Llega la reedición de “Un chino en bicicleta”, la excelente y premiada novela de Ariel Magnus (click foto 2), que fue inspirada en el renombrado caso de Li Qin Zhong, alias Fosforito, el renombrado pirómano condenado en Argentina.
Lanzada por Interzona, la asombrosa historia creada por el autor argentino de 40 años presenta a Ramiro Valestra, un joven porteño que es secuestrado por Li, el oriental adicto al fuego, después de oficiar de testigo en el juicio condenatorio por haber incendiado once locales en la ciudad.
Logrando una notable mixtura entre la comunidad panasiática y los habitantes de Buenos Aires, esta obra debió mutar a la fuerza ya que no nació así pensada. Según reveló el escritor que residió en Alemania, estudió literatura española y filosofía en la Universidad de Heidelberg y trabajó para la cátedra de literatura hispánica en la Universidad Humdboldt; su idea original consistía en plasmar un ensayo sobre las comunidades chinas en nuestro país, pero el desinterés de las editoriales lo forzaron a transformarlo en una oportuna obra de ficción.
Con un estilo desenfadado, ya desde el arranque de la novela muestra su apoyo en el absurdo (comienza contando cómo uno de los protagonistas, luego de ser condenado a prisión, secuestra a Valestra y escapa del tribunal). Y la narración de una serie de particulares episodios le servirán de excusa a Magnus para finalmente lograr su objetivo y explorar un poco más acerca de la inmigración china y su colectividad. Derribando algunos mitos sobre la vida de éstos en nuestra suelo, y con el canal CrónicaTV como máximo estandarte, también aflora cierta crítica adjudicadle a los medios de comunicación, que con sus exageraciones no hicieron más que contribuir a la confusión.
Este trabajo forma parte de la colección “2º round”, la cual busca rescatar “joyas literarias que, por culpa de la (i)lógica del mercado editorial actual, estaban injustamente ausentes en las librerías”.
En 2007, entre 230 manuscritos presentados, “Un chino en bicicleta” se alzó con el destacado galardón La Otra Orilla. Otorgado entre 2005 y 2011, el premio literario fue creado por el Grupo Editorial Norma de Colombia junto con la Asociación para la Promoción de las Artes (Proartes) y estaba destinado a la escritura de Hispanoamérica. El triunfo le posibilitó al responsable de posteriores trabajos como “La cuadratura de la redondez” (2011), “La 31, una novela precaria” (2012) y “A Luján, una novela peregrina” (2013), recibir un cheque por 30.000 dólares y colocar su obra -que fue traducida a seis idiomas- en América Latina y España.
Un volumen que a través de sus 240 páginas entrega grandes dosis de humor e invita a replantear ciertos clichés y prejuicios bien nacionales.
Aquí, en exclusiva, Autosemanario les ofrece un extracto del consagratorio volumen de Magnus.
Mi historia con el chino pirómano también empezó con un patrullero y unas sirenas, fue la noche del 2 de septiembre de 2005, yo volvía de lo de mi novia, habrán sido las dos o tres de la mañana, cuando pasó un patrullero metiendo ruido en el sueño de la gente y en mis auriculares, tráfico que despejar no había. Vi que se paraba junto a otro patrullero en la esquina de Avenida La Plata y Guayaquil, al parecer habían detenido a alguien, algo raro para la zona porque yo la caminaba varias veces por semana y lo único que encontraba eran ladrones, tres veces había sido asaltado y salvo algún cabo jugando con su teléfono móvil nunca había visto nada parecido a una autoridad.
— ¿Cuál es tu nombre?
— Ramiro. Ramiro Valestra.
— ¿Edad?
— 25.
— ¿Tenés los documentos encima?
— Sí.
— Entonces vení conmigo que salís de testigo. Y sacate los auriculares cuando te hablan.
Además de cuatro policías y del detenido había otra persona, un segundo testigo al que yo le veía cara conocida, después me acordaría de dónde, sobre el capó de uno de los patrulleros estaban desplegados una pistola y cartuchos, una botella llena de algo raro, fósforos, una piedra, una billetera, apoyada contra el guardabarros había una bicicleta y parado detrás, la cabeza alzada y la mirada tranquila, Li, el incendiario que luego se haría famoso bajo el apodo de Fosforito.
Debía tener más o menos mi edad, era bastante alto para ser un chino, bastante rellenito también, tenía el clásico flequillo indómito de sus compatriotas y la cara muy blanca, sus labios casi no se veían de tan finos pero parecían estar todo el tiempo a punto de sonreír, cada tanto cerraba los ojos ya bastante cerrados como si hiciera foco para ver bien de lejos.
Estaba vestido exactamente igual que yo, zapatillas, jeans, remera, camperita liviana, y a falta de aros en las orejas llevaba cadenitas en el cuello, tal vez fue esa coincidencia lo que me hizo simpatizar con él desde el principio, tal vez se debió a que nunca había visto a una persona esposada o a que, como casi todos los delincuentes, Li no tenía cara de serlo.
Mientras un policía labraba el acta y nos iba explicando qué es lo que veíamos, la pistola “nueve milímetros lista para su uso inmediato con cartucho de repuesto de 30 proyectiles”, la botella “de Coca-Cola de 500 mililitros o sea medio litro aproximadamente llena de líquido
amarillo de aroma símil nafta”, una caja de fósforos “marca Los Tres Patitos”, una piedra “del tamaño de un puño”, una billetera con “setecientos dieciocho pesos argentinos”, mientras nos leían lo que íbamos a tener que firmar yo trataba de acordarme de dónde conocía al otro testigo, tenía una de esas caras que uno no sabe si frecuentó bastante hace mucho tiempo o apenas hace muy poco. Me acordé de golpe cuando él me miró con gesto de que mejor me lo olvidara, era uno de los ladrones que me habían asaltado en la zona, el último para ser precisos, las zapatillas que llevaba puestas eran mías.
Disimuló mi consternada sorpresa el frenazo del camioncito de Crónica TV, siempre firme junto al pueblo, se había metido en Guayaquil a toda velocidad y de contramano como un patrullero más, el chofer saludó a uno de los policías con fraternidad sospechosa. El que escribía el acta se apresuró a taparle la cara a Li pero el amigo del chofer lo frenó a tiempo para que la cámara pudiera hacer algunas tomas, después las luces se concentraron en las evidencias del crimen mientras el de mayor rango se peinaba el pelo y los bigotes, las preguntas se las hizo el mismo chofer ahora en su papel de periodista.
— ¿Cómo se produjo la detención, señor comisario?
— El sujeto viene circulando de contramano en su bicicleta por la calle Guayaquil y viendo el patrullero inicia una acción de fuga llamando la atención de los efectivos que procediendo a detenerlo le confiscan un arma y otros objetos comprometidos.
— ¿El delincuente sería el pirómano que asola el barrio hace semanas?
— Bueno, eso lo debe determinar la justicia, pero yo pienso de que sí.
— ¿Cuál es el origen de este malviviente?
— Según las primeras pericias sería un hombre de nacionalidad oriental, como se puede observar a ojos vista.
Cuando la cámara se volvió hacia nuestro lado el chorro ya se había ido, ni lo vi firmar los papeles, a Li lo habían encerrado en el móvil y lo tuvieron que sacar de nuevo para que Crónica registrara el acontecimiento, por lo que había podido escuchar lo acusaban de ser el que estaba incendiando mueblerías en Buenos Aires, ya podía ver los títulos en blanco sobre colorado con musiquita de fanfarria de fondo, Sátiro de las mueblerías era chino, Chino incendiario planeaba nuevo golpe, después me enteré del apodo Fosforito, a los de Crónica no hay cómo ganarles.
El patrullero arrancó con las sirenas encendidas por las calles desiertas y la cámara lo siguió hasta que se perdió en la esquina, después me enfocaron a mí mientras firmaba el acta y me hicieron algunas preguntas, yo no sabía nada pero igual contesté, la gente hace cualquier cosa por estar un rato en la tele, igual lo mío no debe haber sido muy revelador porque no me pusieron, nadie me vio al menos, los de Crónica guardaron sus aparatos y los policías sus evidencias, se fueron juntos por La Plata.
La verdad es que yo nunca había sido testigo de nada, ni siquiera de un casamiento o de un bautismo, en mi inocencia pensé que eso era todo cuando solo era el principio y me fui contento con la nueva anécdota, la noche parece muerta pero es cuando más cosas ocurren. Lo único que me inquietaba era saber que el chorro andaba por la zona, sabía que conocerlo no era ninguna ventaja, en el asalto anterior había querido jugarla de amigo diciendo que era la quinta vez que me robaban en la misma cuadra y que si no me hacía descuento por cliente fijo, el flaco me robó igual pero al irse me sonrió, yo creo que eso lo terminó delatando, de un ladrón que te sonríe uno no se olvida tan fácil.
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