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Libros. Literatura dada vuelta: libros que apuestan al juego y a la experimentación

Cuatro libros recientes de autores argentinos proponen formas no convencionales de escribir, leer historias y reflexionar sobre las palabras. Por Gustavo Pablos

Muchos escritores imaginan y escriben por fuera de las convenciones más aceptadas. Sus libros –o al menos algunos de ellos– escapan al corsé de los géneros e inauguran nuevas zonas desde las cuales hacer y pensar la literatura.

La experimentación puede darse a nivel de las unidades mínimas –las palabras y las frases–, de la estructura y el modo de organizar una historia, incluso por variaciones tipográficas o por el agregado de dibujos y esquemas. En todos los casos, hay un común denominador: la necesidad de esquivar las pautas establecidas, coquetear con los bordes y a veces recuperar herencias marginales.

La lista es numerosa: las mejicanas Vivian Abenshushan y Margo Glantz, los norteamericanos David Markson y Lydia Davis, el serbio Svetislav Basara o el francés Roland Barthes. Y, si nos quedamos en el ámbito argentino, parte de la obra de Julio Cortázar, de Héctor Libertella, de Macedonio Fernández y de Osvaldo Lamborghini. En el último año, se publicaron cuatro libros que proponen trayectorias distintas o renovar las convencionales.

Azar controlado

Sergio Bizzio acaba de publicar Sabemos lo que pasa por las noches, Caracol (Interzona), un proyecto que surgió a partir de una sucesión de eventos casuales.

“Un día, paseando al perro, encuentro en la calle un ejemplar de la revista de moda Elle –comenta el narrador y poeta–. Ese mismo día había estado mirando unos collages dadaístas y tenía ganas de hacer algunos yo también, así que me llevé la revista y ya de vuelta en casa me puse enseguida manos a la obra. En las dos o tres semanas siguientes, hice unos 30 collages, hasta que la revista quedó completamente despanzurrada. Ya no había nada que pudiera recortar”.

Pero esta primera etapa se completó con una segunda que llevó la intervención a otro nivel: “Entonces leo (o veo, mejor dicho) en los flecos de un texto de la página izquierda la frase ‘sabemos lo que pasa por las noches’. Y en los flecos de la página derecha: ‘caracol’. Me gustó y lo subrayé. No lo corté ni lo pegué, nada más lo subrayé con una birome y me puse a buscar otra –afirma Bizzio–. De la revista ya no quedaba casi nada, había arrancado la mayor parte de las páginas y las que quedaban todavía unidas al lomo no eran más que tiras, o flecos, pero todavía era posible encontrar restos de frases o de oraciones. En ese segundo intento, encontré en un fleco ‘quién hubiera imaginado’, y en otro ‘que la nave nodriza’, y en otro ‘sería un pollo con ciruelas’. Fue como si los recortes para los collages de imágenes propiciaran el collage de palabras. Y ya no paré. Durante meses, me dediqué exclusivamente a eso. Hacía mucho tiempo que no me divertía tanto. Los resultados eran siempre sorprendentes, por lo menos para mí”.

Su trabajo remite a la técnica del cut up, que combina el corte y el reordenamiento de los fragmentos en un orden diferente para producir un nuevo texto. El antecedente más lejano es un poema de 1920 del poeta dadaísta Tristán Tzara y, más cercano en el tiempo, un conjunto de novelas que William Burroughs escribió a partir de una variación que consiste en el recorte y el plegado de hojas. Pero en ambos casos el resultado obedecía al dictado del azar. No es lo que sucedió con Sabemos lo que pasa… Para crear estos textos, entre epigramáticos, líricos y narrativos, que van de unas pocas palabras a un par de páginas, Bizzio decidió tomar decisiones siguiendo determinados criterios.

“Burroughs dijo que el cut up permitía que por entre ellas se filtrara el futuro, o algo así. No fue mi caso. Yo acumulaba recortes de frases y palabras sueltas en un archivo, y las unía a conciencia guiándome por el ritmo de las oraciones que aparecían o por las imágenes que me sugerían –explica–. Me sorprendí cuando mi hijo se llevó el libro recién publicado y me contó que él y su novia y un grupo de amigos pasaron un buen rato divertidos, usándolo como una suerte de I Ching: hacían preguntas y abrían el libro al azar, y ahí tenían la respuesta”.