La narrativa de Sergio Bizzio, al preferir los extremos, transmite la idea de que está en contra de aquella teoría que sostiene que el punto medio es un buen lugar donde afincarse.
De un lado, el absurdo y el delirio: comandos extraterrestres que llegan a Argentina para secuestrar a los galanes de telenovela que hacen falta para mejorar la calidad de la deplorable televisión marciana; soldados del siglo XIX que desentierran un ovni mientras abren la histórica Zanja de Alsina; una tribu de indios que, como nuevo tótem, decide construir un hotel cinco estrellas.
Del otro lado, un hiperrealismo provocativo y agresivo –en tanto no es pacífico, y menos que menos suave o manso–: la pulsión sexual de un hermafrodita, el recuerdo siempre presente de la adolescencia; la pasión entre dos trabajadores de clase baja.
Era el cielo (Interzona), su nueva novela, reformula esos extremos y los une, acaso para demostrar que el punto medio es sólo un punto por el que uno pasa cuando va de un extremo al otro.
Una frase de novela. La novela se abre con una situación que pone en crisis una reconciliación matrimonial. Diana y el narrador estuvieron casados 10 años, han vivido separados otros dos y acaban de reiniciar su vida en común. Él regresa a casa más temprano que lo habitual, excitado por una novedad laboral importante. Y descubre que dos hombres están violando a su mujer. Uno de ellos amenaza con una cuchilla el cuello de Diana. ¿Puede irrumpir en la escena sin poner en riesgo la vida de ella? ¿Puede quedarse y ver y oír lo que está pasando, y después olvidar y hacer de cuenta que nada ha pasado? ¿Cómo reaccionará cuando ella se lo cuente si ahora sigue ahí sin hacer nada? ¿Y ella se lo contará?
Ese primer capítulo es meticuloso, preciso. A continuación, una serie de relatos vertiginosos en los que el narrador nos ofrece un resumen de esos dos años fuera de casa, fuertemente marcados por su oscilante relación amorosa con Vera y –paradoja mediante– cierta nostalgia por la vida familiar. Y tras ese largo flashback, la resolución del conflicto inicial.
En declaraciones periodísticas, Bizzio ha hablado de la novela como un cuento (el primer capítulo) que se desarma luego en una constelación de microrrelatos, un mundo que estalla en pedazos. Pero, en el contexto de esta nota, lo fastidia la idea de recuperar esos conceptos: "Estoy harto de los escritores que viven reformulando para la prensa sus propias obras, así que no voy a decir nada sobre el asunto. Empecé a escribir esa novela por un capítulo, el de la violación, y escribí ese capítulo por una frase, la que dice: ‘Cuando llegué, dos hombres violaban a mi mujer’. Después fui hasta el final. Lo único que sé es que escribí en todas direcciones".
Valores en tensión. Esas direcciones no son arbitrarias sino que establecen un complejo sistema de valores en tensión que convierte a Era el cielo en una novela moral, por no decir política. Primero, en la oposición femenina, Diana versus Vera, está en juego el amor matrimonial contra la atracción sexual, la pasión contra la compulsión, la estabilidad casi propia de la madurez contra esa variabilidad caprichosa que parece la marca registrada de la adolescencia. Segundo, entre esa especie de cuento que abre la novela y los microrrelatos que la amplifican, el narrador vivencia las distancias que median entre el espacio familiar, donde puede ser agredido pero tener un ancla, aferrarse a algo y sentir que no tiene que estar todo el tiempo demostrándoles a los demás quién es, y el resto del mundo, marcado por la ambición, la ley de la selva, la excentricidad y el reviente, por lo que resulta casi imposible que algo se afirme y se asiente. Tercero, el narrador, en sus reflexiones, opone nada menos que lo falso contra lo real y la televisión contra la literatura.
¿Puede ser espontánea la organización de ese sistema? Responde Bizzio: "Me planteo un millón de cosas mientras escribo, pero son secretas. No puedo decir cómo lo hago, y mucho menos después de haberlas hecho. ¡Ahí están! Lo máximo que puedo hacer es escuchar. Y me parece que lo que vos decís es algo que podría aceptar como cierto".
Bizzio, entonces, muestra y esconde, y hace de la parte visible de sus elecciones una forma de entender la escritura. En términos generales, fija su posición con estas palabras: "Nada me resulta más grasa en una novela que la marca de lo deliberado, del programa, del propósito, de la política personal, de la aspiración".
Y a propósito de XXY, no pierde la oportunidad de dar un ejemplo: "No siento ninguna simpatía por los grandes temas y por el circo de bienpensantes que enseguida sacan a relucir los filos blandos de la libertad de elección y pavadas por el estilo. Yo no escribí la historia de un hermafrodita enamorado para promover un debate ni para comprender a nadie. Escribí esa historia para calentar, para excitar".