Por Leonardo Sabbatella
Las notas de un escritor suelen ser pequeños fragmentos radioactivos que muestran la intimidad de su trabajo; casi como asistir de forma directa a su libreta de apuntes o al cuaderno de bocetos de un artista. Para John Berger, que compartía la doble condición de escritor y dibujante, las notas eran un atlas privado y un taller de pruebas, la forma última a la que había arribado su escritura después de casi ochenta años de trazar líneas.
En Confabulaciones escribe una serie de notas donde la capacidad de asociación es continua. Cada texto se transforma en un tenue montaje de ideas, escenas, datos y observaciones. Una anécdota reclama a otra, una imagen revela a su doble olvidado, un nombre es suficiente para reponer el recorrido de una vida. Berger registra hechos bajo un mismo patrón (la desmemoria) o realiza largos desvíos sobre un tema (la cancón) como si fueran entradas de un diario de campo. Las notas del autor inglés parecen encontrarse en una condición provisoria. No se trata de borradores, sino que dan la impresión de estar a punto de convertirse en otra cosa: un estudio de caso, una investigación en miniatura, una biografía lateral.
John Berger ha sido un escritor que sobrevoló las fronteras entre escritura y dibujo. Como ya había probado por ejemplo en Rondó para Beverly, Confabulaciones está compuesto por textos y dibujos, y en este caso además agrega una serie de imágenes ajenas. La relación entre palabra e imagen no es ilustrativa (aún cuando en ciertas notas aparentan cumplir esa función). Podría decirse que el libro reclama dos gramáticas a la vez, que se encuentra compuesto a dos tiempos: el de los textos y el de las imágenes. Sin embargo, ambas lógicas son parte de lo mismo. Para Berger, escribir y dibujar en el último tiempo se habían vuelto prácticas indivisibles. “Cuando dibujo trato de desenredar y transcribir un texto”, anota a poco de empezar el libro. Y más adelante, en la nota “En vigilancia”, dice que decidió dibujar un boceto del árbol que observa y en la misma página dibujar también una de sus hojas, y así tener “una especie de texto acerca del árbol”. Dibujar como una forma de escribir por otros medios. Las notas de Confabulaciones trazan una constelación que se pregunta por el lenguaje que no estamos en condiciones de leer.
En Algunas notas sobre el arte de caer, Berger encuentra que un gesto de la cara de Chaplín en una foto de su vejez es idéntico al de un Autorretrato de Rembrandt. Casi al modo de Aby Warburg, Berger rastrea sus propias imágenes supervivientes. Y en el texto Algunas notas sobre la canción arma una secuencia que reúne la foto de una muchacha, el dibujo de un lirio del propio Berger y la fotografía de una bailarina flamenca que guardan cierta semejanza y parecen calcar un mismo movimiento. Berger completa el análisis con una frase de Lorca (a quien no tiene la necesidad de citar): “Expresiones que son madres de la danza de todos los tiempos”. En unas pocas páginas y en un texto que en su centro no trabaja sobre las imágenes, Berger vuelve a demostrar que ha hecho de su observación una forma de vida.
En un pasaje de Confabulaciones Berger dibuja las manos de la virgen del cuadro La anunciación de Antonello da Messina. La reinterpretación parece un estudio –al modo de los que hacía Durero pero en este caso difuminado, de capas superpuestas– y el análisis una nota al pie de Modos de ver. Berger necesita repetir eso que observa, necesita duplicarlo y hacer su propia versión para conocer cómo se comporta la imagen. Berger dibujaba (y escribe) para llegar más lejos en su busca de hacer ver algo (quizás una de las divisas claves de toda su obra) y, como anotó en El cuaderno de Bento, “acompañar a algo invisible hacia su destino insondable”.
John Berger, a quien Peter Handke llamó “el narrador de la primera del plural”, es un escritor que conjuga en un mismo movimiento su orientación por lo práctico y las especulaciones teóricas. Las notas de Confabulaciones nacen de una falta y un desconocimiento. Ya había dejado caer esta confesión en Una vez en Europa y ahora en el texto que abre el libro, Autorretratos, vuelve sobre esa ida: “Lo que me ha llevado a escribir por tantos años es la sensación de que hay algo que necesita ser contado y que, si yo no la cuento, se corre el riesgo de que quede sin contar”, explica discreto y amateur Berger quien no se veía a sí mismo como un autor profesional sino como alguien que se ocupaba de una tarea temporaria, parcial. Quizás de ahí provenga que sus textos nunca se volvieron neutros ni anémicos; sus libros siempre fueron los de alguien que escribe por primera vez, como si fuera la primera vez.
Confabulaciones compone un breve ritornello de los temas inconfundibles de Berger: las imágenes, la política, los viajes, la escritura, las biografías, los amigos y la vida de campo. Quizás por eso, por tratarse de un libro que de cierta forma resume como en una muestra genética toda su obra, sea que guarda cierta condición póstuma.
Berger ha sido una extraña clase de escritor huérfano (autorretrato que el mismo ensaya en el libro) y Confabulaciones es el cuaderno de un hombre que parecía necesitar cada vez menos para llegar cada vez más adentro del lenguaje.