por Eugenia Ortiz
Este breve volumen reúne varias entrevistas y también buen número de conferencias que Philippe Sollers y Julia Kristeva, dos figuras señeras de la cultura francesa contemporánea, brindaron entre los años 2010 y 2015 en Francia. El hilo conductor de las mismas es su relación matrimonial. El duro deseo de durar Que Julia Kristeva y Philippe Sollers, que se dieron a conocer alrededor de mayo del 68, hablen sobre el matrimonio y que lo hagan después de cincuenta años de casados, puede parecer una contradicción.
Que su relación continúe menos apoyada en la ley que la enmarca que en la certeza de que ella es un lugar-fuente, al que pertenecen separados y juntos, se convierte en un mensaje insospechado para el interior de las instituciones regulatorias, las que más lo necesitarían y en las que más ausente está.
Este libro es, desde varios puntos de vista y contra los cánones religiosos y civiles, una curiosa apología del matrimonio. El origen de esta antología es una iniciativa de Librairie Artheme Fayard de 2015 que Interzona editó en Buenos Aires, traducida por Matías Battistón, en 2016. Los apartados dejan la huella de su origen, aclarado en pie de página y revelado en las dinámicas de presentación del material: un breve prólogo de Sollers, otro breve prólogo de Kristeva, una entrevista hecha por Le Nouvel Observateur en 1996 a los dos, una serie de conferencias y paneles, diversos encuentros académicos con ambos organizados entre 2010 y 2015.
El título remite a un tipo de paratexto en desuso pero también, como declara Sollers al comienzo, juega con dos referencias a las que alude irónicamente: Del asesinato considerado como una de las bellas artes, de De Quency, y De la literatura considerada como una tauromaquia, de Michel Leiris. El resultado final es un título atractivo, dos grandes voces en diálogo, una estructura bastante reiterativa (las anécdotas personales se repiten, a veces, con descuido), pero con todo, como pasa con los buenos guiones hechos por compañías regulares, la lucidez del mensaje salva las posibles fallas de la composición.
Justamente sobre una “composición permanente, en el sentido musical del término” (100) se trata esta relación que Julia Kristeva y Philippe Sollers definen como una aventura personal. Y si lo de personal podría sonar antinómico, desde esa definición parte la apuesta: ambos rechazan el término fusional de pareja y recargan el manido término matrimonio, salvando cada subjetividad. Sin indiscreciones y exhibicionismos, Kristeva y Soellers retoman su historia y narran esa aventura personal de amarse antes, durante y después de mayo del 68, como ellos señalan, contra todo cinismo o camino trillado, “a contracorriente”, y con la propuesta de formular un nuevo discurso amoroso. Así, el matrimonio a largo plazo es presentado como una experiencia a la que hay que ser convidados, que no admite claves ni hitos, algo que hay que probar.
Los apartados se interconectan por temas que están en la base de la unidad del texto: el concepto de amor en la era de la hiperconectividad, la experiencia interior y la niñez. En primer lugar, el amor aparece mencionado como un término “sumergido en un torrente de malentendidos” (pág. 88), un supuesto y un gran desconocido. El uso mercantilista del amor, del que tanto se ha hablando y en el que se basa la cultura del espectáculo, es para Sollers y Kristeva el origen del ultraje de esta palabra. Para ellos, el amor se instaura como concepto de mercadotecnia –incluso en sus iniciativas más espiritualistas– a la par que el sexo ha dejado de ser un arte para pasar a ser una técnica: “el sexo era algo desenfrenado, y ahora se lo está volviendo obligatorio y aburrido” (pág.17). En ese movimiento, el individuo no se ha liberado de la sensación de culpa, y así lo sintetiza Kristeva: “en paralelo a los dark rooms y las sesiones sadomasoquistas, la neurosis sigue su curso, imperturbable, atravesada por orgías, en el reverso de la liberaciòn sexual” (pág. 92).
Contra la banalización del hard sex y del amor, la propuesta de ambos es reinsertar el concepto en la tradición de la cultura occidental (de alguna manera, lo que Kristeva hace en su Histoires d’amour). En los casos que mencionan al pasar (el Cantar de los Cantares, Agustín de Hipona, Stendhal, Freud y Artaud), ambos encuentran representaciones cabales de este arte amatorio que debe recobrarse. La hiperconectividad, por su parte, los buscadores webs de parejas basados en algoritmos (que seleccionan perfiles ajustados a las coincidencias de los internautas), quienes luego dan testimonio de su relación en “estados” y “muros” de las redes sociales, convierten el encuentro de dos presencias en mecanismo y espectáculo.
Como la incapacidad del sujeto contemporáneo de entender lo que lee, a lo que Kristeva alude con inquietud, lo que está en la base de estas relaciones de la hiperconexión es la ausencia de la experiencia interior. Una sociedad incapaz de concentrarse en la lectura, una sociedad anclada en el miedo y en la mirada ajena, no permite la soledad necesaria para el misterio, la constitución del fuero interno, de la interioridad psíquica que fue y debe seguir siendo central para Occidente. La propuesta de Sollers y Kristeva es, así, retomar la experiencia interior, desde Teresa de Ávila, Bataille, Heidegger y Freud, para hacer posible la escucha de la presencia del otro, el punto de partida para la conexión amorosa.
Uno de los temas centrales en el relato del vínculo, y de la constitución de la experiencia interior es la infancia: “Dos personas que se enamoran son dos infancias que se entienden mutuamente” (pág. 33), dicen. Las infancias recobradas, la comprensión de esos primeros años tan diferentes y similares a la vez (“fuimos dos niños resultamente refractarios e impenitentes”, pág. 33), son constituyentes de su relación adulta; de ahí emerge la fuerza de la creación y la renovación. Julia habla de Philippe, Philippe de Julia y en ese describir al otro proponen los primeros años como ejes que atraviesan sus vidas, los que los renuevan y los que nunca abandonan.
A lo largo del volumen surge varias veces la misma pregunta: ¿cuál es el lugar de la fidelidad en una pareja que atravesó mayo del 68? Sobre ese punto los entrevistados ahondan en el desarrollo del matrimonio como organismo vivo, como experiencia de no fusión, y cuestionan la idea de simbiosis como un gesto regresivo y una vinculación que tiene más de lazo paterno-filial que de relación de dos sujetos adultos. Para Kristeva, la fidelidad se arropa en la necesidad de todo niño de dos imagos para enfrentar al mundo, algo constitutivo de la infancia, pero que muchos adultos no pueden abandonar. Éstos buscan parejas para fusionarse, para reeditar la relación simbiótica primigenia, para perder la individualidad en pos de una seguridad afectiva y económica. Pero también mencionan pactos particulares dentro de las parejas y como ejemplo mencionan la relación abierta Sartre-Beauvoir o el matrimonio josefino de Räisa y Jacques Maritain. Junto con otros casos, sin espectáculo ni infidencias, comentan que su vínculo estableció sus propios pactos de estabilidad y tiene sus propias reglas. La fidelidad, así, se presenta como la armonización de la extrañeza. Sus definiciones y testimonios resuenan, sin embargo, más a pantalla de un secreto que a justificación sofisticada: en este punto levantan un prudente velo que los separa del exhibicionismo que critican.
Además, tal vez en un gesto del déclinisme europeo que denuncian y del que forman parte, coinciden en que se debe refundar el discurso amoroso a partir de la reconsideración del humanismo laicista, retomando valores religiosos secularizados, cuya base sea la experiencia interior para afrontar desde ella los fanatismos y las guerras virales que estallan dentro de las ciudades. A la vez, agregan, el Estado debe retomar la tarea de formar ciudadanos, y no de formatear internautas, porque por este camino se produce “la contracara simétrica de la propaganda yihadista” (pág. 113).
En suma, lo que sintetiza este micro-tratado en forma de entrevistas recortadas es que toda relación debería entenderse como la consecuencia de amar una contradicción, de reconocer al otro como otro, de armonizar “la diferencia irreductible” de ser un hombre y una mujer (pág. 15). Hombre y mujer son dos extraños entre sí y siempre lo serán, y junto con este equilibrio, se propone la asunción de que en un matrimonio no son dos los que se unen, sino cuatro dimensiones que se interrelacionan: cada sujeto con sus respectivos anima y animus, con sus aspectos bisexuales en danza.
Los principios de este relato testimonial pueden suscitar diferentes reacciones dentro de un espectro que va desde la alegría hasta el cinismo. Que dos figuras como Kristeva y Sollers hablen de su propia experiencia, que intenten una redefinición del arte amatorio, que defiendan la idea del matrimonio como un vínculo a largo plazo es, en primer lugar, una intención llena de belleza (o de crueldad) y, en segundo lugar, una absoluta paradoja. Cabe, también, que la lectura lleve a pensar el matrimonio como un significante vacío, lo cual relanza la propuesta hacia el otro extremo de la trayectoria pendular, conformando un discurso conservador en tensión con una mirada innovadora.
La base de este libro no es sólo la historia de un vínculo y su composición, sino especialmente el fino arte de la conversación: sus protagonistas dialogan en cada fragmento con sus entrevistadores, con el público y los lectores; comenzaron a conversar entre sí en 1967 y siguen haciéndolo de manera ininterrumpida hasta hoy bajo la forma de un matrimonio. En esta sintonía, como dice Philippe Sollers frente a Julia Kristeva en uno de esos encuentros, si para el antiguo derecho inglés el adulterio se definía como una criminal conversation: “yo tengo conversaciones criminales con mi mujer” (pág. 41).