En su traducción de Hamlet, el escritor argentino Carlos Gamerro destaca el estatuto de ese espectro entre nosotros: hijos de la última dictadura militar y del menemismo, formas del Estado contra las cuales, entre cavilaciones y dudas, se levanta el príncipe de Dinamarca, descartando la hipótesis del suicidio que acaso hubiera hecho de él una víctima, aunque de alguna manera sea un padeciente de la historia, en su forma de pesadilla.
El libro, traducido y anotado con cadencias rioplatenses, está publicado por la editorial Interzona, en una colección específica, dedicada a piezas clásicas.
Gamerro nació en Bueos Aires en 1962. Es Licenciado en Letras por la Universidad de Buenos Aires (UBA). Publicó ensayos y novelas. Esta es la conversación que sostuvo con Télam.
T : Sale el espectro es, además de un pasaje de Hamlet, el título de una novela de Philip Roth, sobre la paternidad, la herencia y la muerte. ¿Qué creés que sabe Hamlet sobre esa zona vedada al viviente, que no necesariamente es aquello que se llama lo real?
CG: Lo que Hamlet aprende, en primera instancia, es que los muertos sufren tanto o más que nosotros, que la muerte no nos traerá paz, ni sabiduría, ni nos curará de los dolores y las turbaciones que sufrimos en vida. El corazón y la cabeza del fantasma están enredados en una maraña donde se mezclan, confundidos y revueltos, el odio hacia su hermano, el amor hacia la reina que lo ha traicionado, su negativa a suponerla partícipe del crimen, la incapacidad de ver en el hijo un ser autónomo y diferenciado (dificultad que comparte con otros reyes de Shakespeare, pensemos en Enrique IV o Lear). Como no sabe qué hacer con todo eso, vuelve y le encaja el paquete al hijo, para que se haga cargo: ese es su legado y herencia. No sorprende que después de esta entrevista Hamlet descarte de plano la solución del suicidio: para terminar como su padre, mejor seguir con vida.
T : Hablás de las múltiples lecturas que se han hecho de Hamlet. ¿Cuál es la tuya, la de tu traducción y que creés que dice sobre la época que atravesamos?
G : Hamlet no es obra de una época sino siempre de dos, al menos dos. Es una obra sobre el peso del pasado sobre el presente, sobre la historia como pesadilla de la que no podemos despertar (Stephen Dedalus dixit); pero tampoco plantea la salida fácil de olvidar o negar la historia. Como propone Nicolás Prividera en Restos de restos, poniendo la figura de príncipe en relación con los hijos de desaparecidos o de militantes asesinados: El abismo simétrico se abrió así entre quienes asumieron (sin distanciada crítica) la irredenta voz del padre, y quienes rehuyeron (con frivolidad posmoderna) a su martirológica historia.
El fantasma debe ser aplacado, pero no necesariamente en los términos en que el fantasma plantea, que es lo que sucede en el quinto acto: Hamlet mata a Claudio, pero ya no actúa en nombre del padre (que apenas es nombrado en el último acto) sino en el suyo propio, vengándose a sí mismo, a su madre, a Laertes, a todos los que han sufrido las consecuencias de estos crímenes de estado; actúa ya no como hijo, sino como padre de su pueblo, como rey de Dinamarca.
Somos un pueblo acosado por los fantasmas de la dictadura, así como los españoles viven aún a la sombra de la Guerra civil y los alemanes del nazismo. Si tuviera que elegir esos dos tiempos emblemáticos, en nuestro caso serían el de la dictadura (el tiempo del crimen) y el de la década menemista (el tiempo de la fiesta: acá no ha pasado nada, lo pasado pisado). Nuestro Hamlet estará a la vez en guerra abierta contra el olvido menemista y a la vez – de modo menos consciente, más físico, más histérico si se quiere - contra el mandato setentista de retomar aquella lucha y aquellos valores como si fueran no solo mejores que cualquiera de los actuales sino también los únicos posibles.
T : Hamlet es una de esas piezas canónicas en la cual también puede estudiarse la relación entre los hijos y los padres (no las generaciones), y los vivos y los muertos, lo propio y lo impropio, aquello que testimonio y aquello que no. ¿Cómo pensar, a tantos años de su estreno, que Shakespeare pudiera plantear esa cantidad de cuestiones sin pensar en su genio?
G : Un clásico, me parece, es un libro que ha modificado hasta tal punto la realidad (no solo literaria) posterior o anterior, que ya resulta indistinguible de ésta. Somos lo que Hamlet ha hecho de nosotros. El genio se construye a posteriori: con cada interpretación, cada reescritura cada traducción y puesta genializamos cada vez más a Shakespeare. No es que Shakespeare anticipara nada, sino que, como propuso Oscar Wilde, la vida copia a Shakespeare – tan bien como puede. Si Hamlet hubiera sido olvidada en un cajón, y apareciera recién ahora, no sería tan genial, ni tan relevante a nuestro tiempo, porque nuestro tiempo sería bien otro: cuatrocientos años sin Hamlet no pasan en vano.
T : ¿Con cuántas traducciones te manejaste, y cuál podrías destacar?
G : Fundamentalmente, tres: la de Ángel Luis Pujante, que tiene el singular mérito de condensar el texto de Shakespeare (cuando todas las otras versiones lo alargan; el español, sabemos, es más larguero, silábica y sintácticamente, que el inglés); si yo fuera español, no querría intentar otra versión, después de leer la suya; y las muy destacables versiones de Rolando Costa Picazo y Eduardo Rinesi (que puede leerse acompañada por su excelente estudio Hamlet la política de la tragedia). De todos modos suelo dar un vistazo a otras traducciones después de haber ensayado la mía, para ver si hay otras interpretaciones posibles, o si cometí algún error garrafal; mi agon es con el texto original, mano a mano; después de concluida mi pelea miro otras en video, para comparar golpes, tretas y caídas.
T : Finalmente, ¿existe también un idioma de los argentinos para Hamlet?
G : No, no creo que exista, o mejor dicho creo que no preexiste, pero puede ser creado a partir de los recursos del idioma de los argentinos existente, es lo que intenté hacer en esta traducción. Leí la primera traducción jamás hecha del Quijote (la del irlandés Thomas Shelton, de 1612) y la lengua resultante no se parece a la de ninguno de los autores ingleses del siglo XVII pero sin duda es inglés del siglo XVII, una nueva lengua del siglo XVII, la que necesitaba, para funcionar en el siglo XVII inglés, el texto de Cervantes.
Inspirado por esta versión hice (en otro proyecto, el de una novela) el experimento de traducir fragmentos de Shakespeare al español del siglo XVII, lo cual da como resultado un español del siglo XVII algo desencajado. Así que perfectamente se puede inventar un español argentino-shakesperiano del siglo XXI, sobre todo si se traduce para la escena, para ser dicho por actores argentinos del siglo XXI. No se trata tanto del léxico – que es lo más evidente, y lo que puede chocar si no se maneja con cuidado, y alienarnos del texto en lugar de acercarnos – sino de la entonación, el fraseo, la música del idioma de los argentinos, que vaya con los movimientos, los cuerpos y con los gestos de los actores y espectadores argentinos.