En los cuentos de Preparativos de viaje, de M. John Harrison, publicado en Argentina por Interzona (2020) siempre hay un tren que pasa cerca, una estación ferroviaria donde uno puede ir para fugarse, desde ahí, hacia donde sea. En uno de ellos, por ejemplo, un hombre decide su destino según las barajas de tarot: de acuerdo a cuál le toque irá hacia el sur, hacia el norte, hacia donde sea, con la única condición de que sea en tren. En otro, un hombre se va todas las noches de la casa de una mujer aunque ella le insinúa que es tarde, que se quede, pero él dice que puede muy bien irse ya que “…parece que circulan trenes sin parar”. Hay gatos, chimeneas encendidas, alcohol, frío, libros, conversaciones sueltas, escuchadas al azar y sacadas de contexto. En otro cuento, una mujer tiene una curiosa mancha roja en la cara que podría ser un mapa. Y en otro, una mujer va al departamento de su hermano muerto a organizar sus papeles (él era escritor) y siente un aroma inexplicable en el aire. El aroma se reitera más adelante, en otro relato: aroma a rosas, relacionado con la muerte. Varios personajes hacen reseñas de libros (el propio Harrison vive de hacer reseñas) o son escritores:
“—No voy a permitir que escribas sobre mí.
—¿Y cómo lo vas a parar, Choe?
Se encogió de hombros.
—Podría estropearte la jeta”.
En muchos de los cuentos hay clima onírico, tanto porque se mencionan sueños que tienen los personajes como porque luego esa atmósfera absurda de los sueños se cuela en el resto de la narración.
Aparecen fantasmas, presencias, vampiros.
Y, también, el lector puede ver las escenas con el mismo impacto que si estuviera ante un cuadro. “Todo en este momento está contenido en la luz, aclarado por la luz; contenido e intensificado por el espejo”. Vemos los tonos de luz, de dónde vienen, qué resaltan y qué ocultan.
Y, como remate, el lector haría bien en tener algún catálogo de Egon Schiele a mano, para mirar cuadros entre cuento y cuento, sobre todo los de las parejas desnudas.