda la vida”. Contrariando la veta delirante y absurda que explotó en todas sus consecuencias hasta entonces, Bizzio se mete de lleno en una historia realista de un curioso trío de amigos, novios y amantes (son dos chicos y una chica). Los chicos son arrasados por la aparición en el colegio de esta intrusa –ella los cautiva desde el comienzo en que aparece en el aula y califica de “boludo” a un profesor que le hace una pregunta boluda-. Y todo cambia. El líder del grupo deja de ser tal para convertirse apenas en un noviecito que quiere que ella llegue virgen al matrimonio; el narrador es el tercero en discordia, que apenas si logra unos besos furtivos y se mortifica por su frustrado amor. Cuando parece que la historia va a terminar con la partida de la chica al exterior, el autor la hace continuar hasta un asombroso encuentro en la madurez de los tres (el narrador es ahora un escritor que se dedica a guiones televisivos que gana bastante dinero con el asunto). El cuento, genial, tal vez sirva incluso para cambiarle la perspectiva al mismo autor, que evidentemente está en condiciones de ejercer el realismo con elegancia, precisión y una fuerza narrativa envidiable y no muchas veces vista o leída. Lo que confirma que Bizzio es también un gran escritor y no sólo un divertido delirante.