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El golpe, el terror y sus marcas en la literatura

En clave ficcional, los años de plomo se abordaron retrospectivamente apelando a registros varios. De entre ellos, la ficción macabra produjo textos de alta potencia metafórica. Télam repasó tres títulos que tocan esas cuerdas y conversó con sus artífices -Elsa Drucaroff, Hernán Domínguez Nimo, Luisa Valenzuela- a propósito de este aniversario. POR GABRIEL SÁNCHEZ SORONDO Y FELIPE DESLARMES

Si Rodolfo Walsh fundó la no ficción americana con su Operación Masacre (previa, según se ha dicho hasta el cansancio, al A sangre fría de Truman Capote), quizás la impronta de Oesterheld y su Eternauta configura inversamente, veinte años después, la primera metáfora montada sobre la usurpación del poder y el genocidio de Estado. Pero a diferencia de los fusiladores del ‘56, los golpistas que atacaron dos décadas más tarde irradiaron –por la metodología y dimensión de su alcance– algo que a primera percepción resuena sobrenatural, empezando por la categoría imposible del “desaparecido”. Encarnaban, en definitiva, el terror de lo no humano, cuyos límites, en consecuencia, superaron lo imaginable. 

“Irradiación” fue la palabra que utilizó el dramaturgo y psiquiatra Eduardo “Tato” Pavlovsky en su obra “El señor Galíndez” donde anticipaba los alcances del horror con premonición quirúrgica. Allí, uno de los personajes, el torturador Beto, le daba instrucciones pedagógicas un joven aprendiz del siniestro oficio mientras se preparaban para una sesión: “Escuchame, pibe, por cada trabajo bien hecho, afuera hay mil paralizados de miedo. Nosotros actuamos por irradiación”. La cuota de terror adicional surge de pensar que 30.000 se corresponde con la proporción indicada por ese personaje sobre los 30 millones de personas que había en el país al finalizar la dictadura. Y lo premonitorio se debe a que  la obra fue puesta en escena en 1972, cuatro años antes del último golpe de Estado.

Aquella misma densidad siniestra que Oesterheld puso en viñetas llegó también a la ficción escrita y fue pulso de relatos de cientos de autores argentinos y extranjeros. De entre esa profusa producción elegimos algunos títulos donde el vínculo entre el terror y lo fantástico despliega un abordaje infrecuente.

"Por cada trabajo bien hecho, afuera hay mil paralizados de miedo. Nosotros actuamos por irradiación”  - De un torturador a un aprendiz, personajes de la obra "El señor Galíndez", de Eduardo Pavlovsky

 

La memoria del río

En “Los muertos del Riachuelo” Hernán Domínguez Nimo se mete “con y en” las densas aguas aceitosas a cuyos márgenes lo urbano se yergue pleno de contradicciones. Desde lo profundo de ese curso, parafraseando al poeta Cátulo Castillo,  “donde el barro se subleva” emergen, en la ficción de Domínguez Nimo, seres caídos en busca de revancha. Reconvertidos en zombies encarnando, acaso, una forma de justicia poética, resurrección mediante, hay entre los emergentes quienes fueran arrojados vivos e inyectados con pentotal por los verdugos que habían usurpado el poder hace 46 años.

Acerca de esas páginas ficticias, pero tan metafóricas respecto de los días de plomo inaugurados en 1976, conversamos con el autor.

Télam: Los argentinos tenemos con el río una relación conflictiva, inseparable del hecho de haber sido la gran tumba anónima que eligieron los genocidas para ocultar sus crímenes ¿Cómo llegó a ser el Riachuelo eje de tus relatos?

Hernán Domínguez Nimo: Cuando me propuse escribir sobre muertos vivos, no quise hacerlo por puro goce gore, sino vinculándolo a nuestra realidad. Entonces, la idea del Riachuelo, con todos sus muertos anónimos, se convirtió en el caldo de cultivo ideal para contar sus historias. Algunas las conocía, otras aparecieron mientras investigaba a fondo porque quería intentar, de alguna manera, abarcarlas a todas. Y de las que tocaba de oído —como la de los vuelos de la muerte— pude conocer mucho más a la hora de sentarme a escribir.

Pero Los muertos del Riachuelo habla de muchos otros temas además de los vuelos de la muerte, y de alguna manera todos son desaparecidos, algunos en época de democracia, quizás justamente por eso duelen más. Desaparecidos del hambre, desaparecidos de la policía, desaparecidos de la prensa, desaparecidos de la desidia. Ojalá algún día la lista se termine.

T: ¿Qué te despierta, en lo personal y como narrador –si se quiere, del género fantástico– este aniversario del golpe de Estado que instaló la noción de “desaparecido”?

H.D.N: Yo era bastante pendejo durante la dictadura, pero el tema de los secuestros y los desaparecidos fue algo que de alguna manera se filtraba en la atmósfera que se respiraba en casa, incluso en cosas que soñaba. No por algún conocido, simplemente estaba. Supongo que esas cosas con las que uno crece siempre son las marcas que terminan por colarse en los escritos. Como autor y como persona, el aniversario representa una prehistoria, algo que queremos pensar quedó atrás y no debería repetirse nunca más.

"Además de los vuelos de la muerte, hay algunos en época de democracia, quizás justamente por eso duelen más: Desaparecidos del hambre, desaparecidos de la policía, desaparecidos de la prensa, desaparecidos de la desidia" - Hernán Domínguez Nimo