Si algunos reducen el matrimonio al acatamiento de las conveniencias o a la domesticación del deseo, otros lo consideran un azar compartido, una aventura indisociable del ejercicio de la libertad. Philippe Sollers y Julia Kristeva se conocieron en 1966, se casaron al año siguiente y, muchas décadas más tarde, no temieron el ridículo de compilar juntos un libro y titularlo Del matrimonio como una de las bellas artes (2015). Se sumaron así a la galería de parejas emblemáticas –Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir, Louis Aragon y Elsa Triolet– que nos ofreció la intelectualidad francesa del siglo XX.
Aunque Julia Kristeva nació en Bulgaria, en cuanto pudo se escapó a vivir a París. Su temprana experiencia del totalitarismo soviético no le impidió coquetear, más tarde, con la remota quimera del maoísmo y su Revolución Cultural. Fue una díscola pero avispada alumna de Lacan. Roland Barthes, otro de sus maestros, la retrató en su ensayo "La extranjera" (1970), que es también una defensa de su condición outsider en el ámbito más bien xenófobo de las camarillas francesas. Ella misma admite que construyó su bagaje intelectual picoteando la historia de la filosofía y tomando en préstamo muchos aciertos de Freud. Así, pronto se convirtió en una figura central de la renovación de los estudios literarios y semióticos, que le deben la invención de los conceptos de "intertextualidad" (esa relación velada o explícita que un texto mantiene con otros) y del "semanálisis" (un enfoque que concibe el significado, no como el producto de un sistema de signos, sino como resultado de un proceso dinámico de significación).
En calidad de psicoanalista, Kristeva completó varios libros que su destreza literaria contribuyó a amenizar. En Historias de amor (1983), mezcló relatos de sus pacientes con el estudio de grandes mitos de la pasión occidental como Don Juan, Narciso, o Romeo y Julieta. Pero Kristeva es también una figura fundamental dentro de las perspectivas de género, y así su ensayo Sol negro. Depresión y melancolía (1987) puede leerse como un tratado sobre las psicopatologías femeninas. Escribió una insoslayable trilogía sobre las mujeres geniales del siglo XX. La serie arranca con la filósofa Hannah Arendt, se detiene en los aportes teóricos de la psicoanalista Melanie Klein y termina, nada previsiblemente, con el estudio de las mil y una facetas de la escritora Sidonie-Gabrielle Colette.
No extraña que, hace cinco décadas, esta exótica estudiante búlgara haya seducido al supremo dandi de las letras francesas en que Philippe Sollers aspiraba a convertirse. Si Robbe-Grillet se había propuesto renovar la novela a mediados de la década del cincuenta, Sollers le imprimió a ese programa aún otra vuelta de tuerca. Para constatar la libertad con que practicó el género narrativo, basta hojear sus primeras ficciones o, más recientemente, Una vida divina (2006), el libro donde reinventa la biografía de Nietzsche con una desenvoltura rayana en la profanación. En su prosa resuena casi siempre un tono de suficiencia, que le perdonamos porque nace, no de la petulancia, sino de su profundo dominio del ritmo y la sintaxis de la lengua francesa.
Sollers es recordado, además, por ser uno de los fundadores de la revista Tel Quel (1960-1982). En sus números se acabó de metabolizar el estructuralismo y se vio nacer lo que, más tarde, se llamó "postestructuralismo". Allí dieron a conocer sus textos filósofos como Foucault y Derrida, y críticos emergentes como Todorov, Genette o Starobinski. Si uno revisa la colección, se topa con poemas de Francis Ponge pero también de Roberto Juarroz y de Mao Tse-Tung, así como con ensayos de Umberto Eco y Susan Sontag, o traducciones del cubano Severo Sarduy. Difícilmente pueda concebirse un mapa más fiel de la intelectualidad de esa época. A partir de 1983, Tel Quel se prolongó en la revista L´Infini, que es también el nombre de la colección elegante y heterogénea que Sollers dirige en la editorial Gallimard.
En el libro sobre el arte del matrimonio, Kristeva y Sollers retoman la ironía de Thomas de Quincey y el patetismo de Michel Leiris. Pero, sobre todo, los autores dialogan a la distancia con el Barthes de Fragmentos de un discurso amoroso (1977). Pasajes de un monólogo labrado en la cámara solitaria de la imaginación, los fragmentos de Barthes son también el autoanálisis de un homosexual infeliz en el amor. En sus páginas de orfebrería brilla por su ausencia toda genuina interacción con el otro: es que el discurso amoroso, nos asegura, nunca es dialéctico. La contribución de Sollers y Kristeva, por el contrario, resulta inconcebible sin el diálogo, la reciprocidad y el conflicto. Es un modesto libro escrito a dúo, nacido de una mirada retrospectiva que se proyecta con satisfacción, pero sin veleidad, sobre una larga vida en común.
Lacan propuso que el amor consiste en dar algo que no se tiene a alguien que no lo quiere. Buen antídoto contra cualquier fantasía de plenitud, su sarcasmo define menos la experiencia amorosa que las formas variadas del desencuentro erótico. Kristeva no ha dejado de sostener, en dirección contraria, que nuestra afectividad es un sistema abierto necesariamente conectado con el otro, y que sólo en esas condiciones es capaz de renovarse: "Si vive" –ha escrito– "nuestro psiquismo está enamorado. Si no está enamorado, está muerto".
* Del matrimonio como una de las bellas artes, de Julia Kristeva y Philippe Sollers, fue editado por Interzona en traducción de Matías Battistón (Buenos Aires, 2016, 114 págs.).
** De Philippe Sollers, El cuenco de Plata ha publicado en la Argentina la compilación Discurso perfecto. Ensayos sobre literatura y arte (traducción de Silvio Mattoni, Buenos Aires, 2003); el presente año reeditó Una vida divina, en virtuosa traducción de Ariel Dilon. La destreza con que Sollers ejerce la crítica puede corroborarse también en su colección de ensayos reunidos por la editorial Paradiso: Céline (traducción de Hugo Savino, Buenos Aires, 2012).
*** La trilogía El Genio Femenino de Julia Kristeva (tomo 1: Hannah Arendt, tomo 2: Melanie Klein, tomo 3: Colette) fue publicada por Paidós (Buenos Aires, 2000, 2001 y 2003, respectivamente).