interZona

No todos los hombres - Por John M. Harrison

"La exactitud, la aguda timidez y el autocontrol vigilante de la escritura de Harrison le dan una autenticidad penetrante", decía Úrsula Le Guin. Compartimos un cuento del escritor británico tomado de Deberías venir conmigo ahora, novedad de Interzona.

Cada vez que me mandás un mail y me decís que de nuevo me viste en el tren, no sé qué responderte. Esas personas a las que ves no son yo.

¿No era que no ibas a mandarme más videos? ¿No habíamos quedado en eso? Esta cosa está tan oscura y desenfocada que podría ser cualquiera. Ni siquiera parece el interior de un tren, que es lo que decís en tu mail, “filmé este en la Línea Central en la hora pico ayer a la mañana”. No, no lo hiciste, Julie, porque siempre estás trabajando antes de que empiece la hora pico. De todas formas, ni siquiera parece un tren. Los asientos están raros.

No me importa que hayas empezado a seguir gente de nuevo. Vas a tener problemas con eso, como ya te pasó. No me eches la culpa a mí. La primera vez te entendí porque estabas dolida. Cualquiera puede estar dolido, y eso en general nos lleva a hacer cosas impredecibles. Pero vos no estabas tan dolida, y al final nadie creyó lo que dijiste haber visto.

Otra cosa, de todas formas ahora ya no viajo en la Línea Central. El archivo de audio que vino con el video también está mal. Los trenes del subte no suenan así. Es como alguien soplando dentro de un caño. Un niño. No me parece ingenioso que hayas soplado dentro de un caño de esa manera para imitar el sonido de un tren cuando un tren no suena para nada así.

No creo que podamos volver a estar juntos, no. Por un lado ahora estoy con otra persona. Fui totalmente honesto con eso desde el principio, digas lo que digas. No todos los hombres son mentirosos. Además, no funcionábamos y punto. No sirve de nada que digas que queríamos cosas diferentes en la vida. Querer cosas diferentes en la vida es ser incompatibles. Eso es ser incompatibles.

¿Y por qué me mandás todo esto de nuevo?

Recuerdo perfectamente lo que decías que había pasado. No lo creí en ese momento, no lo creo ahora. No soy estúpido. Entiendo lo que estás diciendo. Lo que no puedo entender es por qué pensabas que te iba a creer. Saliste una mañana dos semanas después de que nos separáramos. Tomaste tu tren, el mismo tren que tomabas siempre en Shepherd’s Bush, está bien, estoy seguro de que lo hiciste, porque siempre fuiste una obsesiva con esas cosas. Pero entonces decís que me viste en un vagón en la Línea Central, y dijiste hola y que yo directamente te ignoré, así como si nada, incluso cuando te paraste delante de mí y trataste de hacerme hablar.

Bueno, no era yo, Julie.

¿Sabés por qué? Dos cosas. Primero por tu propia descripción.

En tu último mail decís: “Eras vos, pero con otra ropa y otro corte de pelo”. Por Dios, Julie, ¿cómo podía ser yo si yo era diferente? También decís: “Había algo distinto en tu cara”. Si tenía otra cara, y otra ropa, y otro corte de pelo, ¿cómo podía ser yo?

La segunda cosa es esta: No me acuerdo de eso, Julie. ¿No creés que lo recordaría si hubiese pasado?

Una cosa sobre nuestra relación y sobre cómo terminó. Yo nunca te dije que te fueras. Fuiste vos quien dijo que necesitabas espacio, signifique lo que signifique. Yo era el que estaba dispuesto a solucionar las cosas, hasta el momento en que tiraste la tijera. Ahora le decís a la gente que te dejé por Fareda. Bueno, eso es muy doloroso, ¿sabés? Porque la conocí dos meses después de que te fueras. No fui yo el que tiró cosas y se fue. Yo nunca trataría a alguien de esa manera. Solo porque no funcionó entre nosotros, ¿por qué habría de ignorarte en público? Sé que estabas dolida. Yo siempre traté de hacerte las cosas lo más fáciles posible. Todos nos debemos eso, los unos a los otros. Ya que estamos, no te haría ningún daño llamarla por su nombre.

¿Podrías explicar una cosa de tu mail?

Donde decís: “Tenías una cartera con algo dentro, algo con una forma rara”. Bueno, la persona que decís que soy yo en el video no tiene ninguna cartera. Es un hombre en lo que parece un traje de corderoy, leyendo The Guardian. Y de todas formas, ¿podrías decirme cuándo tuve yo una cartera? ¿Podés contestarme eso? Odio a los hombres que llevan carteras. Sabés que los odio. Esa es solo otra razón por la que no pude haber sido yo. “Una cartera de algún negocio de Camden”, decís, “un poco golpeada y sucia, con algo dentro”. No se me ocurre nada que tenga menos que ver conmigo. No querría ni que me vieran muerto en un traje de corderoy, en todo caso. Eso lo tenés que saber.

Si pensabas acusarme injustamente, podrías haber filmado un video que coincidiera con la descripción de tu mail.

“Algo dentro”, decís, “una cartera con algo dentro”. ¿Qué querés decir con eso? ¿Y la música que estaba escuchando? ¿Era John Coltrane o Sonny Rollins? Porque si no, no creo que fuera yo, ¿vos sí? Quiero decir, ¿con todo lo que vos y el resto del mundo saben de mí?

Decís que después de negarme a saludarte, me bajé del tren en King’s Cross. Ese es otro error, ¿por qué me bajaría ahí? Nunca trabajé en esa zona. Ese es un gran agujero en tu historia. No se me ocurre ninguna razón para bajar del subte en King’s Cross a las diez en punto de la mañana cuando trabajo en NoHo. Decís que me bajé del tren y me seguiste cuando salí de la estación hasta el canal. ¿Fui al Regent’s Canal a las once de la mañana? No lo creo. Creo que en Get.This.com me hubiesen dicho algo al respecto, ¿no te parece? ¿Si a las once de la mañana todavía no hubiese aparecido en el trabajo?

Después está todo eso sobre los edificios vacíos. Es enfermizo, dice Fareda, y la entiendo. Dice que debería conseguirme una orden de restricción perimetral.

Si querés saber cómo conocí a Fareda, puse un aviso en Time Out.

“Hombre de 35 busca mujer interesante 25-40. Que tenga un gusto amplio pero individual en libros, música, películas, y que pueda tolerar un alto grado de individualidad en el gusto de los demás. Que le gusten los hombres pero no el fútbol. Nadie que piense en el South Bank, el Consejo de las Artes o el Instituto de Arte Contemporáneo como depósitos de cultura. Nadie que piense que un buen corte de pelo es importante. Nadie tratando de hacer carrera en televisión, periodismo, o periodismo de televisión. Nadie que lo quiera todo. Nadie que quiera hacer entrar a un hombre en algún hueco vestigial de contornos precisos, dejado vacante por el tejido firme de la estructura familiar, de los amigos y el trabajo”.

¿Reconocés a alguien en ese párrafo, Julie? Bueno, sos vos.

Así de dolido me sentí. Decís que Fareda nos separó. Decís que me la estaba cogiendo. Bueno, eso hubiese sido más interesante. No me estaba cogiendo a nadie, Julie, ni siquiera a vos, porque siempre estabas más ocupada que la mierda. ¿Cómo creés que me sentía yo con eso? ¿Cuán bien me hacía sentir?

Ahora decís que me niego a hablarte en el subte. Bueno, quizás me negaría si te viera. Si la salsa sirve para la gansa, sirve también para el ganso. ¡Pero nunca te veo en el subte!

¿Sabés qué?, a veces reproduzco los archivos que me mandás y me río. Esta gente, además de no ser yo, es toda distinta. Seguiste a muchas personas diferentes hasta ese edificio con las ventanas rotas que decís que está junto al canal en King’s Cross. Grabaste varios videos borrosos de ellos ahí parados mirando las paredes y las esquinas. Está muy sucio ahí dentro. Gente sucia, mirando las paredes de esa manera, muy quietos. No sé cómo conseguiste todo eso, pero no es muy agradable, y no quiero que me mandes nada más. Ninguno de ellos se parece a mí. Son más viejos, son más jóvenes, algunos son obviamente mujeres. Deberías conseguir ayuda si pensás pasar tu tiempo haciendo estas cosas. O sea, ¿les estás pagando para que se queden ahí parados de esa manera? ¿O qué?

No es para nada bueno todo esto. Ahora estoy con Fareda y somos felices. Me gustaría haber podido ser feliz con vos, pero no lo fui. Vos tampoco eras feliz, me lo dijiste. Deberías cortarla y empezar de nuevo, te lo debés a vos misma. Me lo debés a mí también. Sería fácil para vos conocer a alguien, más fácil que para mí. Otra de las cosas que decís es que te arrepentís de lo que pasó entre nosotros. Decís:

“Todas las noches quiero que las cosas vuelvan a ser como antes”. Decís que llorás todas las noches. Pero antes nunca llorabas, y ahora es demasiado tarde.

Te dejé, Julie. Cambié de oficina y ya no uso la Línea Central para ir a trabajar. No sé cómo encontraste ese edificio horrible. Deberías conseguir ayuda, porque estas personas a las que ves no son yo.

¿Ya leíste Notas de suicidio?: Marc Caellas y un ensayo sobre los últimos mensajes de artistas suicidas