Por Laura Fuhrmann.
Tres marcianos, de Sergio Bizzio, no es un libro de ciencia ficción. A pesar de que reúne tres cuentos cuyo tema central es el contacto –más cercano o más lejano- con seres de otro planeta, su quaestio nada tiene que ver con los avatares de la ciencia, ni con el hallazgo de vida extraterrestre, sino, que, más bien, es la excusa perfecta para que unos hombres, en el encuentro con unos otros, se enfrenten con cuestiones internas muy profundas, existencialistas y que, en su afán de ser reconocidos, busquen, a través de estas reveladoras experiencias, reafirmar sus propias verdades y su relación con el mundo exterior.
El monte volador, el primero de los cuentos del libro y el más absurdo, sin dudas, transcurre en un ambiente rural en el que la tranquilidad de la estancia y el galope de los caballos se verán alterados por unos seres extraterrestres que bajan de un plato volador y, mimetizados con el monte, saldrán en busca de muestras de un tipo específico de sangre humana. Aquí, la ambición económica superará, rápidamente, la incredulidad de los protagonistas –unos porteños que quieren comprar una estancia- ni bien estos encuentren la manera de lucrar, también, con dicho hallazgo.
En La propiedad –que recuerda a Un hombre muy viejo con unas alas enormes de García Márquez-, un matrimonio pueblerino muy humilde encuentra a un extraterrestre, que se debate entre la vida y la muerte, y lo exhibe ante interesados que deberán pagar un precio muy alto y cumplir condiciones bastante estrictas para visitarlo.
El último relato, El regreso –inspirado en un texto de Giovanni Papini-, narra la amarga experiencia de Ariel, un astronauta oriundo de la localidad bonaerense de Ramallo, que, después de dos años en el planeta Marte, regresa a su casa y siente que Andrea, su mujer, no es exactamente ella. O, al menos, eso cree el protagonista de esta historia con espíritu kafkiano.
Esta trilogía destaca, además, por la originalidad de los personajes y las historias, en las cuales prima el absurdo, el humor, la ironía y, por supuesto, una áspera crítica social: el orden capitalista, como marco de estos relatos, marca interesantes contrapuntos entre la ciudad y el campo, lo público y lo privado, lo individual y lo colectivo.
Poco importa, en definitiva, la naturaleza (¿fantástica?) de los encuentros que aquí se narran: se trata, en todo caso, de seres incomprendidos que necesitan, indefectiblemente, de una mirada ajena que los ayude a exorcizar sus propios fantasmas.