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Raros matices de la luz

Lo extraño y lo desconocido dominan el pulso del singular narrador británico Por Pablo de Santis

A comienzos de los años 80, Adolfo Bioy Casares contó en alguna entrevista que planeaba una novela que se llamaría Irse. La historia: un hombre se encierra en el altillo de su casa para fabricar una máquina misteriosa. Con el paso de los días y de las páginas, crece su obsesión y se aísla por completo de sus semejantes. Bioy Casares abandonó ese proyecto, pero guardó el título, que tanto le gustaba, para uno de los cuentos que integran la colección Una magia modesta. Ahora, tantos años después, me encuentro con el mismo argumento del hombre en el altillo, esta vez en un cuento de M. John Harrison. Se titula “Cicisbeo” y es el mejor cuento del volumen.

El narrador es un amigo de la pareja que forman Tim y Lizzie; podríamos escribir “amigo” entre comillas, porque él preferiría quedarse con Lizzie y olvidarse de Tim. A lo largo de los meses, asiste al progresivo aislamiento de Tim, anacoreta en su propia casa, tan encerrado en sí mismo que ni siquiera baja a conocer a su hijo recién nacido. Siempre me pregunté qué guardaría el personaje de Bioy en su escondite: ahora que he leído el cuento de M. John Harrison, conozco una de las posibles respuestas.

Este es el cuarto libro de cuentos de Harrison publicado en español: antes aparecieron El mono de hielo, La invocación y Preparativos de viaje. Frente a esos relatos formalmente más tradicionales, este nuevo volumen se parece más bien al mapa de la cabeza de un escritor. Hay bocetos de historias, ideas sueltas, reseñas de libros imaginarios, intentos de escapar de la prisión del cuento.

Algunas obsesiones recorren estos relatos: extraños personajes que visitan a los protagonistas, y que tal vez sean fantasmas; la vida en Londres presentada como una pesadilla; la acumulación de objetos, rompecabezas incompleto de la propia identidad; la locura, bajo la forma de una manía; la existencia de mundos paralelos. El relato de Borges “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius” ha gravitado siempre sobre la imaginación de Harrison. En “Egnaro”, uno de los cuentos de El mono de hielo, Harrison había escrito: “¿No es posible que las reglas verdaderas a que responde la naturaleza no estén a la vista en absoluto, sino que, por el contrario, permanezcan al acecho bajo la superficie de las cosas, medio escondidas, y sólo se hagan visibles cuando la luz toma ciertos matices poco frecuentes que sólo perciben los ojos de quienes están preparados? ¿Acaso no puede existir un país secreto, un lugar situado detrás de los lugares que conocemos, y que tiene muy poca relación con el concepto clásico de universo?”.

En cierto modo, las ficciones de este último libro responden a ese mismo esquema de algo extraordinario que no se especifica, un continente desconocido que aparece en medio de la vida cotidiana, un Tlön que acecha entre estaciones de subte abarrotadas de pasajeros, discusiones matrimoniales y el desorden del fondo del placard.

Harrison comenzó a publicar sus críticas y relatos en los años sesenta en la revista New Worlds, que comandaba Michael Moorcock, a quien conocimos cuando Minotauro editó El programa final. Entre 1971 y 1982 Harrison escribió los tres libros que forman la serie Viriconium, a mitad de camino entre la ciencia ficción y la fantasía heroica. Escalador aficionado, tiene una novela sobre montañismo, Climbers, en cierto modo anticipada por su cuento “El mono de hielo”. Pero es la novela El curso del corazón (1990) la que lo reveló como uno de los autores centrales del gótico contemporáneo. Cuenta la historia de un grupo de estudiantes de Cambridge que lleva a cabo un rito para alcanzar el pléroma, estado de plenitud que habrían perseguido los gnósticos. Yaxl –mago o impostor– es el guía que los conduce en sus extraños experimentos. Pasan los años; ya nadie recuerda los pormenores de ese ritual. Pero una y otra vez se enfrentan a las consecuencias de esta revelación. No sabemos si la decadencia en que caen sus vidas es un castigo, o si la experiencia mística no es más que una metáfora de lo perdido: la juventud, las oportunidades, el amor.

Fenómenos, pliegues, claves En Deberías venir conmigo ahora, como en sus otras obras, Harrison enfrenta el gran problema de la literatura fantástica: cómo presentar un prodigio sin gastarlo, sin adormecerlo, sin que el secreto pierda su encanto. Trabaja entonces con la elipsis, con las alusiones, y cambia los escenarios góticos por los desangelados ambientes del presente. Sus cuentos son como papeles borrosos que nos pasan debajo de la puerta, y que debemos leer con atención para reconstruir el orden y el significado.

Hay una constante en los cuentos de Harrison y son sus personajes extraviados, como si cada uno estuviera a punto de emular al Tim de “Cicisbeo” y subir al altillo de su neurosis para desaparecer por completo. El cuento “El buen detective”, parece menos una historia que una reflexión del autor sobre sus propias criaturas. El detective del título sabe cómo encontrar a quienes se pierden fuera de su vida, porque siempre dejan pistas. “El desafío está en los que desaparecen dentro de sus propias vidas. Sobre esa gente hay menos cosas a saber. Viven dentro nuestro. Tienen ideas muy simples. No solemos oír sus voces hasta que ya es demasiado tarde”.

El primer texto del libro, “Objetos perdidos” ocupa apenas media página. Pero esta descripción de una tienda abarrotada de cosas que nadie reclama funciona como un manual de instrucciones para leer al autor, una invitación a pasear por sus ambientes asfixiantes y las vidas desviadas de sus personajes para encontrar esos instantes perfectos, brevísimos cuentos escondidos en líneas de diálogo, observaciones o mensajes. Por ejemplo: “Escuché hablar de un ciego que, cada vez que estaba de viaje, entraba a los negocios de souvenirs a tocar la mercancía. Recorría con sus dedos un Tower Bridge o una Torre Eiffel, lo que fuera, para hacerse idea de las formas de la ciudad en que estaba”. O: “Según este mapa que encontré –escribía–, estamos en El Mundo. ¿Ese era nuestro plan?”.

Preparativos de viaje, también publicado por Interzona, había sido traducido por Marcelo Cohen, cuya obra, compleja e inspirada, muy a menudo se acerca a la ciencia ficción. Ahora le ha tocado a otro escritor, Tomás Downey, encargarse de Harrison. En el último libro de Downey, Flores que se abren de noche, las invenciones que pertenecen a la ciencia ficción (una tecnología capaz de devolver la vida a los muertos, unas extrañas criaturas que llegan del espacio) están anotadas sin sorpresa, sin énfasis, como una fatalidad, y así consiguen su hechizo sobre el lector.

Deberías venir conmigo ahora se suma al grupo de obras de ciencia ficción y literatura fantástica que ha publicado Interzona con gusto exquisito: Stanislaw Lem, Steven Millhauser, China Miéville, Alasdair Gray y los argentinos Rafael Pinedo y Carlos Chernov. El espíritu de la vieja colección Minotauro sigue vivo.

 

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