La muerte no lo sorprendió sin haber reído lo suficiente. Pero Edipo, su gato, lo llora a la manera felina: quietud, ojos caídos y maullido de extrañeza. “Soy de cristal, pueden ver a través de mí. No tengo secretos”, bromeaba el narrador, poeta y ensayista suizo Philippe Rahmy sobre la enfermedad congénita que padecía: osteogénesis imperfecta, también conocida como “huesos de cristal”, una debilidad producida por la escasa presencia de colágeno en los huesos, que provoca que se rompan con facilidad sin ninguna causa aparente. Rahmy, autor de Allegra y Béton Armé, entre otras novelas, murió el domingo a la noche a los 52 años. Pudo ver publicada su última novela, Monarques (La Table Ronde), un homenaje a su padre egipcio, una evocación de su propia infancia bajo el signo de la enfermedad y una exploración de la figura de Herschel Grynszpan, un adolescente judío de 17 años que mató a un funcionario nazi en París en 1938.
Imposible olvidar su desparpajo vital, ese entusiasmo que podía hacer vibrar hasta las piedras. El año pasado estuvo en Buenos Aires, invitado por Lucila Cordone y Estela Consigli, dos traductoras y docentes quijotescas que dirigen la Escuela de Otoño de Traducción Literaria del Lenguas Vivas. Tenía mucha expectativa por la traducción en curso de su novela Allegra (Editions de la Table Ronde), donde indaga sobre la cuestión del extranjero en las sociedades occidentales, a través de la perspectiva de Abel, un francés hijo de argelinos que vive en Londres. “La palabra extraño se transforma en algo negativo en el mundo. El protagonista de mi novela es un extranjero en su propia tierra. Aunque busca un lugar en el mundo, sigue siendo un extraño. Abel nació en Francia, de padres argelinos. Se va a Londres porque cree que son más abiertos con los inmigrantes; pero por la crisis económica mundial, pierde un buen trabajo que tenía en la banca de Londres y empieza a vivir al límite. Abel se convierte un poco en Caín, las circunstancias que sufre lo vuelven violento”, explicaba el escritor suizo. “El malo en la novela es el sistema financiero internacional”, afirmaba Rahmy. “El jefe de Abel le ofrece inmolarse, a cambio de mucho dinero, en la apertura de los Juegos Olímpicos de Londres en 2012 porque eso provocaría la caída de la libra y buenos negocios para la banca. Abel va al estadio, pero justo al lado de él hay dos pequeños con su mamá y uno le pide que le infle un globo. De repente se conmueve, se echa atrás y toca fondo. Tira la bomba al río y vuelve a la realidad. Para mis manos era imposible escribir que Abel hacía explotar la bomba. No puedo escribir sangre, no puedo usar los mismos recursos de los políticos y los medios de comunicación para vender miedo”.
“Él estaba armando un proyecto llamado ‘Los invisibles’, que consistía en registros fotográficos y textuales en la Villa 31 que pensaba presentar en forma de exposición y libro; incluso hablamos de que los textos fueran bilingües”, revela Cordone a PáginaI12. “Le apasionaba la idea de dar voz a los sin voz y le conmovía profundamente la existencia de esa megaciudad precaria prácticamente incrustada en una de las zonas más paquetas. Buenos Aires lo volvió loco, y tenía planes de venir de enero a abril de 2019”. Cordone estuvo hace unas semanas con Rahmy en Suiza. “Un dato anecdótico, que no se vincula con su trabajo pero sí con su increíble tenacidad y buen humor. Como estuve unos días en Zúrich en septiembre, apenas hace dos semanas de esto, quedamos en encontrarnos a cenar. Él estaba en la Fundación Jan Michalski, una residencia de escritores y traductores en Montricher, a dos horas en auto. Venía manejando con Tanja y un accidente en la ruta los demoró, con lo cual en lugar de dos horas tardaron cinco. Me sentía muy avergonzada por haber convenido esa cena, pero él estaba feliz y muy divertido con la aventura. Tomó poco vino, porque tenía que manejar de vuelta. ¡No sólo había venido manejando él sino que iba a manejar las dos horas de vuelta! Traté de convencerlos de que se quedaran a dormir en Zúrich pero no hubo caso. Era un personaje increíble y aprovechaba cada minuto de vida”, recuerda la traductora y docente.
Rahmy, el “cóctel” suizo como él se definía porque su padre provenía de una familia franco-egipcia-musulmana y su madre de una familia aristocrática alemana, nació en Ginebra el 5 de junio de 1965. Su lengua literaria era el francés, pero su lengua madre era el alemán. “Mi abuelo materno era de una familia aristocrática alemana que viene de Johann Philipp Palm, un héroe alemán fusilado por Napoleón, que aparece mencionado en la primera página de Mein Kampf de Adolf Hitler. Todos en esa familia fueron nazis. Yo no quiero esa parte de la historia familiar, no quiero tener nada que ver con ellos. A mi papá nunca lo aceptaron porque era egipcio y tenía la tez demasiado oscura. Para esa parte de la familia de mi mamá yo era como un monito, una curiosidad, porque ella había tomado decisiones incorrectas al casarse con mi padre. Siempre hablé alemán con mi mamá, pero no tengo ninguna relación con la cultura alemana”, advertía el escritor suizo, recientemente premiado con el Rambert 2016 y el Swiss Literary Award 2017. “Escribir no fue una vía de escape. Lo que hice fue amigarme con un poder muy fuerte que estaba en mí. La lengua pasó a ser como un miembro más de mi cuerpo, como un brazo, como una pierna, que me posibilitaba hacer cosas que tal vez no podía hacer de otra manera. Si quería caminar por una calle, escribía: ‘voy a caminar por esa calle’. Y caminaba. El primer poema lo escribí a los 5 años y le puse ‘El pequeño caballo blanco’. Empecé a hablar y a escribir muy rápido porque las piernas no me funcionaban. La lengua es como un ojo. Todo lo que veía lo decía y todo lo que decía lo escribía”, recordaba el escritor suizo. “Más allá de la enfermedad, creo que igual hubiera sido escritor”.
“Quienes tuvimos el privilegio de conocer personalmente a Philippe Rahmy, ya lo estamos extrañando”, confiesa Consigli. “Nos damos cuenta de que su muerte es una gran pérdida para la literatura, pero también para el mundo, porque desbordaba talento, inteligencia, alegría, amor y humor. Aún tenía mucho de eso para dar, y estaba entre sus infinitos proyectos volver a la Argentina en el corto plazo, escribir sobre ella, conversar con su gente en las esquinas, en cualquier bar de Buenos Aires, como lo había hecho en su primera visita. Frágil y fuerte a la vez, su compañía durante solo unos días en abril de 2016 nos llenó de felicidad y enseñanzas. Nuestro mejor homenaje será seguir disfrutando de su prolífica obra artística”.