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"Deberías venir conmigo ahora", los cuentos de M. John Harrison

Autor inclasificable más allá de cierto encuadre en la ciencia ficción, M. John Harrison es un maestro del estilo y la reflexión político literaria. En los cuentos de Deberías venir conmigo ahora que acaba de publicar Interzona, coquetea con el horror pero en escenarios reconocibles y actuales de una ciudad expulsiva. Por Mariana Enriquez

Por gusto, afinidad o capricho, hay autores que, afortunadamente, se editan y leen en Argentina con continuidad y cuidado, mientras que, en otros países, su introducción es una batalla perdida o una lucha que pocos están dispuestos a dar. Uno de los grandes ejemplos es M. John Harrison, publicado por la colección Línea C de la editorial Interzona con los cuentos Preparativos de viaje (en una traducción magnífica de Marcelo Cohen), después El curso del corazón por Editorial Sigilo (traducción de Andrés Enreshaus) y hace poco Deberías venir conmigo ahora, su más reciente colección de cuentos, traducida por Tomás Downey, otra vez en Interzona.

M. John Harrison visitó la Argentina (en el marco de FILBA), es un lector intenso de Borges y un escritor que a los 76 años no deja de publicar ni de arriesgar. Estilista exquisito, trabaja con los géneros dinamitando sus límites pero con plena conciencia de sus reglas; fue editor de la revista New Worlds - donde publicaron J.G. Ballard y Thomas Disch- escribió libros sobre sus años como escalador (Climbers), una magnífica y muy peculiar trilogía de ciencia ficción (Light, Nova Swing y Empty Space) y la enigmática In Viriconium sobre una ciudad asolada por una plaga y sus subculturas artísticas. Ninguno de sus libros, especialmente desde mediados de los 70, está contenido plenamente en un género: si, la trilogía que comienza con Light puede definirse como “ópera espacial” pero al mismo tiempo es tantas otras cosas. De la misma manera, sus cuentos son ficción weird pero la definición se va de las manos, tanto por sus elecciones narrativas como por la libertad de su imaginación, su aparente desorden: Harrison no se parece a nada y no porque su ficción sea retorcida; al contrario, su prosa es famosa por lo límpida. En 2020 editó la novela The Sunken Land Begins to Rise Again que ganó el prestigioso Goldsmiths Prize; esta colección de cuentos, Deberías venir conmigo ahora, es su libro inmediatamente anterior. A la manera desafiante de Harrison, los relatos pueden ser apenas un párrafo u ocupar casi veinte páginas. Algunos de esos cuentos breves pueden citarse enteros, como “Lamentos”: “Empiezan entre las seis y las seis y media de la tarde. Suelen ser distantes. Si tienen una motivación, es interna y psíquica: como los sonidos de alguien con una herida en la cabeza, no son racionales en relación consigo mismos. A veces parecen acercarse, como suelen hacer los sonidos con el viento, especialmente durante la noche. Por un momento, el oyente puede distinguir más de una voz, quizás incluso diferenciar entre hombre y mujer. Tienen un tono lastimero y a la vez agresivo, pero entender las palabras no es fácil. Alcanzan un pico a las diez de la noche. Para la medianoche ya se alejaron definitivamente y el centro del pueblo queda a oscuras y en silencio”.

Más allá de estas viñetas que coquetean con el horror y existen en espacios indefinidos, la mayoría de los relatos tienen lugar en Londres, en una ciudad melancólica y gentrificada –quizá por eso el subtítulo de este libro sea Historias de fantasmas-- con calles y negocios y rincones absolutamente reconocibles en los que ocurren cosas imposibles. “En Autotelia” por ejemplo: un hombre toma un tren en Waterloo, alguien lee The Guardian, otro a P.D. James: pero el protagonista viaja a una ciudad que parece de otra época, de otro mundo, es el encargado de hacerle a los habitantes un chequeo de salud. Está claro que no hablan en inglés, aunque Autotelia está en el Reino Unido. Hay Ministerios, hay un museo de arte que puede dar una pista de que se trata de refugiados del Este: el artista, que se volvió loco de tanto pintar hambrunas se llama Kiminic. Para irse, en tren, es necesaria una “transición”. Pero Harrison no explica nada más. Éstos son sus fantasmas, estas visiones, la desorientación, la rotura. No son cuentos de espectros pero el estado de ánimo es fantasmal. Incluso de dónde salen estos relatos habla de cierto camino intuitivo: “El comité teórico” habla del Hotel Ambiente, el título del blog-diario de Harrison que mantiene hasta hoy (ambienthotel). “Autoguardado” tiene algunas ideas de su novela The Sunken Land… ; quizá se trate de un borrador, aunque el relato no es un ensayo en absoluto. Y contiene una de las preocupaciones de Harrison: la gentrificación de Londres que implica la expulsión de mucha gente que no puede ya financiarse una vida en la ciudad. “La historia de ese barrio es la de una caída en desgracia. Esta ciudad es pura libertad en el sentido neoliberal. Todos son libres para explotar a los demás pero nadie se libra de ser explotado. Lo único que podés ser acá es un turista o un hombre de negocios”. 

“La crisis” es uno de los relatos más políticos de una colección que contiene a la política de forma evidente aunque soterrada por planteos inesperados: la City de Londres se ve invadida por los iGhetti, unos seres gelatinosos que vienen del plano astral. Un adicto, Balker, se aventura en la zona desesperado por dinero, como otros financistas que no saben qué hacer. 

Antes de morir, Ursula K. Le Guin reseñó este libro, lo que habla de la importancia del autor y el respeto de sus pares, especialmente el de una leyenda como Le Guin. La autora cita el cuento “Las paredes”, donde un hombre llamado D. intenta agujerear su celda. Para hacerlo, tiene dos cucharas de postre y algunos cuchillos de mesa sin mango. El trabajo, infructuoso, le lleva décadas. Cuando logra salir, encuentra una celda parecida con un hombre muerto –murió tratando de hacer el boquete—y, en vez de desesperar o sorprenderse, corre de lugar el cadáver y continúa la tarea. Escribe Le Guin: “Una atención al detalle caracteriza a este cuento y contribuye mucho a su efectividad, y sin embargo, como los bloques de cemento de las paredes, al final no hay ninguna diferencia. ¿Por qué y cómo D. tiene dos cucharas de postre? ¿De qué vive, cómo se alimenta en esos años? ¿Quién le trae algo a la celda? No tenemos nada para llenar estos hechos no nombrados de la manera en que estamos acostumbrados cuando leemos ficción, porque el relato es consistente sólo en sacarnos la alfombra de debajo de nuestros pies. Es un juego de imaginación en el vacío. Su poder es el de un sueño, en este caso una pesadilla, el tipo de sueño recurrente con alguna variación, un bucle sin fin de frustración. Esto es válido para todos los relatos de Deberías venir conmigo ahora. Algunos son surrealistas, algunos son parodias, otros son fábulas; muchos son graciosos, todos son inventivos. Pero ninguno escapa a ese bucle”.

Le Guin, como de costumbre, da en el clavo: ningún relato aquí habla de lo que realmente sucede, todo ocurre fuera de plano, como si el autor se concentrara en detalles sin importancia, lo que convierte a este libro en tan desesperante como atractivo. El mundo, la realidad, es pura incertidumbre e inquietud. No hay certezas. En estos relatos tampoco.

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