interZona

Escribir con las palabras de otro

Entrevista al escritor Sergio Bizzio, quien acaba de publicar un libro escrito “al azar” en base a palabras tomadas de revistas con las que construyó artesanalmente frases. Por Nancy Giampaolo

Sirviéndose de la técnica inventada por Tristán Tzara consistente en recortar palabras de revistas o diarios, mezclarlas y armar un texto, Sergio Bizzio cambió el azar, por “elecciones conscientes”, a partir de un ejemplar de la revista Elle que encontró en la calle. El fruto es Sabemos qué pasa por las noches, caracol (Interzona), un libro singular, cuya lectura atenta y acompasada permite, como dice el autor, “paladear la construcción de la frase como un miniaturista”, entre otros placeres.

—Dada la particularidad del libro, hay que preguntarte cómo fue hecho. ¿Trabajaste, como uno podría imaginar, con tijera y pegamento?

—No. Trabajé subrayando palabras y tirando líneas desde unas a otras hasta formar una frase. El editor puso al final del libro una de las páginas de Elle en la que puede verse cómo lo hice. El que sí usó tijera fue el inventor de esta técnica, Tristán Tzara, en los años 20. Recortó un montón de palabras, las puso en un sombrero y las fue sacando al azar hasta que formó un poema. Años después, William Burroughs dijo que la técnica de recortes podía utilizarse como un método para adivinar el futuro. “Cuando se cortan líneas de palabras al azar, el futuro se filtra”, decía. No es mi caso. En mi caso no hay azar, fueron todas elecciones conscientes. Y en cuanto al pegamento: cuando di por terminado el libro, empecé a recortar las fotos de la revista y las fui pegando en una hoja en blanco. De esos recortes resultaron cuarenta o cincuenta collages que me gustan bastante, pero ese es otro asunto. ¡Ya ves todas las cosas que me dio esa revista!

—¡Te dio más que a sus lectoras! La singularidad de la construcción de las frases obliga a leer sin sobrentendidos. ¿Los sentidos que podemos encontrar fueron siempre pensados de antemano o te sorprendieron en la medida en que ibas construyendo con esos fragmentos “prestados” algo nuevo?

—No, no tenía nada pensado de antemano, es imposible. Si cuando escribo una novela me despierto por la mañana pensando en la historia, acá me despertaba con ganas de “armar” una frase, con ganas de ver qué iba a aparecer hoy uniendo las palabras que había seleccionado el día anterior. Ahí no hay ningún orden. Es material muerto. No recuerdo quién fue el que dijo, hablando de las notas que había reunido al azar durante años, que recorría ese material como si fuera un jardín desértico, una extensión inutilizable, y que se imaginaba a un escultor del siglo XVII tocando el mármol con el que aún no sabe qué va a hacer. Bueno, es eso. 

—Te enamorás de “la construcción”.

—Totalmente. No es lo mismo elegir una palabra en el texto de otro que encontrarte con las palabras que brotan de manera más o menos inconsciente en el fluir de la escritura, digamos. La palabra del texto ajeno tiene para mí ese plus de valor que le da el hecho de que la haya elegido y separado de su autor, si es que alguien puede ser autor de una sola palabra. Entonces elegís una más y unís la primera a la segunda y buscás una tercera, y así sucesivamente. Bueno, así se escribe siempre, por supuesto, pero en este caso se construye con palabras que están afuera, es decir, no son palabras que salen de uno sino palabras que entran a uno. El proceso es más lento, pero esa lentitud es lo que te permite paladear la construcción de la frase como un miniaturista. 

—Para pintar en un grano de arroz se necesita una lupa, un pincel, pulso y paciencia.

—Sí. Acá se necesita una revista, una birome, espíritu lúdico y atención. Yo tenía la sensación de que las palabras que necesitaba para construir una frase saltaban a la vista como pescaditos. Lo único que hacía yo era estar atento, sobrevolando con la vista la superficie de una página cualquiera. Y digo sobrevolando porque acá las cosas vienen de abajo, no de arriba como en la inspiración. Después, las palabras o los fragmentos de oraciones seleccionados tienen que ser reordenados de otra manera, donde el sentido no es lo que importa. Lo que importa es la forma. Esa despreocupación por el sentido es otra fuente de placer. Y finalmente lo das por terminado. El resultado suele ser sorprendente. Uno se encuentra con cosas totalmente inesperadas. 

—Imagino que reordenar a conciencia una palabra detrás de otra debe ser lo contrario de la fluidez. ¿Me equivoco?

—No, pero sí. Acá también hay fluidez, pero lenta. Obviamente, la fluidez no tiene que ver con la velocidad sino con lo continuo, ¿no? Yo puedo estar una hora, o dos, o tres, buscando una unión satisfactoria entre un puñado de palabras sueltas (muy entretenido mientras tanto con las posibilidades que se me ofrecen) y en ningún momento siento que haya algo que no funciona. No hay pausas, ni detención, ni interrupción. Es un estado, diría, como “de espera”. Se espera el encuentro con la palabra que ligue los fragmentos y les dé un cuerpo. Es decir, una idea, un sentido nuevo.

—¿Trabajaste con un solo ejemplar de “Elle”?

—Con varios. De cada diez entradas, ocho salen de Elle, una de otras revistas o de diarios, y las restantes son textos que incluí porque fueron escritos en el mismo período que todo lo demás y con el mismo espíritu, aunque de construcción mucho menos minuciosa. Son las entradas más narrativas, y tienen incluso algún personaje, pero no necesitaban de ninguna otra cosa, de ningún desarrollo, de ningún final, solamente ser lo que son, un recorte de situaciones o de ideas. Me gusta mucho eso. Si puedo decirlo así, son fotos inconclusas.

—¿Te pasó que al terminar alguno de los textos que componen el libro decir: “Esto parece hecho por…”?

—Bueno, los dadaístas, los surrealistas, fueron muchos los que trabajaron con esta técnica. Incluso en la música. Las letras de OK Computer, de Radiohead, fueron escritas así. David Bowie también escribió muchas canciones haciendo cut up. Burroughs escribió El almuerzo desnudo de esta manera. La lista es larga. Yo encontré en una plaza de mi barrio un ejemplar de la revista Elle, la abrí en cualquier parte y leí “sabemos lo que pasa”, y en la página opuesta vi la palabra “caracol”. Y me gustó. Ese fue el puntapié inicial, que quedó como título. Encontrar la revista fue el único azar.

—Hay un material que no quedó en el libro porque lo escribiste cuando ya había entrado a imprenta. ¿Lo publicamos para cerrar esta entrevista?

—Sí. “La diosa, recién salida del molde (como un verso libre), se aparta de los ravers y de los toques de modernidad con los que olvidan sus principios, si es que los tienen, y se sienta delicadamente en la arena. En ese preciso momento el carácter del atardecer oscila entre los 0,05 quilates de plata y 1,5 de oro. El don de aburrirse con lo que está en boca de todos hace que las plumas XXL en su espalda se mantengan completamente abiertas mientras observa el look desenfadado del mar. Hay algo cuando acabás que no te será quitado nunca”.

*Periodista, guionista y docente.

Ganador al mejor libro argentino de creación literaria: "El náufrago sin isla" de Guillermo Piro es la obra ganadora del Premio de la Crítica de la Fundación El Libro 2024