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Miedos y fantasía. Singulares mutaciones de ficción

Por Verónica Boix. De Drácula y el Dr. Jekyll a libros mucho más recientes de M. John Harrison o Mariana Enriquez, las metamorfosis que propone la literatura no solo aspiran a la sorpresa argumental; también revelan lo que la sociedad silencia.

El virus de un murciélago que pasa a producir una enfermedad humana -como ocurrió con el nuevo coronavirus y la consecuente pandemia - parece encarnar en la realidad una de esas mutaciones que son materia prima de miedos y revelaciones. Pasada la perturbación promovida por cualquier fenómeno de naturaleza similar, suele ocurrir que proliferen la clase de historias fantásticas que a lo largo de las épocas han encontrado las más variadas e inusuales maneras de exponer lo silenciado en la sociedad. Muchas veces el monstruo encarna lo que no quiere verse. No sería extraño que el virus actual, mutante invisible y real, esté diciendo muchas cosas acerca de nuestros días que la literatura del futuro sabrá explotar.

Ni documental, ni realismo, lo fantástico da forma en todo caso a nuestros temores más profundos. Libros fundamentales de esa literatura que muta son clásicos como Drácula (1897), de Bram Stoker, o la conversión de Gregor Samsa, en La metamorfosis (1915), de Franz Kafka. También El extraño caso del doctor Jekyll y Mr. Hyde , la famosísima novela de Robert Louis Stevenson. La historia, publicada en 1886, deja en evidencia la batalla entre el bien y el mal que se libra en el hombre civilizado. Mientras que Jekyll inhibe sus impulsos y vive conforme a los mandatos de su época, Hyde es un desaforado que hace lo que quiere. Esa dualidad no hace más que poner en escena la represión de la época victoriana, frente a la violencia y los instintos en un momento social en que la humanidad todavía aspiraba al absoluto del hombre virtuoso. Stevenson parece anticipar con ese juego del doble lo que el psicoanálisis diría recién en el siglo siguiente.

La tensión entre cuerpo y cultura no se limita de todos modos a las cuestiones de género. El distanciamiento social de hoy en día da una dimensión del problema. Ese aspecto ya aparece de manera inquietante en los cuentos del inglés M. John Harrison (Rugby, 1945) reunidos en Preparativos de viaje, con la traducción exquisita del escritor argentino Marcelo Cohen. Parece una afortunada coincidencia que se hayan reeditado casi al mismo tiempo que se declarara la emergencia sanitaria, después de quince años de permanecer inhallables.

A primera lectura, los catorce relatos de Harrison parecen realistas, pero esa apariencia va enrareciéndose hasta revelar una intimidad extrañada. La mutación es de otro orden. En "La ciencia y las artes", uno de los mejores cuentos de la colección, la naturaleza doble de la luz se vuelve, entre el amor y la memoria cuántica, el núcleo del enigma en el encuentro de un hombre y una mujer

Harrison parece explorar, en realidad, la naturaleza doble de personajes, ambientes y vínculos, sin revelarla por completo. De ahí que la atmósfera de sus cuentos, una Inglaterra arrasada por el thatcherismo, capture la nostalgia de un espacio interior irremediablemente perdido. Hay cuentos cercanos al género fantástico o a la ciencia ficción. Aún así, casi todos se mueven en la frontera difusa, siempre vacilante entre lo reconocible y lo fantástico. Los hechos realistas e íntimos como una experiencia sexual de adolescentes, la masturbación de una mujer a la vista de su esposo, el vínculo entre un hombre en silla de ruedas, su esposa y su amigo, le dan un nuevo significado a lo sobrenatural: descubren el lugar de encuentro de la ternura y el terror. Dicho de otra forma: lo inquietante no está en esos mundos paralelos que parecen coexistir con el nuestro. Lo verdaderamente perturbador es el modo en que Harrison descorre los velos y deja a la vista las otras caras de los vínculos privados.

El espejo de las metamorfosis literarias puede causar vértigo. Así y todo sus ambientes oníricos, sus mutantes, sus acciones perturbadoras parecen captar con más profundidad que cualquier informe técnico la sensación de vulnerabilidad, la amenaza invisible que circula en las imágenes de los lugares familiares marcados hoy por la cuarentena.