Resulta difícil medir y entender por qué algunos autores encuentran sus lectores y su visibilidad mucho tiempo después de la aparición de sus libros. Incluso, mucho después de su muerte. Más aún por qué algunos de esos autores, en una posteridad imprevista, encuentran no sólo el reconocimiento sino también algo así como la fama, la consagración, ese tipo de celebridad que a veces antecede al mito. Es probable que el enigma tenga respuestas distintas caso por caso, pero lo cierto es que uno de los últimos autores argentinos que parece ingresar en ese grupo es Carlos Correas (1931-2000).
Una nueva reimpresión de La operación Masotta , su libro más conocido; un documental (Ante la ley), que se acaba de estrenar en cines, y la reedición en marzo próximo de su única novela, Los reportajes de Félix Chaneton , serían pruebas más que suficientes. Sin embargo, la amplificación de la figura de Correas no sólo incluye hechos o acontecimientos puntuales, sino que también se deja ver en la advertencia y recomendación que corre de boca en boca, en encuestas y entrevistas, por parte de escritores y críticos: Luis Chitarroni, Gustavo Ferreyra, Laura Estrin, Aníbal Jarkowski, Eduardo Muslip han subrayado -y tal vez reubicado- el lugar central de su obra para nuestra literatura.
La editorial Interzona, que en 2005 realizó el primer rescate de su obra al publicar Un trabajo en San Roque y otros relatos y reeditar La operación Masotta en 2007, ahora reimprime este último.La operación Masotta es un libro que aún hoy, a más de veinte años de su publicación, sigue siendo incómodo, raro, difícil de catalogar, y tal vez por eso, de una espléndida vitalidad y vigencia crítica. El periplo del crítico Oscar Masotta, desde sus apasionadas lecturas de Roberto Arlt y de Jean-Paul Sartre hasta su pasaje al lacanismo y su exilio, sirve a Correas para espejarse y mostrar su propio itinerario. Involuntariamente, en la Buenos Aires de los años 50, aquellos años polarizados entre peronismo y antiperonismo, Correas entró en el ambiente cultural, conformando una suerte de power trio o hermandad sartreana que incluyó al propio Masotta y a Juan José Sebreli. La operación Masotta narra en primera persona esos años, así como las dos décadas siguientes, pero tiene el encanto de los libros misceláneos, híbridos, al mismo tiempo biografía y autobiografía, ensayo y novela de ideas, crónica de época y salvaje anecdotario.
También está en la agenda de la misma editorial, para comienzos de 2014, la reedición de la única novela de Correas, aparecida originalmente en 1984 y hoy inconseguible: Los reportajes de Félix Chaneton , lo que permitirá volver a leer y considerar al Correas novelista. Un Correas no menos subversivo, pero sí más sigiloso, más replegado, como si contara con los silencios y el montaje de la novela para renovar y darle un aire más grave y profundo a su escritura. Persiste, sin embargo, la obsesión política; Los reportajes de Félix Chaneton abarca en la ficción un arco temporal decisivo: los años que van desde la caída del primer peronismo hasta, justamente, el ocaso del segundo. Los años en que se incubó la violencia desatada que vendría después. La novela tiene esa marca: el clima pesado y sin aire que antecede al temporal.
Por su parte, Emiliano Jelicié y Pablo Klappenbach, voraces y admirados lectores de Correas, son los realizadores del film Ante la ley , que se acaba de estrenar en el legendario cine Cosmos. Ante la ley es un documental de más de dos horas, tan exhaustivo como sensible, construido en torno a ciertos ejes: las entrevistas a escritores, amigos y compañeros de Correas (es decir, la reconstrucción indirecta de su vida); una búsqueda por los archivos de Tribunales de la condena judicial de su cuento "La narración de la Historia", en 1959, por obscenidad (seis meses de prisión en suspenso) y el tropezado intento de representar, de filmar ese cuento para el documental. Además de aportar infinidad de datos y anécdotas que también perfilan distintas épocas de Correas (con entrevistas a Jorge Lafforgue, Ricardo Piglia, Tomás Abraham, Horacio González y Juan José Sebreli), Ante la ley muestra de modo ejemplar la particularidad de las relaciones que Correas entabló (o no entabló) a lo largo de su vida con el campo literario, académico y cultural argentino. Ya se trate de la revista Contorno, de la Facultad de Filosofía y Letras o del mundillo literario, las relaciones de Correas son siempre tan masivas como insatisfactorias, tensas y desconfiadas. De manera implícita, Ante la ley da pistas sobre cómo construye la literatura y el campo intelectual argentino a sus autores aplazados y marginales.
En La operación Masotta , Correas se había preguntado: "¿Cómo se invalida a un hombre?" Y había respondido: "Pues es simple: reduciéndolo a su injustificado estar ahí material". Parece difícil, incluso tomando su criterio, que la creciente circulación, lectura y valoración de su obra pueda invalidarlo. El mayor riesgo está en ciernes: la moda y la mistificación de su figura. que cuenta con una dosis de "malditismo". Por fortuna, cualquier posible veleidad de su figura de autor se estrella contra el estilo insobornable de su escritura. La escritura es, tomando sus palabras, tan justificada y recelosa que logra espantar rápido cualquier aspaviento basado en lecturas de contratapa. Tratándose de Correas, nunca la figura de autor puede ser rival para el autor y su escritura. Sobre todo porque Correas es, al modo borgeano, un gran lector de su propia obra. Acaso haya sido el efecto más positivo del trauma, del mutismo posterior a la censura y condena judicial de "La narración de la Historia"; lo cierto es que Correas preservó su obra con un método simple y bastante eficaz: la marginalidad de los circuitos literarios dominantes y una producción contenida, nada caudalosa, pero exquisita y autónoma.
Carlos Correas se suicidó el 20 de diciembre de 2000. Entonces vivía solo en un monoambiente de Once y enseñaba filosofía en la UBA; como todo, lo hacía a su manera, sin mediaciones: por años había estudiado alemán para leer, traducir y entender bien -decía- a Hegel, a Kant, a Kafka (sus prólogos a Cartas del noviazgo , de Kierkegaard y Cómo orientarse en el pensamiento , de Kant, así como sus cursos de filosofía sobre Hegel y Sartre son imperdibles). Pero es ahora cuando su gloria literaria y secreta se vuelve pública. Doce, trece, catorce años después -como ocurrió con su mayor influencia, Roberto Arlt, recuperado precisamente por la generación de la que él fue parte- comienza por fin su módica eternidad, tal vez su época definitiva.