¿Qué pasa en la actualidad con las letras en el rock? ¿Ya no importan? El escritor Sergio Bizzio opina lo siguiente: “Las buenas letras en el rock actual se volvieron una especie en extinción. Y muchas bandas les dan la misma importancia que el público: poca y nada". Bizzio está conectado con la música desde siempre: toca la guitarra, el piano, hizo un disco (Música para pensar sentado), cada tanto escribe letras y hasta su hijo tiene una banda excelente llamada Rey Bichito. Incluso, dedicarse a la música, fue lo primero que contempló como posibilidad de futuro cuando era un niño en Ramallo, de donde es oriundo, pero la literatura pudo más.
Ahora lo piensa y dice: “Me equivoqué”. Inmediatamente, estalla en una risa contagiosa. Retoma la cuestión: “Parece fácil escribir letras de canciones, pero no lo es, por lo menos para mí. Lo intenté varias veces y no anduvo, pero en algún momento va a salir. Cada tanto, entre una novela y otra, una letrita". Pero el motivo de este encuentro en un bar de colegiales no es la lírica en el rock contemporáneo, sino sus dos nuevos libros publicados que acaban de aparecer en la mesa de novedades: Un lugar precioso (Random House) y Sabemos lo que pasa por las noche, Caracol (Interzona). Y son dos textos que parecen dialogar muy bien porque son un muestrario de la potencia literaria extrema a la que se dirige siempre la obra de Bizzio. Por un lado, Un lugar precioso está compuesto por dos nouvelles (“Les habían dicho que estaba bueno y fueron para allá” y “Radiografía de la pompa”) que tratan dos temas (aunque nunca escribe a partir de tópicos) que a Bizzio siempre le resultaron atractivos: el devenir de una pareja y los marcianos .
Y por otra parte, Sabemos lo que pasa por las noches, Caracol es un libro inclasificable que se maneja en el terreno de lo lúdico, lo experimental y los procedimientos vanguardistas como el Cut-Up o técnicas como collage (quizás tenga que ver con que está produciendo muchos collages y además está rodeado de artistas plásticos: “Estoy trabajando con los Mondongo en unos dibujos que hacemos con lavandina sobre tela”). Son frases que desautomatizan los lugares comunes de la mente. Botones de muestra: “El aire combina con todo”; “Sombras en polvo”; “Si no tengo ganas de pensar agarro el poncho”, entre otras de sus 128 páginas.
Cuando se percibe este panorama, dos libros que están a la altura de una voz única en la literatura argentina, es posible pensar que el camino literario de Bizzio crece y se profundiza porque es una obra que siempre encuentra un goce impresionante en el ejercicio cotidiano de llevar la imaginación a su máximo nivel de aparición y encantamiento. Bizzio crea su propia agenda de interés, vuelo y psicodelia en donde las historias inventan su particular lógica de placer. En un encuentro con Clarín Cultura dialoga sobre estos dos nuevos libros y cómo, cada vez más en su proyecto, la escritura crea su propio terreno de intervención con el mundo.
Periodista: Empecemos por Un lugar precioso.
Sergio Bizzio: Son dos nouvelles en un mismo libro, “Les habían dicho que estaba bueno y fueron para allá”, y “Radiografía de la pompa”. Terminé la primera y no tuve ni tiempo de pensar en publicarla porque casi en el acto me puse a escribir la segunda, así que finalmente decidí publicarlas juntas, aunque son tan distintas. A mí me pasa que cuando termino de escribir algo quedo unas cuantas semanas como en blanco, a veces insatisfecho y a veces contento, pero agotado. Esta vez la continuidad directa en la escritura de una y otra se dio porque ni bien terminé la primera recibí un mail de un amigo que me decía un poco socarronamente: “cómo te gusta escribir sobre marcianos, eh”. Y yo empecé a escribirle un mail de respuesta y salió una novela. De hecho “Radiografía de la pompa” empieza así: 'Siempre hay alguien que pregunta: ¿Por qué te gusta tanto escribir sobre extraterrestres?'.
P: Y tu respuesta es la primera página del libro.
SB: Sí. La mitad de la primera página, en realidad. Ahí me acordé de unas ideas sueltas, unos bocetos mentales de historias que tenía y con las que nunca había avanzado y que eran parte de un viejo propósito de escribir mis propias Crónicas marcianas. Leí el libro de Bradbury a los 12 o 13 años y muchas veces pensé en escribir mis propias crónicas, en una atmósfera más bien pueblerina, e incluso invirtiendo las de Bradbury. Es decir, en mi versión no éramos los humanos los que hacíamos expediciones a Marte, sino los marcianos los que se instalaban abiertamente acá. Bueno, tenía 13 años, pero ahora que tengo 15 me valí de esa inocencia para hacerlo igual. Y en parte lo conseguí. Además el narrador cuenta cosas de mi vida real, por decirlo así, y los marcianos son mis amigos de la adolescencia en el pueblo donde nací, ahora con algunos poderes.
P: Hace un tiempo que venís publicando libros que reúnen cuentos que muchas veces no parecen tener nada en común donde lo único que los convoca es el título. ¿Hay algún procedimiento detrás de esto?
SB: A mí el tema de la unidad temática no me importa nada. Publiqué más de un libro con relatos que no tienen nada que ver entre sí y veo que pueden convivir perfectamente.
P: ¿Y el título te evoca alguna cuestión?
SB: No, es un lindo título, nada más. Tampoco me parece que haya alguna razón para creer que los títulos tienen que responder a la temática o a los asuntos del libro. Para mí un libro puede llamarse de cualquier manera.
P: ¿De cualquier manera?
SB: Sí. Bongo fury, por ejemplo, que es el libro anterior a éste. Es un título de Frank Zappa que siempre me gustó. El título y el disco. Ahora ¿qué tiene que ver el título con los relatos del libro? Nada. O sí. Yo estaba escribiendo un texto sobre el disco de Zappa, lo escribía para mí, solamente por el gusto de escribir sobre ese disco, y de pronto se me ocurrió un cuento y lo escribí en ese archivo, y después otro, y así. Y cuando tuve seis o siete cuentos y decidí publicarlos ¿qué título le iba a poner? El título del archivo, claro, Bongo fury. ¿Importa eso? Podría haberse llamado 'Pompas de jamón', o cualquier otra cosa. No tiene que responder a nada, solamente tiene que gustarme.
P: Pareciera que de un tiempo a esta parte ningún libro responde más que a un deseo que vas explorando. Hasta que aparece otra cosa, otro deseo.
SB: Yo escribo lo que puedo, como todo el mundo. Pero ahí, adentro de lo que puedo, hago lo que quiero y como quiero. No pienso ni en el lector ni en el mercado ni en si va a gustarle a tal o cual persona. La libertad es lo único que importa.
P: Dentro de este panorama de libertad absoluta en la escritura, ¿cómo te llevás con la corrección?
SB: Es una manera de escribir, la corrección es parte de la escritura, obviamente. Me levanto muy temprano, tengo ese hábito. Tipo cinco de la mañana ya estoy arriba y escribo unas tres horas, o algo así. Hasta que se levanta mi hija y la acompaño con sus cosas. A la tarde retomo lo que escribí esa mañana, pero no escribo nada nuevo, corrijo. Y al otro día sigo adelante. Claro, tengo días y hasta semanas en las que no escribo nada. Pero lo peor de todo no es no poder escribir, lo peor de todo es no poder escribir y levantarse a las cinco de la mañana.
P: Vayamos a Sabemos lo que pasa por las noches, Caracol.
SB: Encontré un ejemplar de la revista de modas Elle en una plaza y me la llevé pensando en recortar las fotos para hacer collages. No estaba escribiendo nada en esos días (risas). Hice unos cuantos collages que no me disgustan y de pronto un día leo en una página la frase 'Sabemos lo que pasa', y en la página opuesta la palabra 'Caracol'. Ahí empezó todo. Pasé de recortar fotos a recortar palabras. Es la técnica que se conoce como Cut-Up.
P: Esa técnica puede tener muchas finalidades: desde lo lúdico hasta lo oracular.
SB: Sí, bueno, de esa manera William Burroughs escribió una novela ilegible, recortando palabras al azar. Burroughs también decía que a través del cut-up puede avizorarse el futuro, o algo así. En mi caso no hubo ningún azar en la elección de las palabras, todo lo contrario, fue un trabajo bastante minucioso y a conciencia. El otro día mi hijo me contó que él y unos amigos suyos habían estado usando el libro como una especie de I-Ching. Hacían preguntas, abrían el libro al azar y ahí tenían la respuesta. El I-Ching del barrio de Colegiales (risas).
P: ¿Leés todo para elegir unas pocas palabras?
SB: No, en realidad lo que hay que hacer es una lectura de sobrevuelo, muy por encima del texto, sin prestar atención al sentido. Seleccionas palabras sueltas o mitades de frases y después unís los pedacitos como mejor te parece. El resultado suele ser sorprendente.
P: ¿Lo considerás un libro experimental o está dentro de tu trabajo habitual?
SB: Experimental tiene una connotación medio despectiva, pero sí. Fue un juego con el lenguaje y el sentido. Muy interesante para mí. Me lo tomé totalmente en serio y esa es la razón por la que me divertí tanto.
P: ¿Qué representa cada nuevo libro para vos?
SB: No, no sé, nada en particular. Por un lado te despedís del libro que terminaste y que se va para la editorial, y por otro lado llega el vacío de nuevo. '¿Y ahora?' Ahora uno más, uno más, ahora querés escribir uno más. Un escritor lleva siempre ese látigo encima.