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El escritor, crítico y editor Luis Chitarroni ingresa a la Academia Argentina de Letras

Erudito, perspicaz y “lector total”, Chitarroni es el nuevo académico de número de la AAL; su candidatura fue impulsada por Hugo Beccacece, Jorge Fernández Díaz y Pablo De Santis, entre otros escritores y académicos Por Daniel Gigena

Para despedir 2021 con una buena nueva, la Academia Argentina de Letras (AAL) anunció que, desde esta semana, el editor, escritor, traductor y crítico literario Luis Chitarroni (Buenos Aires, 1958) integra la institución responsable del estudio y los usos del idioma español en el país. La misma presidenta de la AAL, la doctora en Letras Alicia María Zorrilla, confirmó a LA NACION el ingreso del nuevo académico de número. “La elección corrobora una trayectoria brillante y merecedora de la designación de académicos”, dijo Zorrilla. En tiempos recientes se han incorporado a la AAL los doctores en Letras Hilda Rosa Albano y Javier Roberto González, el escritor y abogado Eduardo Álvarez Tuñón, la lingüista e investigadora Leonor Acuña y la doctora en Filosofía y Letras Beatriz Curia. Chitarroni ya ocupa el sillón Calixto Oyuela.

“En fin, los amigos nada perdonan -dice, bromeando, Chitarroni a LA NACION-. Y gracias a Hugo Beccacece y a Jorge Fernández Díaz, y a otros que andaban por ahí, como Pablo De Santis y Santiago Kovadloff, ahora soy parte de la Academia Argentina de Letras. Acuérdense del final de Madame Bovary cuando a Homais le dan finalmente la Legión de Honor. Como toda consagración y reconocimiento, este no deja de asustarme y dejarme perplejo, ya que soy un cronófobo a quien los minutos que pasan lo aterran. No creo que cronófobo haya sido admitido por los diccionarios, ni por el de Casares ni por el de Covarrubias, que es mi favorito. Justo este nombramiento honorario me interrumpe mientras escribo un artículo o ensayo corto sobre los límites del nacionalismo, una idea que surgió después de leer una magnífica irreverencia de Bioy en su correspondencia con Wilcock: ‘Una especie de Castagnino que tienen acá', refiriéndose a Roland Barthes. ¿Hasta dónde llegamos con nuestros afectos y referencias? En todo caso, dedico esto a un amigo que tenía, sí, algo de lexicógrafo, C. E. Feiling”.

Chitarroni recuerda que Ricardo Piglia decía que “el gran problema” de los escritores argentinos es el de la consagración. “No hay nada que te satisfaga -observa-. Si a César Aira le diera el Nobel de Literatura y eso calmara su deseo de escribir es mejor que no se le den”. El flamante académico trabaja, además, en una novela corta que “se está haciendo demasiado larga”. Recién mudado al barrio de Congreso, a un departamento algo más reducido que aquel en el que vivió por veinte años, cuenta que tuvo que desprenderse de más de diez mil libros de su biblioteca. La semana próxima retomará su actividad como editor en La Bestia Equilátera, el sello que popularizó en el país a autores como Alexander Baron, Elizabeth Taylor, Michael McDowell y Bruce Elliott. En 2022, deberá dar el discurso de asunción en la AAL.

Chitarroni comenzó su carrera como colaborador y redactor en diferentes revistas. Desde muy joven, trabajó como asistente de Enrique Pezzoni en la editorial Sudamericana (años después adquirida por Penguin Random House), donde desarrolló su amplia labor como editor de narrativa, poesía y ensayo; desde 2008 es el director editorial de La Bestia Equilátera. En 1992 publicó Siluetas, que recopila sus columnas para la revista Babel, y en 2008, la colección de ensayos Mil tazas de té. En Breve historia argentina de la literatura latinoamericana (2019) se recogen las clases que dio en un seminario en el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (Malba) y en 2020, Ediciones UDP, de Chile, publicó la antología de textos críticos Pasado mañana. Diagramas, críticas, imposturas. Fue director del área de Letras del Fondo Nacional de las Artes y jurado en prestigiosos premios literarios. Es autor de las novelas El carapálida (1997) y Peripecias del no. Diario de una novela inconclusa (2007), sobre la que dijo Beatriz Sarlo: “Desde la muerte de Libertella que no se imprimía algo tan desesperado, tan insensato y, al mismo tiempo, tan literario y erudito: una novela fuera de tiempo, que habría sido verdadera vanguardia, si existiera ese lugar en el arte contemporáneo”. En 2019, dio a conocer los relatos de La noche politeísta.

Erudito es la palabra que también utiliza el académico, escritor y periodista Jorge Fernández Díaz, uno de los impulsores de la candidatura de Chitarroni junto con su colega Hugo Beccacece, para referirse a Chitarroni. “Es uno de los grandes eruditos de la literatura argentina de todos los tiempos, quizás el más grande que tengamos actualmente -afirma Fernández Díaz-. Es heredero de Francisco Porrúa y de Enrique Pezzoni, dos de los grandes editores de todos los tiempos. Publicó libros de Ricardo Piglia, Fogwill, Sergio Chejfec, Luis Gusmán, Daniel Guebel, María Martoccia, Gustavo Ferreyra, C. E. Feiling, Ana María Shua, María Negroni y muchos más. Y fungió como principal asesor en el área de ensayo y creó una colección de poesía impresionante, donde estaban Olga Orozco, Alberto Girri y Alejandra Pizarnik, entre otros”. Para el autor de El puñal, Chitarroni protagonizó una gran experiencia en un megagrupo editorial, que luego profundizó en la editorial independiente La Bestia Equilátera. “Es una especie de lector total, alguien que además es un especialista en jazz, en rock sinfónico, en pop, en cine, es un tipo capaz de conectar a Cervantes con Leónidas Lamborghini, a César Aira con el Robinson de Daniel Defoe y a Jane Austen con Stephen King -agrega Fernández Díaz-. Por todas estas razones un grupo de académicos impulsamos su incorporación a la AAL. Estamos muy orgullosos de darle un lugar a alguien que ya es una leyenda”.

El escritor y académico Pablo De Santis compartió este jueves la primera sesión (vía Zoom) de Chitarroni en la AAL, que fue además la última de 2021. “Es un motivo de alegría la incorporación de Chitarroni a la Academia -dice De Santis a LA NACION-. Comencé a leer a Luis en aquella sección que hacía para la revista Babel: ‘Siluetas’. Eran estampas de escritores que solo él, con su infinita erudición, conocía o inventaba. Siempre ha tenido una forma originalísima de encarar el ensayo, con una imaginación desbordante y una búsqueda de lo que las bibliotecas tienen de raro, de olvidado, de imprevisible. En su elección como académico de número se reconoce también su obra como narrador y como editor; está considerado uno de nuestros más grandes editores, y de los intelectuales más queridos y respetados entre pares. Si hay una figura que recorre toda su obra es la del lector inquieto, desordenado y tenaz; un lector que considera la lectura como descubrimiento e invención”. Desde ahora, esa perspectiva original enriquecerá debates e iniciativas en la AAL.

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