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La literatura desde adentro

Por Claudio Zeiger

En la novela Sin rumbo de Eugenio Cambaceres, su principal personaje, Andrés, lleva a su amante, una soprano italiana, a hacer el amor a un lugar clandestino que le pertenece. Y si la mujer mundana podía suponer un “cotorro”, un discreto “bulo” con luces veladoras, se sorprenderá cuando Andrés la lleve a las puertas de una casucha medio en ruinas en las afueras de la ciudad. Pero más se sorprenderá cuando adentro se encuentre con una sala de un lujo fantástico, lujurioso: alfombras de Esmirna, tapices de seda china, estatuas en mármol de Carrara. “¿Por qué tan lindo aquí y tan feo afuera?”, preguntará intrigada. “Porque es inútil que afuera sepan lo que hay adentro”, le contestará Andrés, o Cambaceres.

Noé Jitrik analiza esta cuestión pendular del adentro- afuera en Eugenio Cambaceres en un artículo de 1960. Y en su libro –uno de sus magníficos libros de crítica de literatura argentina- El 80 y su mundo de 1968, que introducía una antología sobre la generación del 80 de la editorial Jorge Álvarez, iba a plantear una visión de la elite argentina y su proyecto fundacional vista también en el péndulo de “desde afuera” y desde “la interioridad” de una generación. Agregaría: en ese “es inútil que afuera sepan lo que hay adentro” puede que, tempranamente, Noé haya capturado una epifanía acerca del insondable misterio que en definitiva rodea al hecho literario.

Más allá de tratarse de una polaridad que resultaría muy productiva en los estudios críticos hispanoamericanos para analizar el modernismo, las vanguardias, las relaciones entre burguesía y arte, el decadentismo, etcétera, hay en esta noción dual y en esta utilización del punto de vista pendular, uno de los núcleos duros de Noé a la hora de abordar múltiples temas y autores de la literatura nacional: Cané, Wilde, el citado Cambaceres, Horacio Quiroga, Manuel Gálvez, Arlt. Anverso/ reverso, adentro/ afuera implica pensarse en términos de movimientos, desplazamientos, cambios de posición en el juego de tensiones inestables de la literatura, donde el poeta de anoche es el docente del mediodía. Eso fue Noé, tantas veces.

Pero es también un elemento central que Noé utilizaría muchos años después para encarar los sucesivos volúmenes de sus memorias. Me detengo particularmente en Casa Rosada, que abarca los años que van de 1954 a 1962, los que conjugan el agite intelectual y político en las universidades y revistas como Centro o la del grupo Contorno para enfocarse en una figura que le resulta brillante y opaca a la vez: Arturo Frondizi, futuro presidente. Nuevamente, Noé Jitrik, que llega a ser una suerte de secretario, y que pasa por algunos cargos administrativos mientras ve cómo van desembarcando los tecnócratas “desarrollistas” de Rogelio Frigerio y son desplazados los “intelectuales orgánicos” como Ismael y David Viñas, Felix Luna, él mismo a pesar de su retraimiento y bajo perfil, apelará a estas categorías del adentro y el afuera para observar los pliegues y repliegues del poder, o de una coyuntura puntual del poder, mejor dicho, como también intentó adentrarse con enorme perspicacia en el interior de una generación, de un grupo, y más modestamente pero con no menor astucia, en el interior de un bulín de niño rico.

Es muy posible que en los años 60 (sobre todo si se considera también buena parte de la década del 50 como precuela ineludible y formativa de la glorificada década dorada), Noé haya tomado las grandes decisiones que lo terminarían por convertir en el humanista incesante que hoy despedimos. Una renuncia al poder pero sin renunciar a analizar el poder desde adentro, porque entendía que no hay en ningún intelectual o artista una exterioridad absoluta al respecto, aunque se pretenda la pureza de la bohemia, la asepsia de la academia o la autonomía del arte; una opción por la escritura y la lectura como una nueva forma pendular de estudiar la discursividad total de la cultura; y una comprensión entre intuitiva y conceptual (intuición que algunos reservan a la poesía y la filosofía) acerca del choque, el golpe –certero, fértil- en la nuca que le propina la crítica a la literatura entendida como ficciones, poemas, novelas, cuentos, lo que en los años 90, en el título del primer volumen de la Historia crítica de la literatura argentina que dirigiría por años, se inscribie bajo el rótulo relampagueante de La irrupción de la crítica. Aquello que irrumpe –paradójicamente- no es lo que aparentemente está más del lado de la creación pura o la pura experiencia vital sino lo que está del lado de la vitalidad intelectual, del rayo de la comprensión, de la interpretación enriquecedora.

Cabe aclarar que nunca renunció Noé Jitrik a estudiar y escribir literatura bajo la idea de que esta siempre se anuda con su tiempo, su contexto, sus condiciones de producción (vaya si lo supo alguien que marchó al exilio), pero esto -y no solo porque siempre vivió aggiornado en materia de teoría y biblioteca- jamás lo hizo obsesionarse tercamente con las nociones funcionales, el deber ser, las responsabilidades sociales directas del escritor, el didactismo o el pietismo de las buenas conciencias. Siempre anduvo su mente creativa por otros andurriales, pero no sacó los pies del plato de lo real.

Combinando su propio adentro- afuera, su ductilidad para entrar y salir elegantemente de los vericuetos y desafíos que significaba haber postulado la irrupción de la crítica como el hecho decisivo de la modernización de la literatura latinoamericana (la argentina incluida), será por eso que Noé, el Viejo, el Inmortal, parecía el más joven, el más ligero, el más jovial, frente a otros devenires de adustos intelectuales de su tiempo (a los que también admiramos y queremos mucho, cabe aclarar).

Noé tuvo esa marca distintiva de la humildad de quien no deja de admitir la sorpresa, el asombro, de aquel que se deja arrasar por la irrupción de lo nuevo, de lo viejo, o de lo que no es ni nuevo ni viejo, tan solo es materia, arte, cultura, lenguajes incesantes en la rueda de la historia.