El escritor suizo Philippe Rahmy tenía una enfermedad congénita: osteogénesis imperfecta, también llamada enfermedad de los huesos de cristal. Vivió hasta los 52 años y planeaba volver a Buenos Aires justo en 2017 cuando murió.
Su novela Allegra es tan magnífica que fue gracias al profundo interés de un pool de traductores –de Argentina, México y España– en su obra que Interzona decidió publicarla. Si hay una novela desesperada, electrizante y aleccionadora sobre la condición humana ésta ha sido escrita por Rahmy.
Abel Iflissen es un inmigrante francés, hijo de argelinos, en Inglaterra; está enamorado de Lizzie –con quien tuvo a su hija Allegra– y ella lo ha echado de su vida.
A lo largo de la novela, hasta que la madeja se desenreda y ahorrando spoilers, el lector acompaña a Abel como en una road movie, a bordo de su Mustang, que una imagina sucio y desaliñado.
No solo lo acompaña por las carreteras que el personaje recorre de un sitio a otro desde Londres, sino dentro de su cabeza. Porque Abel sostiene charlas con otros personajes, pero la mayor parte del tiempo todo es un monólogo intenso y desesperado dentro de sí.
La inteligencia de Rahmy ha sido la de abordar un sinfín de temas dolorosos como la inmigración, el trasiego de los migrantes por conseguir asilo, la desigualdad, la marca que deja la pobreza en un hombre que busca su identidad –Abel no se siente francés ni argelino ni británico ni musulmán ni nada– justo cuando Gran Bretaña se prepara para brillar en los Juegos Olímpicos de 2012.
Y él, que lo ha perdido todo –trabajo, mujer, familia–, es “elegido” para hacer estallar una bomba en el Estadio donde tendrá lugar la fiesta de inauguración.
Habrá quien piense que el autor es condescendiente con un hombre dispuesto a inmolarse en un acto terrorista. Habrá quien entienda, a medida que el filo de la trama se clava en los hechos que Abel es incapaz de afrontar, el enorme vacío de ese hombre que se vuelca al alcohol que anestesia su dolor y que lo empuja hacia un acto de barbarie, porque no le queda ni el amor para salvarse. Pero no podemos adelantarnos…
El narrador dice, mientras el protagonista va asumiendo su rol de futuro suicida, que “nadie se mata por un ideal. Ni ese muchacho en la carlinga (alude a un kamikaze japonés de la II Guerra Mundial), ni quien se arroja ante los tanques estadounidenses, chinos o rusos, a lo largo y ancho del mundo, ni tampoco quien vuela por los aires una embajada, un avión o un colectivo. Nadie”.
Allegra es una novela perturbadora. No solo por la escritura de Rahmy. Late en la historia algo inquietante y vital, tan oscuro que el lector espera que en algún momento algo explote. No necesariamente la bomba que Abel prepara y pone en su mochila.
La espera de esos inmigrantes ilegales que duermen en hoteles de mala muerte, con la esperanza de ser aceptados por una sociedad que los rechaza, también se percibe como una forma soterrada de violencia.
“Algo se termina y algo renace de sus cenizas en este hotel abierto de par en par, que lleva su miseria con dignidad. Ese algo me posee como posee a los que viven en los distintos pisos, que van y vienen, atormentados por el hambre y por el miedo, con la esperanza clavada en el cuerpo, sin documentos, ilegales, pero ya plenamente miembros de la sociedad inglesa”, reflexiona el protagonista, mientras aguarda encontrar un sitio web que le indique como fabricar la bomba para inmolarse.
Pese a que podemos intuir el dolor de Lizzie, toda la trama pasa por Abel, “el árabe” que arrastra una identidad sin definir: quién es y adónde pertenece, si es que pertenece a algún lado.
Los traductores hicieron un trabajo formidable de esta novela disruptiva, con saltos temporales, con quiebres aparentemente inconclusos, logrando transmitir acabadamente ese caos mental de Abel y el caos de Londres durante los JJOO de 2012.
Rahmy vino a Buenos Aires en 2016, un año antes de morir, precisamente con esta ficción-autoficción, novela poética y crítica donde queda claro el compromiso social y político de su autor.
Fue en aquel viaje cuando contactó con las traductoras Lucila Cordone (también fallecida) y Estela Consigli. Posteriormente Mariana Arzate Otamendi, Melina Blostein, Silvia Calabrese , Miguel Marqués, Ezequiel Martínez Kolodens y Juan Tomasini conformaron el equipo internacional que tradujo Allegra.
Si se piensa en Philippe Rahmy, a quien su enfermedad de los huesos de cristal no detuvo, se comprende mejor la vulnerabilidad de su protagonista.
Quizá para sí mismo, el autor escribió estas palabras que atribuye a Abel Iflissen: “En realidad no me parece estar viviendo varias vidas al mismo tiempo. Paso de una a otra como cuando se hace girar el tambor en la ruleta rusa”.