Dentro de la incesante, permanente, imparable producción de textos de Noé Jitrik en diferentes registros, que ya supera el centenar de títulos, se publicaron este año dos volúmenes de ensayo: Lógica en riesgo y Ensayos sencillos –este escrito durante la pandemia–. A ambos se suma ahora La vuelta incompleta (InterZona), una nouvelle que, como varias anteriores aparecidas los últimos años –Terminal, Tercera fuente–, nuevamente busca escapar de los clichés y las estructuras “puras”, prefijadas, de los habituales géneros narrativos.
Un hombre –un ser de ficción: un personaje–, sentado a la mesa, solo, toma una sopa. De repente (se) dice “me muero”, “me envenenaron”, cae al suelo, y este es el comienzo de la acción. Poco antes de este episodio desencadenante, en las primeras líneas del relato, se lee a “alguien” cuestionar: “Pero ¿quién dice lo que hace el narrador y cómo se comporta? Es difícil decirlo y tampoco importa”. Doble preocupación, doble enigma: para empezar, un posible crimen, y, en segundo lugar –una preocupación literaria, de “segundo orden”–, una voz, o más de una, cuya actuación y sentidos son difusos.
Cruces e hibridez genérica, la página escrita como un espacio de reflexión, relación y –hasta– discusión entre el autor y quien lee. Esta “metaliteratura” de Jitrik deviene de la larga tradición que inauguró el mismo Cervantes con el Quijote, con sus modalidades, puntos de vista y énfasis en cuanto a su narrador proteico –como lo llamó Margit Frenk–, variado-variable, quien aparece y brinda abundante información pero también disminuye hasta casi desaparecer, sabe profundamente de los sentimientos y sensaciones de los personajes, pero también se limita, apenas, a registrar y narrar algunos hechos; pasando por el deseo de poder escribir “sobre nada” de Flaubert; y llega a las sorprendentes propuestas y realizaciones de Macedonio Fernández (“los intentos de vanguardia, eso se sabe, no son fáciles de comprender ni de estimular”, dice Jitrik). Prescindente, o cuanto menos alejada de todo realismo convencional, La vuelta incompleta asume la creciente fragmentariedad e interferencia discursiva que envuelve a la literatura y a la cultura toda –ayer, hoy y siempre; moderna o posmoderna–, esbozando algunas áreas o preocupaciones que se proclaman sin estridencias: se insinúan, se sugieren, y en muchos casos se dan por bien sabidas y son convocantes; temáticas que se encuentran abiertas más bien a la reflexión poslectura.
A la historia “del presente”, la del posible envenenamiento, se suma otra, ligada a los acontecimientos de la última dictadura en Argentina, y a otra, anterior a esta, la del nazismo. Podría tomarse como una serie histórica, que convive con otra, ya utilizada por el autor: la singularidad de los nombres y/o apellidos. Así como en su Destrucción del edificio de la lógica –otra nouvelle– fueron todos emparentados: Escalante, Escalona, Escalera, Escari, Escaramilla, Escárcega, Escafino..., en La vuelta replican a los barrios porteños: los personajes se apellidan Palermo, Lugano, Coghlan, Núñez.
Entre desplazamientos de escenarios y acciones, además de un narrador y de las voces de los personajes, se suma la de un “narrador bis” o “paralelo”, o una voz autoral, que interviene/interfiere con la del narrador no-omnisciente que, aunque pudiera parecer contradictorio, es el que lleva la batuta. Por ejemplo, al aludir a la situación de la educación pública, y al magro salario docente, la narración se (auto) interrumpe: “Pero estas son divagaciones, el narrador no puede dejar de hacerlas por arrastre, por costumbre, por exceso, hasta por impunidad, puesto que aquellos a quienes observa no lo pueden refutar y ni siquiera lo pueden considerar, porque si ellos existen, habría que ver en qué sentido, él no, lo que no le impide sobrevolar la escena y recoger, como breves esquirlas, someras referencias, datos fugaces acerca de quiénes son y por qué están pasando por una situación tan especial”. En otro momento se lee ¿a quién? hablar ¿críticamente? de la “observación que silenciosamente hace el narrador, aunque no parece ser alguien a quien se le pueda atribuir que busque comidas especiales –la sopa que desencadena este relato lo prueba– ni mida la calidad de los restaurantes”.
Otro registro cruza ficción y realidad –a un referente de esta–, como cuando un personaje alude a un libro: “Clotilde le informó, con fervor, que había aparecido un nuevo volumen de la Historia crítica de la literatura argentina, dedicado íntegramente a Macedonio Fernández”. Y aparece más de una vez la “autoconciencia” narrativa de imposibilidades admitidas: “Raro era para ella que Eleuterio fuera indiferente a ese movimiento, tal vez no lo era, porque, seguramente, eso no se puede saber”. Son “niveles” o momentos de ignorancia: “Tal vez se encaminaban al departamento de Eleuterio, tal vez a otro lugar, no se podía saber”.
Al “desarrollo” narrativo se suman y esbozan ciertas temáticas, apenas mencionadas, planteadas desde lo mucho que “va de suyo”, de importantes temas como el genocidio nazi y el de la última dictadura argentina (un “trauma, inolvidable e irresuelto para siempre”), y el valor o sentido de la democracia. Otra serie se encuentra en las menciones a Paradiso, a Cortázar y a Monsiváis. Nuevamente, una serie literaria en la que se cruza la lectura de obras con el trabajo de la crítica y con algún momento biográfico, como Jitrik ha dado cuenta en otros libros (su lectura de Lezama Lima, sus relaciones con Cortázar y Monsiváis). Una intertextualidad que se sostiene en la multitextualidad de quien transita, desde hace décadas, un trabajo permanente, omniabarcador, con la poesía, el ensayo, la narrativa y múltiples textos, periodísticos unos, otros con formato de diario personal, de análisis y comentarios de acontecimientos actuales.
Lo “incompleto” que anuncia la nouvelle se descubrirá –posiblemente con asombro– hacia el final del relato, cuando “todo” pareciera encaminarse hacia alguna “solución” o situación más o menos esperable. Lo que iba a culminar su vuelta, “cerraba” y finalizaba, se descalza de ese eje que venía transitando y “descalabra” su linealidad, con una (nueva) vuelta de tuerca ficcional. Ya su sólo título remite a nuestra propia tradición e historia literaria, desde La vuelta de Martín Fierro a La vuelta completa de Saer.
Con inferencias y derivaciones se encuentra aquí una noble cruza de géneros y temas: enigma policial y novela política, poesía del intelecto, narración “individualista” del colectivo humano e instituciones, con sus documentaciones “probatorias”, filosofía y humor, puesta en cuestión del “sentido común literario”, cultura y barbarie. La vuelta incompleta es una historia que habilita múltiples conjeturas.