Por Laura Fuhrmann
Hacer un uso matemático del lenguaje -escribir textos de 100 palabras o con 100 letras, ni una menos, ni una más- resulta, por lo menos, tentador. Puede pensarse, incluso, como una estrategia, una consigna para un ejercicio lingüístico y, sobre todo, lúdico. Pero, cuando, además, encontramos en este desafío una prosa cuidada, ingeniosa, profunda y con mucho, pero mucho, sentido del humor, ¿quién puede acaso resistirse al juego?
Los microcuentos que componen la primera parte del libro versan sobre temas de lo más diversos, aunque, con una clara preferencia por algunas cuestiones recurrentes: la escritura y los escritores, el judaísmo, la identidad, la infidelidad y el machismo.
En estos pequeños relatos –protagonizados, en su gran mayoría, por el ya conocido personaje de M.- resuenan, sin que por ello se pierda una voz particular, como es la de Magnus, los ecos de algunos grandes escritores, dueños, ellos, de un manejo especial del humor y la ironía, como Italo Calvino o Augusto Monterroso. Aunque, tampoco, están ausentes, por supuesto, los nuestros –Borges, Cortázar, Arlt y Bioy Casares- a los que se refiere más –Continuidad de los Parques– o menos, explícitamente.
En la segunda parte de Seré breve, aparecen, en forma de aforismos, una serie de reflexiones personales del autor en las que vuelve -incorporando el uso de figuras retóricas, como la antítesis- sobre algunos de los temas mencionados, aunque, con mucho más desenfado. A la cuestión religiosa, por ejemplo, se le sumará la del racismo, como muestra de una serie de miserias humanas, a las que se criticará, aquí, de forma más despiadada y apuntando, directamente, a ciertas conductas típicamente locales.
Todo ello, vale la pena insistir en este punto, sin abandonar jamás el tono sarcástico –ni la brevedad, claro está- que impregna toda la obra de este gran escritor argentino que es Ariel Magnus.